Nadie que lea honestamente los Evangelios podrá negar que los pobres conforman un lugar especial para la evangelización, para el núcleo más sagrado del Evangelio. Los pobres son como un lugar teológico sagrado por excelencia a los que Jesús siempre tuvo en cuenta. Ahora bien, para muchos hay un subterfugio, una salida: espiritualizar los términos. Los pobres son sólo los espiritualmente pobres. Se liberan así de la interpelación evangélica a la que somos sometidos al leer los Evangelios.
Sin embargo
Jesús, cuando hace su declaración programática leyendo un texto de Isaías en donde se declara “ungido para dar buenas nuevas a los pobres”, está citando al profeta Isaías, entroncando con los textos proféticos que clamaban contra los opresores y empobrecedores de los débiles. Está poniendo en paralelo el concepto pobre con la de quebrantado, cautivo y oprimido, siguiendo los conceptos de opresión que usaron los profetas.
En un mundo de políticas neoliberales que siguen tantos cristianos de forma insolidaria para con los pobres del mundo, pobres que cada vez son más y más grandes las diferencias entre ricos muy ricos y pobres muy pobres, ver el Evangelio en línea de defensa y liberación de los pobres de la tierra supone una especie de mordisco crítico en el seno de las mentes moldeadas por el sistema neoliberal. No nos gustaría tener un Evangelio tan crítico con el sistema, un aguijón clavado en las carnes de los que no quieren sentirse interpelados por la pobreza del mundo, de los que se sentirían más a gusto con el mandato de evangelizar a los espiritualmente pobres sin preocuparse de las miserias, los sufrimientos, las marginaciones, las exclusiones y las opresiones del hombre contra el hombre.
La Biblia es insistente en la temática de liberación de los pobres y oprimidos. El libro del Éxodo ya es un icono de liberación de los oprimidos, un icono de un Dios que se preocupa no sólo de la metahistoria, del más allá, sino de la intrahistoria, del aquí y el ahora del pueblo que sufre. Jesús, entroncando directamente con los profetas, se muestra como el liberador de los pobres y oprimidos, el instaurador del Reino que trae un Evangelio, unas buenas noticias, que no puede olvidar a los pobres, cautivos y oprimidos. Es el único colectivo que se nombra específicamente como destinatario del Evangelio. Era necesario, aunque el Evangelio no fuera solamente para ellos.
Yo creo que
la evangelización hoy no puede olvidar estas perspectivas. Debe evangelizar a los pobres y desde ellos, desde los pobres. Desde esta perspectiva, que fue la perspectiva evangelística de Jesús, es desde donde deben salir los mensajes evangelizadores para todos, también para los ricos e integrados del sistema, pues Dios quiere que todos se arrepientan, cambien y compartan.
Jesús, desde esta perspectiva, lanza sus mensajes evangelísticos siendo siempre parcial para con los débiles, los pobres y oprimidos. Lo hace de forma denunciadora, condenando y denunciando a los acumuladores como el rico necio que sólo pensaba en agrandar sus graneros. No debe ser así, porque hay muchas miserias acentuadas por la necedad de los acumuladores del mundo. ¿Por qué hoy no se asumen estos mensajes como parte central de la evangelización? Jesús condena a los que teniendo posibilidades de dignificar a los pobres y oprimidos, no lo hacen. Así, aunque el rico Epulón dejaba que Lázaro comiera de sus migajas y no lo echó de su presencia, sino que lo aguantó a su lado, es condenado por no compartir y dignificar esa vida que tan cerca tenía. La evangelización de la cultura y de la sociedad implica que se diga que Dios quiere que se comparta y se dignifique a los más débiles, pobres y necesitados. La Evangelización tiene que abandonar las rutas trazadas por el Dios Mamón y por los Epulones del mundo y convertirse en un aguijón crítico del sistema que empobrece a tantos, un aguijón crítico de los acumuladores del mundo.
La evangelización tiene que estar en contra de la idolatría del dinero, de los falsos refugios que muchos se buscan despojando a los otros, a más de media humanidad. Porque la evangelización no es sólo promesas para el más allá, dejando al hombre tirado en la estacada de su aquí y de su ahora. La evangelización no es buscar evasiones de estos sufrimientos pensando en la recompensa del más allá. La evangelización nos impulsa a convertirnos en agentes de liberación para la eternidad, ofreciendo salvación eterna, pero también, siguiendo el concepto de projimidad, liberación y dignificación de las personas en su aquí y su ahora.
¡El Reino de Dios ha llegado y Dios está actuando, desde el “ya” del Reino, dentro de la historia! Ahora se necesitan creyentes, evangelizadores, agentes de liberación que acerquen ese Reino a los pobres del mundo, compartiendo e intentando que este mundo sea más de acuerdo con la voluntad de Dios.
No perdamos el núcleo central del Evangelio. Hagamos una evangelización que asuma como propia la causa de los pobres de la tierra, no sea que terminemos haciendo una evangelización que pierda la esencia central de los propósitos de Jesús. Recuperemos las perspectivas del Maestro. Evangelicemos desde la solidaridad para con los pobres y excluidos del sistema. No hay duda que, desde estas perspectivas, fieles al núcleo central del Evangelio compartido por Jesús, la evangelización avanzará y llegará a haber muchos motivados y capaces de compartir la vida, el pan y la Palabra como forma apta y auténtica de compartir el Evangelio a toda criatura, de realizar la Gran Tarea que el Señor nos ha encomendado de llevar el Evangelio hasta los confines del mundo.
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