¿Qué quedará de mí cuando no esté?

Camino lentamente, pisando con firmeza el suelo, esforzándome por dejar una imborrable huella de amor. Quiero que mi paso por la vida logre marcar un sendero que otros puedan seguir. Quiero dejar un grato recuerdo en las vidas de quienes me han de suceder.  

Lejanas estelas. Presencias que en forma de nebulosa nos envuelven trasportándonos al pasado con sigilo, para una vez allí, reconocer las voces, los rostros, el tacto de quienes falto de aliento nos acompañaron en tiempos pasados. Tiempos en los que nos prestaron su apoyo y de forma implícita nos enseñaron a vivir, a soñar. 

Los protagonistas del ayer se entrecruzan en la memoria, se funden en el corazón con un trazo de color que enciende la nostalgia agitándola con el fuego del recuerdo. Los ausentes son evocados con la irremediable melancolía y ese salobre escozor con el cual se rememora lo lejano e inaccesible.

Caminamos hasta ellos envueltos en el doloroso atavío de la tristeza, y aun sabiendo los sinsabores que dicha travesía nos aportará, nos adentramos en ella desalojando la algarabía, ceñidos de cilicio.  

Me pregunto: ¿Qué quedará de mí cuando ya no esté? ¿Qué recuerdos saltarán la verja de la memoria para hacerse un hueco en algún que otro corazón?  

Quisiera que mi paso por este mundo aportara briznas de esperanza, que cuando deje de existir, quienes me sobrevivan, me recuerden como alguien que amaba a Dios sobre todas las cosas. Una mujer que no hizo grandes proezas, pues su mayor logro fue vivir al abrigo de la verdad. Que la sencillez y el amor sean esas credenciales que marquen lo que fui, y que, en mi ausencia, sea evocada con agradable añoranza.