Los capítulos 17 y 18 del primer libro de Reyes solo nos hablan de éxitos a favor de Elías. Inmediatamente después de estos éxitos le sobreviene un desplome brutal.
Nadie podía imaginar lo que ha ocurrido y lo que está ocurriendo cuando entre febrero y marzo de 2020 hizo su instalación en los cuerpos humanos el virus que ha quedado con el nombre de coronavirus, poco después convertido en pandemia, extendida por 190 países.
Cuando escribo este artículo, acabando el mes de junio, el coronavirus ha matado a 3,57 millones de personas y ha contagiado a 169 millones. ¡Demencial!
Uno de los síntomas mentales que el coronavirus nos ha dejado como herencia ha sido la depresión. Junto al virus, la depresión ha cabalgado por el mundo con la rapidez de los cuatro jinetes del Apocalipsis.
Decía la Organización Mundial de la Salud que antes del virus, de los siete mil millones de personas que entonces poblaban la tierra, tres mil millones padecían alguna forma de depresión. Con la epidemia ha aumentado considerablemente esta cifra. El doctor Juan Antequera, Psicólogo clínico de la sanidad pública madrileña, decía el pasado 11 de mayo en el periódico El Mundo que “el 40% de la población tiene síntomas de depresión”. Esto supone casi la mitad de las mujeres y hombres que poblamos la tierra. ¡Horrible! El exfutbolista inglés Stan Collynore, en su día el fichaje más caro de la historia del fútbol británico, decía a medios de comunicación en Londres, quejándose del confinamiento impuesto: “Este confinamiento por el coronavirus es letal para quienes tenemos tendencia a la depresión”. Y añadía: “La depresión es un cáncer del alma. He tenido ideas suicidas”.
El bioquímico alemán Frederic Vester, en su libro El fenómeno stress, editado por Plaza y Janés, explica: “Es un error creer que la depresión sólo la padecen los hombres de negocios y los altos ejecutivos. La depresión se encuentra en todas las capas de la sociedad: en los obreros de las fábricas, en empleados de oficinas y comercios, en niños con edad escolar, en jóvenes estudiantes y trabajadores, en matrimonio jóvenes, en personas adultas; se da muy frecuentemente en ancianos que viven aislados, solitarios, porque uno de los dos ha muerto y el otro se considera demasiado viejo para iniciar una nueva relación sentimental. Como la hiedra, la depresión trepa todas las paredes y penetra por las puertas y ventanas en el cuerpo humano a las enfermedades de la mente y el espíritu”.
¿Cómo se detecta a una persona deprimida? ¿Cuáles son los síntomas? ¿Qué características manifiesta?
Los investigadores del tema no coinciden plenamente en la sintomatología del deprimido. De aquí que ofrezcan sinopsis parciales y frecuentemente fragmentadas.
Espigando datos de las más acreditadas autoridades en el campo de la depresión, podemos establecer un cuadro bastante completo.
La persona deprimida padece algunos, muchos o todos estos síntomas:
—Se siente triste sin motivo concreto.
—Nota un cansancio excesivo.
—Huye de los amigos.
—Le resulta difícil conciliar el sueño.
—Se cree más malo de lo que es en realidad.
—Se mortifica por cosas que ya había olvidado.
—Piensa que sería mejor acostarse y no levantarse más.
—Prefiere estar solo en casa, mejor con la luz apagada, sin querer ver a nadie.
—Nota una disminución de la memoria.
—Disminuye la actividad física.
—Disminuye la actividad sexual.
—Cree que nadie le comprende.
—Rechaza la ayuda de amigos y familiares.
—Siente un malestar interior que no puede explicar.
—Su carácter se torna irritable.
—Rehúye el diálogo. Se niega a hablar de su enfermedad.
—Piensa con frecuencia en el suicidio.
Estos son los rasgos principales de la persona enferma de depresión. No son los únicos, pero sí los más característicos.
