El 9 de abril de 1945 Dietrich Bonhoeffer fue ahorcado junto a otros seis miembros de la oposición al régimen nazi. Había aceptado su ejecución como consecuencia de su resistencia activa.
En la mañana del 9 de abril de 1945 -corrían los últimos días del Tercer Reich- un hombre alto y con gafas fue llevado de su celda en el campo de concentración de Flossenbürg a una soga que colgaba de un gancho en una pared del patio. Cuando le pusieron la soga alrededor de cuello, dijo: “Esto es el fin. Para mí, el comienzo.” Su nombre era Dietrich Bonhoeffer.
En las horas siguientes, sus compañeros, el almirante Wilhelm Canaris, jefe del servicio del contraespionaje militar alemán, y unos cuantos más, fueron ejecutados de la misma manera. Estaban acusados de alta traición por haber participado en varios intentos de asesinato de Hitler, todos ellos fallidos.
No carece de cierta ironía que este teólogo y pastor luterano fuera pacifista. De hecho, dos años antes ya había tenido problemas con las autoridades por negarse a prestar servicio militar e intentar convencer a otros de hacer lo mismo.
Aunque Bonhoeffer era pacifista, finalmente llegó a la conclusión de que, bajo circunstancias extremas, el creyente tiene que actuar para proteger la vida, incluso si esto significa matar. Los horrores del Tercer Reich le llevaron a la conclusión de que la fe cristiana no admitía otra posibilidad que la de liquidar a Hitler para salvar la vida de muchas otras personas.
Bonhoeffer se sirvió de una simple analogía para explicar su postura. Si una persona loca conduce un coche con la intención de atropellar a peatones en una acera, cualquier persona tiene el deber de pararlo, arrebatándole el control del coche. De la misma manera, un cristiano no puede limitarse a orar simplemente por las familias de las víctimas, sino que tiene que tomar cartas en el asunto.
Bonhoeffer nació en 1906 en la ciudad de Breslavia. Su padre era un psiquiatra conocido y la familia vivía una vida típica de clase media-alta en las afueras de Berlin. Tenía siete hermanos. Su padre no era religioso, pero su madre, cristiana luterana, hizo todo lo posible para ganar para la fe sobre todo a los recién nacidos de la familia, entre ellos Dietrich.
El joven Bonhoeffer creció fascinado, incluso obsesionado, con las grandes cuestiones de la vida: la vida después de la muerte, el concepto de la eternidad y el porqué de la vida. Corrían los tiempos de la Primera Guerra Mundial y la familia tuvo que lamentar las muertes de varias personas queridas.
En el instituto de Berlín donde Bonhoeffer cursó sus estudios destacó por sus capacidades intelectuales. A los 13 años le anunció a su familia que iba a estudiar teología. Sus hermanos mayores se rieron de él. Tampoco su padre estaba a favor. Pero una de las cualidades de Dietrich era su determinación. Nadie iba a sacarle esta idea de la cabeza.
A los 18 años ingresó en la facultad de teología de la universidad de Tubinga, y más tarde siguió sus estudios en Berlín. La facultad de Berlín era el centro del pensamiento racionalista alemán. Muchos de los profesores de esta institución habían abandonado en los siglos XIX y XX la fe histórica en Jesucristo. Para ellos, la fe cristiana -y todas las religiones- eran simplemente experiencias subjetivas. Por eso, en su facultad no había ningún catedrático de teología que creyera en la Biblia como la auténtica Palabra de Dios.
Estudiando los libros del teólogo suizo Karl Barth, Bonhoeffer llegó a la conclusión de que era necesario abandonar la “Alta Crítica”, que negaba lo sobrenatural en la Biblia, para volver a establecer la importancia de la historicidad de la fe cristiana y el carácter divino de la ética. Esto le llevó a abrazar la fe en la absoluta soberanía de Dios y su revelación en Jesucristo.
Aunque era luterano, Bonhoeffer quedó muy influenciado por las convicciones reformadas de Barth, y pronto se dio cuenta de que la iglesia luterana alemana estaba en gran medida muerta y necesitaba de un encuentro real con Cristo resucitado.
Finalmente, Bonhoeffer se sacó su doctorado en teología en 1927, a la edad de 21 años. Inmediatamente después de terminar su carrera aceptó el ministerio de copastor en la iglesia evangélica alemana de Barcelona. Pastorear a personas con sus problemas cotidianos le transformó de un mero teólogo a un teólogo pastor. Pero no fueron en primer lugar las necesidades de su congregación alemana las que transformaron su corazón, sino la indiferencia de sus feligreses hacia la pobreza que había en aquel momento en España. Pasó un año entero en la ciudad condal y después volvió a Alemania para terminar una tesis de posgrado que le daría el derecho de enseñar teología en las facultades de Alemania.
Sin embargo, no iba a empezar a enseñar en su país natal. Cruzó el Atlántico y enseñó durante un año en el Union Theological Seminary de Nueva York antes de volver a Berlín.
