Los problemas cotidianos de nuestro tiempo, en el fondo, son problemas teológicos.
Poder trabajar es una bendición porque lo que Dios ha maldecido es la tierra, no el trabajo. El trabajo se complica a consecuencia de la desobediencia de Adán, pero sigue formando parte de lo que en la teología se llama el “mandato cultural”. Los versículos correspondientes los tenemos en Génesis 1:26-28. En el capítulo dos de Génesis se encuentra la instrucción explícita de Dios a Adán de labrar y guardar el huerto y ejercer su dominio sobre la tierra. Después del diluvio y el nuevo comienzo Dios repite el mandato en Génesis 9:1-2 en términos similares y con todas las implicaciones. Pero algo ha cambiado: la tierra ahora está bajo el dominio del pecado.
Cumplir lo que Dios ha ordenado - incluso antes de la caída - conlleva esfuerzo, tanto físico como intelectual, y esto era la oportunidad de Adán de desarrollar su potencial. De esta manera podía poner en práctica lo que significaba haber sido creado a imagen y semejanza de Dios. Había armonía entre Adán y Eva, y entre ellos y el resto de la creación.
Sin embargo, con la caída, esa armonía llegó a su fin. Leemos en Génesis 3:14-19 cuales fueron las consecuencias de su desobediencia:
Había enemistad entre la creación y el hombre. Cada aspecto de la creación fue afectada por el pecado.
La maldición de Dios también afectó a la relación entre los hombres y la tierra, que ahora ya no daba su fruto con la misma abundancia y fertilidad. “Espinos y cardos” (3:18) significa que el proceso de trabajo llegó a ser muchas veces frustrante.
También la relación entre los hombres, empezando con la de Adán y Eva, se había torcido por el pecado.
Todo esto significa que el trabajo en el mundo caído ahora se ve condicionado por problemas, frustraciones y dificultades. Esperar otra cosa sería ignorar la realidad y las consecuencias del pecado.
Nuestro problema hoy es que muchas veces no se entienden las implicaciones y consecuencias teológicas de la maldición sobre lo que es el trabajo; hay demasiados factores que dificultan el desarrollo de cualquier proyecto laboral. Todo el mundo que en algún momento haya tenido la osadía de empezar un negocio, sabe de que estoy hablando: hay que luchar continuamente contra imprevistos, accidentes, trabajos mal ejecutados, presupuestos no cumplidos, facturas impagadas y un largo etcétera. Y por si esto fuera poco, una inundación, un incendio, una mala cosecha o un terremoto pueden acabar en cualquier momento con nuestros esfuerzos.
Podemos extrapolar este ejemplo y aplicarlo a cualquier actividad: las buenas intenciones no son suficientes, ya que estas chocan regularmente contra una realidad que por lo visto se ha convertido en nuestro enemigo. Como cristianos sabemos la causa: nos toca “ganarnos el pan” con el sudor de nuestra frente. No hay huerto sin malas hierbas, no hay pesca sin peligros en la mar, no hay negocio sin contratiempos y no hay ganancias sin Hacienda. Y la cosa se pone aún peor cuando a uno le toca vivir en una sociedad donde se penaliza el trabajo, el esfuerzo, el bienestar y el ahorro por una jungla de leyes y regulaciones. Un orden social que no pregunta por los principios de la justicia divina no solamente sufre las consecuencias de la maldición divina, sino que se convierte a su vez en una maldición.
Antes de la caída, todo el trabajo de Adán se llevó a cabo bajo dirección y autoridad divina. Lo que Dios dijo era ley. La relación de Adán y Eva y de ambos con los animales se desarrollaba dentro del orden establecido por Dios: el pacto con Adán (Oseas 6:7).
Pero cuando Adán desobedeció, el cambio fue brutal: Adán y su esposa se convirtieron en sus propios dioses, se daban su propia ley y a la vez sintieron la inmensa soledad en un mundo hostil. De un ambiente protegido por la directa interacción con Dios pasaron a un mundo hostil donde tenían que sobrevivir como podían.
