Antes de que hubiera ninguna civilización o Estado, el matrimonio ya estaba ahí. Es anterior a todo lo demás y por lo tanto posee una excelencia que le comunica un honor particular, que ninguna otra entidad tiene.
Pareciera mentira que aquel hombre necesitara algo más, teniendo en cuenta que había sido puesto en un paraje perfecto, donde todo lo que le rodeaba era armonía, plenitud y paz. Adonde quiera que dirigiera su mirada sólo encontraba belleza y deleite, porque todas las criaturas obedecían a una ley superior, establecida por el sabio Creador, por la que la vida se manifestaba en una profusión de variedad y color, que en inagotable riqueza brotaba por todas partes. Las aves cada mañana lo saludaban con sus cantos, los animales terrestres y acuáticos le eran motivo de consideración y gozo, las plantas le alegraban con sus delicados perfumes y los astros celestes le movían al asombro y la contemplación. Pero por encima de todo ello estaba Dios, su Hacedor, que le había dotado no sólo de existencia, sino también de facultades especiales que ninguna otra criatura tenía. Con él tenía plena comunión y satisfacción. ¿Podía pedir más este hombre? ¿Necesitaría algo más, quien todo lo tenía?
Y sin embargo, en aquel escenario donde todo ‘era bueno en gran manera’, había algo que no era bueno para el hombre. ¿Cómo puede ser? ¿Será que Dios hizo algo no bueno? ¿Que hizo algo malo? Pero lo que no era bueno no consistía en algo de lo que había, sino de lo que no había. No de lo que abundaba, sino de lo que faltaba. Lo que no era bueno no era nada de lo presente, sino lo ausente.
Y así fue como el mismo Creador, que notó que la falta de un semejante no era buena para el hombre, hizo a la mujer, prorrumpiendo al verla en una exclamación de asentimiento, porque esta vez sí, tenía ante él no a una criatura como las que hasta entonces había conocido, sino a una con la que podía relacionarse a un nivel que con las demás no podía. Era igual a él, pero diferente a él. Era igual, no porque fuera un clon, sino porque estaba hecha de su misma naturaleza; pero era diferente, porque era complementaria a él.
Resulta llamativo que las palabras varón y mujer en la lengua hebrea sirven para designar tanto a los dos géneros en su cualidad de seres individuales, como en su cualidad de cónyuges. Es decir, la palabra varón es también la palabra para esposo y la palabra mujer es también la palabra para esposa, lo cual indica una continuidad entre la identidad de género y su posición en el matrimonio. No hay un cruce de identidad de género y posición; esto es, el varón no puede ser la esposa ni la mujer puede ser el esposo. El varón es esposo y la mujer esposa, no solo en el sentido gramatical, sino en el esencial.
Ese fue el primer matrimonio, establecido antes de que hubiera ningún tipo de sociedad, ni comunidad, ni agrupación, ni colectividad. La unión de aquel hombre y aquella mujer, cuando todo era perfecto, era el perfecto designio del Creador. Así que el matrimonio de un hombre y una mujer no proviene del orden de un mundo caído, ni es un convencionalismo social, fruto de una cultura o época. Antes de que hubiera legisladores y gobernantes, ya era el matrimonio. Antes de que hubiera ninguna civilización o Estado, el matrimonio ya estaba ahí. Es anterior a todo lo demás y por lo tanto posee una excelencia que le comunica un honor particular, que ninguna otra entidad tiene. No es el legislador el que define y determina al matrimonio, porque la naturaleza del matrimonio está más allá de la competencia de cualquier legislador. Es del matrimonio de donde manan todas las demás instituciones, de las que los legisladores forman parte. El matrimonio es la raíz y la institución del legislador una rama, no al revés.
Pero aunque las condiciones de este mundo y del ser humano ya no son como las que había cuando aquel primer matrimonio fue formado, con todo, su valor sigue en pie. No fue disuelto el matrimonio cuando se produjo la Caída. Muchas cosas se acabaron entonces y otras, terribles, surgieron. Pero el matrimonio de aquel hombre y aquella mujer continuó. La entrada del pecado no significó su anulación. En medio de la debilidad de ambos, en el triste panorama que había emergido, el matrimonio seguía vigente, porque era necesario. Por supuesto, el matrimonio sufrió, porque no podía quedar indemne tras la desobediencia; pero no desapareció. En cambio, el paraíso sí desapareció.
Hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘El que halla esposa halla el bien y alcanza la benevolencia del Señor.’ (Proverbios 18:22). Como este texto fue escrito milenios después de aquel primer matrimonio, se sigue que el valor y la excelencia del matrimonio siguen en pie, a pesar de todo lo que ha ocurrido desde entonces. Es destacable que la palabra ‘bueno’ aparece ahí, porque del mismo modo que no era bueno que el primer hombre estuviera solo, así la esposa, ahora, sigue siendo lo bueno para el esposo. El matrimonio que fue bueno al principio lo sigue siendo ahora. Es más, dice el tweet, la esposa es una muestra fehaciente del favor de Dios hacia el varón, una señal inequívoca de su buena voluntad. Lutero dijo: ‘Cerca de la Palabra de Dios no hay un tesoro más precioso que el santo matrimonio. El mayor don de Dios sobre la tierra es una esposa piadosa, alegre, temerosa de Dios y hogareña, con la que puedes vivir en paz, a la que puedes confiar tus bienes, tu cuerpo y tu vida.’ Coincido plenamente con el reformador.
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