La depresión es el vacío del alma. El cuerpo vive como un autómata, mientras el espíritu emprende viaje a ninguna parte.
¿Tiene cura la depresión? Algunos psicólogos y psiquiatras dicen que si. Otros lo creen difícil. Por lo general, al deprimido se le suele recetar medicamentos relajantes. No existen otros. La depresión no es una enfermedad física. Los antibióticos no hacen nada. Los medicamentos que se recetaban antes eran, principalmente, el Valium y el Librium, me dice el psiquiatra amigo que he consultado. Ahora van desde el Lexatín al Prozac, el Citalepan, el Proxil, el Sertalina y otros según el psiquiatra.
En determinados casos se aplica al enfermo lo que el catedrático de psiquiatría en Madrid, Enrique Rojas, denomina en su libro La ansiedad como psicoterapia: “Ayudar a comprenderse uno mejor a si mismo; saber conocer e interpretar mejor la realidad; aprender a tener un mayor autocontrol; dominar los impulsos y llegar a ser dueño de uno mismo; ir teniendo reacciones más lógicas y comprensibles en las que exista una mejor relación estímulo-respuesta.”
Por su parte, el psiquiatra norteamericano J. F. Weis habla en su libro Factores psicológicos en el stress y la enfermedad, de logoterapia: “Se trata, en síntesis, de despertar al individuo, de enfrentarlo a sus propias responsabilidades, de hacerle descubrir sus propios valores, de que recobre el sentido de la vida”.
¿Curan la depresión estos tratamientos? Hay dudas. En otras páginas del libro citado, el prestigioso psiquiatra de Estados Unidos, J. F. Weis, confiesa: “Como científico, me veo obligado a admitir que no tenemos un remedio definitivo contra la depresión. Aconsejamos terapias, suministramos medicamentos, establecemos clínicas, pero no logramos erradicar la depresión, enfermedad que aumenta con los años. Los tratamientos que aplicamos funcionan en unos casos y en otros no. Los remedios de la ciencia pueden ser tan eficaces como cualquier otro”.
¿Cuáles son esos otros remedios? ¿Puede funcionar la terapia espiritual? ¿Acaso se intenta? ¿Se cree en ella?
La psiquiatría moderna asegura que algunas depresiones, sólo algunas, son más frecuentes después de un gran fracaso o tras la exaltación de un gran éxito.
El profeta Elías encaja perfectamente en el segundo caso. Los capítulos 17 y 18 del primer libro de Reyes solo nos hablan de éxitos a favor del profeta: resucita al hijo de una viuda en Sarepta de Sidón; se presenta ante el rey Acab, que andaba buscándolo para matarle; desafía a 450 profetas de Baal y, en la cumbre del Monte Carmelo, les demuestra la superioridad de su fe religiosa; ora pidiendo al cielo que llueva y Dios responde a su petición; corre ante la carroza que transportaba al rey Acab y llega a Jezrael antes que el rey.
Inmediatamente después de estos éxitos le sobreviene un desplome brutal. El gigante de la fe se transforma en un ser mediocre. El amigo de Dios se desmaya hasta el polvo. El motivo fue que la reina Jezabel había jurado matarlo para vengar la muerte de los profetas de Baal. El texto bíblico dice que Elías, “viendo, pues el peligro, se levantó y se fue para salvar su vida”. (1ª de Reyes 19:3).
Huye al desierto, se interna en una cueva, es un hombre deprimido. Es allí donde Dios le habla y le aplica una terapia divina para vencer la depresión, consistente en diez puntos, todos ellos contenidos en el capítulo 19, primer libro de los Reyes.
Ternura (versículo 5)
El ángel de Jehová se le acercó “y le tocó”. Fue un toque de ternura.
El amor familiar puede ser una medicina de oro para vencer la depresión.
Superación (ver. 5)
Después del toque amoroso, el enviado de Dios le dice: “Levántate”. Dios no quería a Elías perdido en un lugar de la cueva. A la persona deprimida no podemos decirle “quédate en ese rincón y déjanos en paz”. Hemos de decirle que haga un esfuerzo y se levante de su postración.