Esto supone un desafío para el hombre porque todas las cosas fueron creadas por Dios. Nada tiene una existencia independiente de la voluntad divina. Es la razón por la cual no podemos tener un conocimiento comprehensivo de las cosas sin contar con Dios como Creador y origen de todas las cosas. La creación es teocéntrica y esto incluye el trabajo. La única forma de recuperar el sentido del trabajo es ponerlo en una relación con Dios.
En el momento cuando Adán desobedeció todo cambió: los dioses sustituyeron a Dios y la inteligencia humana limitada al conocimiento total de Dios.
Pero no se debe separar la creación de su Creador. Es el gran error de la ciencia atea. Hechos y datos no lo explican todo. Cualquier intento de conseguir conocimiento al margen de Dios lleva a un conocimiento inadecuado y erróneo por ser parcial y limitado. El mundo no es nuestra creación. Y en la medida en que nos acercamos a la creación sin conocer a su autor nos veremos engañados y estaremos sentenciados al fracaso. Esta es la razón del fracaso último de sociedades y culturas paganas y de las ideologías que las moldean.
Entonces, ¿cómo es posible avanzar en un mundo bajo maldición? ¿Cómo se puede recuperar el propósito divino del trabajo? La respuesta no es una sorpresa: solamente bajo la autoridad protectora de Dios y la relación restablecida con Él por medio de Cristo. Es entonces cuando se restablece la conexión entre creación y Creador. Hablamos de un factor que nuestras ciencias no saben explicar. Se llama “bendición”. Dios bendice donde hay personas que trabajan según sus normas. La palabra de Dios y el trabajo vuelven entonces a una armonía que produce resultados sorprendentes y visibles.
Este factor “bendición” es un ingrediente que los economistas no pueden explicar, pero que es un fenómeno innegable en el mundo empresarial. La maldición de la tierra que crea un ambiente hostil para el agricultor y, por ende, para cualquier persona que tiene que ganarse el pan de todos los días con el sudor de su frente, se ve suavizado -aunque no completamente neutralizado- por la acción favorable de Dios. Porque Dios honra a los que le honran; incluso a aquellos que actúan promoviendo lo que es justo y recto en los ojos de Dios sin conocerle
Cuando Pablo escribe “estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano” (1 Corintios 15:58), no tiene en mente únicamente el ministerio cristiano, sino que habla de un principio general: el trabajo “en el Señor”. Es decir, obedecer sus mandamientos y estar en comunión con Él darán su fruto. El trabajo para el cristiano nunca es inútil. Será bendecido desde lo alto. Es una afirmación que cualquier persona que trabaja o aspira a trabajar jamás debería olvidar: nuestro trabajo descansa en la absoluta soberanía, poder y providencia divinos.
Esto significa que trabajando bajo la obediencia al Señor nos trasladamos de la zona de influencia de la maldición a la de la bendición. Ambas zonas coexisten en este mundo.
Si reflexionamos sobre este tema a fondo, nos damos cuenta de que los problemas cotidianos de nuestro tiempo, en el fondo, son problemas teológicos: vivimos en un mundo bajo maldición, porque las naciones y las personas, por regla general, no cuentan con la bendición divina porque viven de forma “autónoma”, es decir, independientemente de Dios. En la medida en que intentamos emular a Dios o sustituirle con nuestra propia inteligencia limitada agravamos las consecuencias de esta maldición. Lo vemos en sistemas políticos hostiles por definición a la fe cristiana. Donde la ideología sustituye a la teología teocéntrica, crea sus propias leyes e intenta desempeñar el papel de Dios. Pero precisamente esta imposibilidad convierte a cualquier ideología en una maldición y plaga para la humanidad. Y cuando una ideología se apodera del gobierno civil -que según la Biblia debería ser una amenaza para el malhechor (Romanos 13:3)- se convierte en lo contrario: una amenaza para aquellos que intentan trabajar honradamente.
El trabajo puede ser fuente de productividad, innovación, bienestar y progreso si se respeta las leyes divinas, pero se convierte en desastre, pobreza, miseria y ruina segura cuando no es así.
Ejemplos no faltan en nuestros días y nunca han faltado. Por eso, el cristiano hace todo lo posible para trasladar su propia vida, la de su familia y la de su país del dominio de la maldición al dominio de la bendición.
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