En enero de 1933, Hitler se convirtió en canciller de Alemania y, un año más tarde, tenía todo el poder del país en sus manos. El antisemitismo de Hitler encontró una respuesta firme de parte de teólogos como Barth y Bonhoeffer. Junto con otros pastores y teólogos organizaron la Iglesia Confesante, que se desmarcó de la Iglesia Nacional mayoritaria que seguía la ideología nazi. La Iglesia Confesante público su fidelidad a Jesucristo y el evangelio en la famosa declaración de Barmen el mismo año. Esta declaración contenía una frase clave:
Rechazamos la falsa enseñanza que la Iglesia puede y tiene que reconocer otros acontecimientos y poderes, personalidades y verdades aparte de la revelación divina en la única Palabra de Dios.1
Era una declaración de guerra al nacionalsocialismo. Mientras tanto, Bonhoeffer había terminado uno de sus libros más famosos, El precio de la gracia. Se trataba de un llamamiento a una obediencia más radical y fiel a Cristo y un rechazo frontal de un cristianismo cómodo. Bonhoeffer escribía:
La gracia barata es la predicación del perdón sin requerir arrepentimiento, el bautismo sin la disciplina de la iglesia, la Comunión sin la confesión, la absolución sin la confesión personal. La gracia barata es la gracia sin discipulado, la gracia sin la cruz, la gracia sin Jesucristo, vivo y encarnado.2
En aquellos años, Bonhoeffer estaba enseñando a pastores en un seminario clandestino en una pequeña ciudad cerca de Berlin, ya que el gobierno alemán le había prohibido enseñar en la universidad. Finalmente, los nazis descubrieron el seminario y lo cerraron. Ya que la Iglesia Confesante era cada vez más reacia a oponerse abiertamente al gobierno nazi, decidió cambiar de estrategia. Hasta ahora había sido pacifista e intentó oponerse al nacionalsocialismo con palabras. Por sus contactos en toda Europa consiguió entrar en las filas del contraespionaje alemán para evitar así el servicio militar. El gobierno alemán pensaba que Bonhoeffer podía conseguir informaciones importantes por ser una persona internacionalmente reconocida. Debería recabar información en los lugares que visitaba. Al mismo tiempo, Bonhoeffer tenía su propia agenda: facilitó la huída de judíos de Alemania y puso a los aliados al tanto de los planes de asesinar a Hitler. Algunos de los altos mandos del contraespionaje alemán formaban parte de un grupo de resistencia y Bonhoeffer pronto estableció contacto con ellos.
En junio de 1939, Bonhoeffer viajó a Nueva York, donde se le ofreció una docencia de teología. Sin embargo, enseguida se dio cuenta de que aceptar esta oferta había sido un error y un mes más tarde volvió a Alemania. Faltaban seis semanas para el comienzo de la Segunda Guerra Mundial. En una carta al teólogo Reinhold Niebuhr escribió más tarde:
Fue un error venir a América. Tengo que vivir este periodo difícil en la historia de nuestro país con los creyentes de Alemania. No tendré derecho a participar en la reorganización de la vida cristiana en Alemania (…) si no comparto las luchas de este tiempo con mi pueblo.3
Aunque Bonhoeffer estaba al tanto de varios intentos de asesinar a Hitler, no participó activamente en ellos. Sin embargo, su militancia en la resistencia fue descubierta finalmente.
En la tarde del 5 de abril de 1943, dos hombres llegaron en un Mercedes negro y se llevaron a Bonhoeffer a una cárcel de Berlín. Pasó dos años en prisión, escribiendo cartas a familiares y amigos, pastoreando a otros prisioneros y reflexionando sobre asuntos prácticos de la fe. Estos largos meses fueron decisivos para trazar las líneas maestras de su teología.
Finalmente le trasladaron a los campos de concentración de Buchenwald y, finalmente, a Flossenbürg.
El 9 de abril de 1945, un mes antes de la capitulación de Alemania, Bonhoeffer fue ahorcado junto a otros seis miembros de la oposición al régimen nazi. Había aceptado su ejecución como consecuencia de su resistencia activa. No se consideraba “inocente”, sino que aceptó la sentencia sobre la base de Mateo 26:52: “…los que tomen espada, a espada perecerán”.
Una década más tarde, un médico testigo del ahorcamiento de Bonhoeffer describió lo que había visto:
Sacaron (…) a los prisioneros de sus celdas y se les leyó la sentencia del tribunal de guerra. Por la puerta semi abierta de uno de los cuartos vi al pastor Bonhoeffer (…) arrodillado en el suelo, orando con fervor a Dios. Me quedé tocado profundamente por la oración de este hombre encantador que estaba tan seguro de que Dios iba a escuchar su oración. Llegando a la horca oró de nuevo y subió los peldaños, firme y tranquilo. La muerte vino a los pocos segundos. En los casi 50 años que llevo de médico, nunca he visto una persona morir tan sumiso a la voluntad de Dios.”4
La correspondencia de Bonhoeffer desde la cárcel fue finalmente publicada bajo el título Resistencia y sumisión.5
Notas
1 Declaración de Barmen (1934), art. I
2 D. Bonhoeffer: El precio de la gracia, Ediciones Sígueme, 1968, p.16
3 Eberhard Bethge: Dietrich Bonhoeffer, Gütersloher Verlagshaus 1993, p.87
4 Wolf-Dieter Zimmermann:Begegnungen mit Dietrich Bonhoeffer.ed. Christian-Kaiser, Munich (1964), p.192
5 Dietrich Bonhoeffer: Resistencia y sumisión. Salamanca: Ediciones Sígueme, cuarta edición, 1983.
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