Vamos a marcar algunas líneas evangelizadoras que no van a agotar todas las posibilidades de comunicación del Evangelio, pero que pueden animar a la iglesia a reorientar su evangelización.
Quizás no sean muy novedosas, pero lo hacemos con el interés y el anhelo de que la teoría evangelizadora no quede en palabras retóricas que no se llevan a la práctica cotidiana. Ese es nuestro deseo.
También
se deben evitar las reservas intelectuales, por intereses particulares o ideologías políticas contra una evangelización liberadora y denunciadora. Ha habido grandes teorías evangelizadoras cristianas en diferentes ámbitos confesionales, como la Nueva Evangelización en el campo católico, que, quizás, no se han llevado a la práctica y que han quedado, en una gran parte, reducidas a una retórica vana y frenada por intereses particulares o institucionales que se oponen a una auténtica evangelización que busca, desde la inspiración cristiana, la auténtica liberación de los hombres, también en su aquí y su ahora, siguiendo los valores del Reino.
Algunas de estas líneas para los evangélicos podrían ser las siguientes:
PRIMERA: Buscar la conversión personal, comenzando por los propios miembros de la iglesia.
Una iglesia no convertida, transformada, comprometida con el mundo y evangelizada no puede ser iglesia evangelizadora.
La proclamación del Evangelio, en palabras y hechos, acercando el Reino de Dios y sus valores a los pueblos y ciudades del mundo, necesita de personas cambiadas, convertidas, que vivan en profundidad la espiritualidad cristiana en compromiso con Dios y con los hombres en su aquí y su ahora. La evangelización, aunque lo implica, no es sólo un intento de mejorar socialmente la sociedad. Necesita anunciar y proclamar el nombre de Jesús, único nombre en el que podemos ser salvos.
SEGUNDA: Proponerse, de forma comprometida,
afrontar la evangelización de las culturas, lo que implica una reflexión sobre los valores culturales vigentes contraponiéndolos a los valores bíblicos que, en la mayoría de los casos, van a ser contravalores que deben fecundar a los valores culturales de nuestras sociedades alejadas de Dios.
La evangelización tiene que afrontar la transformación de la sociedad, evangelizando los estilos de vida, las prioridades, las preferencias y las formas, tanto personales, como familiares, como sociales, educativas, políticas, éticas… En una palabra, evangelizar es intentar cristianizar, con la palabra, el ejemplo y los hechos, todas las relaciones humanas.
TERCERA: Potenciar la presencia de los evangélicos en la vida social, lo cual nos va a animar a potenciar y crear tejido social evangélico necesario para ser sal y luz en medio de las sociedades en donde el Señor nos ha puesto. Tejido social que sea una muestra de solidaridad y amor para con el prójimo necesitado y sufriente.
La iglesia que no se preocupe de esta área, tendrá graves carencias evangelísticas por mucho que alce su voz. La evangelización implica la transformación social creando nuevas formas de convivencia que abarque tanto a lo económico, como a lo jurídico, como a lo cívico, como al mundo del trabajo y la redistribución solidaria de bienes.
Evangelizar es, también, junto a la proclamación y la oferta de salvación personal, buscar un mundo mejor, de hermanos, solidario y dignificador de los más débiles y en compromiso con los pobres del mundo. Son exigencias irrenunciables del Evangelio aunque éste no se agota en la sola promoción humana. Los evangelizadores, el conjunto de laicos preparados que conforman la membresía de las iglesias, deben ser personas renovadas, que se esparcen intencionadamente por todos los ámbitos sociales, buscando un mundo también renovado y adaptado a los parámetros que marcan los valores del reino. Evangelizar es acercar el Reino de Dios y sus valores dignificadores y liberadores a todos los hombres.
CUARTA: Preparación de todos los laicos convertidos y ya evangelizados. Concienciarlos de que deben ser suscitadores de iniciativas que redunden en la evangelización.
La evangelización no es sólo una cuestión de pastores más o menos profesionales o de evangelistas estrella. En la sociedad secular en la que nos movemos puede tener más impacto el evangelista laico que se desenvuelve con normalidad en la vida social y en su trabajo secular, que el profesional religioso. Los pastores, preparados y profesionalizados, tienen la gran tarea evangelística de la formación de los laicos y concienciarlos para que asumen sus tareas evangelizadoras situándose en aquellos lugares en donde se mueven los focos de interés de la vida social.
QUINTA: Que las iglesias pasen a ser comunidades abiertas a los barrios en donde están situadas. Comunidades de servicio, integradas en la vida de los barrios y dispuestas a orientar, aconsejar y servir a quienes se acerquen a nuestras puertas.
Nuestras iglesias están demasiado tiempo cerradas. No es suficiente con que se abran para el culto matutino o vespertino de los domingos. No es suficiente con que a una hora de la mañana lleguen unos cuantos coches con personas dispuestas a alabar, pero que, después, desaparezcan eludiendo el compromiso con los barrios. La iglesia debe reflejar un compromiso en la promoción social y cultural de su ámbito de influencia, comenzando por los más cercanos. La iglesia debe irradiar en todo su entorno relaciones de justicia, paz y libertad, relaciones de promoción social de los jóvenes, las mujeres, los niños, los trabajadores, los enfermos, así como transmitir preocupación por la justicia en el mundo en relación con la dignificación de los más pobres, desclasados y proscritos.
Al lado de todo esto y de forma irrenunciable y prioritaria, la proclamación del nombre de Jesús. Así seguiremos su ejemplo compartiendo la vida, el pan y la Palabra.
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