Todo esto hace que se vaya formando el concepto de evangelización como algo puntual, que ocurre de vez en cuando, de forma aislada, y olvidamos la importancia de todo el proceso evangelístico que se debe dar tanto en la iglesia como en la vida del cristiano.
Por eso es
muy importante unir el concepto evangelización al concepto de testimonio. En mi iglesia de origen, allá en un pueblo de la Mancha, se daba mucha importancia a este concepto. Se insistía en que había que cuidar el testimonio personal, cuestión que implicaba el
encontrar una síntesis entre la vivencia de la fe y la vida diaria: cuidar nuestros actos, nuestras solidaridades, nuestros estilos de vida, nuestras palabras, nuestras prioridades. Todo ello debería transmitir un mensaje de posibilidad de una nueva forma de vida. Así, el anuncio evangelístico y el testimonio deberían ir juntos. Evangelizar era algo más que verbalizar el mensaje.
La evangelización se entendía como un proceso que podía culminar, de vez en cuando, en algún acto puntual de apoyo, pero que no valía de mucho si el anuncio no estaba sostenido en un testimonio de vida.
La evangelización no debe ser entendida como un acto puntual que se realiza de vez en cuando. El proceso evangelístico está unido a nuestro proyecto de vida y al proyecto de vida de la iglesia. La evangelización está inmersa en la misión global y completa de la iglesia. Cuando no es así, los actos puntuales y las campañas evangelísticas están condenados al fracaso… y así lo hemos contemplado en múltiples ocasiones.
La evangelización, así, supone todo un proceso en el que se debe lograr que se dé una conjunción y síntesis entre la fe y la vida, el anuncio y el testimonio, la palabra y la realización de ésta. Por eso, cuando se anuncia el Evangelio del Reino, los hombres deben poder comprobar que hay personas comprometidas con el mundo, con una nueva manera de ser y de vivir, de hablar y de actuar, con una nueva manera de buscar justicia que es también justificación ante Dios, nueva manera de entender la relación con el prójimo al que queremos dignificar tanto para la eternidad como para nuestro aquí y nuestro ahora. No se puede anunciar el Evangelio de forma desencarnada de la realidad, de espaldas al dolor de los hombres sin que nos importen las injusticias humanas ni los sufrimientos y avatares de las vidas que queremos evangelizar.
Así, la evangelización, preocupada por el hombre, anuncia y denuncia, porque el Evangelio también es denunciador de toda estructura de pecado o estructura social injusta que impide el que los hombres puedan tener una vida plena, vida plena que no se debe ver solamente en la metahistoria, en el más allá. El reino de Dios que instaura Jesús es también para el presente, ya está entre nosotros.
Por eso une la evangelización Jesús a signos, señales y milagros que, en el fondo, eran una rehabilitación social de personas que por su enfermedad, por el desprecio de muchos considerados puros o por estar estigmatizados socialmente, habían sido recluidos en los márgenes de la sociedad. Hoy, unir la evangelización a la promoción social de las vidas de las personas, también produce signos, señales y milagros necesarios en el proceso evangelístico. Es unir la fe a la vida, es conseguir que se dé la realización del mensaje y del anuncio que estamos comunicando. Un error de algunas corrientes cristianas es considerar que hoy los únicos milagros que se producen están restringidos a las sanidades físicas de las enfermedades comunes.
Así, a través de la evangelización, a través de la síntesis entre anuncio y testimonio, a través de la conjunción entre fe y vida, uno de los milagros, signo o señal en el mundo que se deben producir junto a la evangelización, es la instauración de una nueva forma de entender la vida en donde se dé el amor y la solidaridad entre los hombres que nos conduzca al servicio, a la potenciación de la búsqueda de la justicia y a la denuncia profética de toda opresión y marginación o exclusión de cualquier grupo humano.
Cuando realmente compartimos la vida, el pan y la Palabra, no nos queda más remedio que preocuparnos por las causas sociales que impiden que muchos hombre tengan pan, por las causas que hacen que muchos hombres tengan que estar en la infravida. Y, cuando el evangelizador es consciente de que la situación de mi prójimo puede cambiar actuando sobre las causas de su dolor, no puede pasar de largo ante las situaciones de injusticia que impiden la promoción social de tantas personas.
Quien pase de largo ante el grito del pobre o del sufriente, está condenando al fracaso su evangelización y será condenado como mal prójimo. Es por eso que los agentes evangelizadores, que deben ser todos los cristianos en el ámbito personal y la iglesia en todo su proceso misionero, deben unir el anuncio a la denuncia y a la acción social evangelizadora con nuevos compromisos especialmente con los más débiles, nuevos métodos y nuevas expresiones adecuadas a los diferentes contextos culturales. Así sería el proceso evangelístico que, en ningún caso, se debe restringir a actos puntuales. Así sería todo el proceso evangelístico que nos debe llevar a compartir la vida, el pan y la Palabra. ¡Señor, que así sea! Queremos ser tus discípulos.
Si quieres comentar o