Alimentación (ver. 5)
Tras pedirle que se levante le pide que coma. Elías debería estar hambriento. El médico francés Amiel dice que muchas depresiones tienen como causa las anomalías alimenticias. La persona deprimida se mueve en dos polos opuestos: o se niega a comer o come a todas horas. Hay que regularle la alimentación.
Descanso (ver. 6)
Elías “comió, y bebió, y volvió a dormirse”.
En un organismo con depresión habita una mente deprimida. En un cuerpo cansado, una mente cansada. En realidad la administración de pastillas a la persona deprimida va encaminada a relajar la tensión y lograr que la persona descanse el mayor tiempo posible. Que duerma muchas horas.
Proyección de futuro (ver. 7)
Este fue el mensaje divino al profeta deprimido: “Levántate y come, porque largo camino te resta”. Hay que inyectar este motivo de ánimo a la persona deprimida. Ha de tratar de vencer la depresión porque no es una enfermedad terminal. Tenga la edad que tenga, le resta un camino por vivir.
Sentido de la existencia (vers.9 y 13)
El enviado de Dios hace dos veces al profeta la misma pregunta: “¿Qué haces aquí, Elías?”. No preguntaba qué hacía en la cueva, él lo sabía. Le estaba preguntando qué hacía en aquella situación un hombre de tantos valores. Muchos deprimidos creen que su vida carece de sentido. Es preciso convencerlos de que no es así, que traten de superar la enfermedad y aspiren a nuevos proyectos. El ser humano no está nunca acabado.
Cambio de ambiente (ver. 11)
“Sal fuera”, dice el ángel al profeta. Cambia de lugar.
Muchos psiquiatras aconsejan a familiares que saquen a la persona deprimida de sus ambientes habituales. Es posible que esto no lo cure, también es posible que influya muy positivamente en su ánimo.
Nuevas metas (vers. 15-16)
En la misma línea del sentido de la existencia, el mensajero divino dice a Elías que en ese largo camino que le resta tiene cosas importantes que hacer: nada menos que ungir a dos reyes, Hazael y Jehú, y ungir al profeta Eliseo para que le suceda en su ministerio. ¿Se puede, se debe poner tan altas responsabilidades sobre los hombros de un hombre deprimido? Dios lo hizo y el profeta respondió. ¿Por qué no utilizar el mismo método con el hombre o la mujer que estén pasando por el trance de la depresión?
Solidaridad (ver. 14)
Cuando Elías dice al ángel que ha quedado sólo en Israel, Dios lo corrige: hay siete mil que han seguido su ejemplo y que están dispuestos a seguirle.
La persona que padece depresión tiene momentos en los que cree que la han abandonado, que a nadie interesa su estado. Es la hora de demostrarle que está equivocado, que padres, madres, hijos, hermanos, amigos viven preocupados por su situación y se mantienen a su lado.
Huir del ruido (vers. 11-12)
El cuerpo humano y la mente forman una totalidad que debe ser mantenida en su integridad. La persona deprimida no soporta el ruido, porque le afecta a la mente y al cuerpo. Estando Elías en una cueva es testigo de potentes desastres naturales: Viento, fuego, relámpagos, terremotos, pero Dios no estaba en ellos. Dios estaba en el “silbo apacible y delicado”, ausente del ruido, en la tranquilidad, en el descanso. En el libro Ilusión de vivir, el ya citado psiquiatra Enrique Rojas aconseja proveer para la persona deprimida “paz, calma, sosiego, serenidad, tranquilidad”. Librarla de ruidos.
Podría haber escrito cinco o seis folios de cada uno de estos diez puntos y haber añadido otros diez. Pero esto no es un ensayo. Pretende ser un artículo de prensa que me ha salido demasiado largo. Pido disculpas. El próximo lo reduciré a la mitad de este.
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