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La ficción nos hará libres

La moraleja se deja, casi siempre, en abierto. La hay, la reconocemos, pero Jesús no la obliga, no nos la impone.

AMOR Y CONTEXTO AUTOR 24/Noa_Alarcon_Melchor 21 DE JUNIO DE 2021 17:00 h
Foto de [link]Annie Spratt[/link] en Unsplash CC.

Me gusta cuando se nos relata en los evangelios que a veces, solo a veces, Jesús explicaba sus parábolas; y, sin embargo, solo se las explicaba a unos cuantos de sus discípulos, a los doce y pocos más. Sin embargo, las parábolas se las contaba a miles cada vez. Es posible que muchos que más tarde formaron parte de la primitiva iglesia de Jerusalén en su momento solo hubieran escuchado hablar a Jesús aquellas historietas, y hubieran tenido que volver a sus vidas rutinarias con el cuento en la cabeza, literalmente. Un padre perdona a su hijo pródigo, un sembrador salió a sembrar, el buen samaritano, la oveja perdida. Puede que hubiera mucha gente que se acercó al Jesús contador de historias porque sabía que en ellas había verdad y amor; y, sin embargo, no supieron de toda la teología hasta después. 



Pensaba que éramos solo los cristianos mal enseñados los que sentíamos esa necesidad imperiosa, por lo habitual, de controlar todos los discursos, de tener las moralejas controladas y de hacer, en esencia, lo contrario de lo que hizo Jesús. Sin embargo, estos días ha saltado una de esas polémicas periódicas en redes sociales, esta vez alrededor de la literatura infantil y de quienes, desde su arrogancia y su ignorancia, se creen que vienen a salvarla cuando se encuentra en perfecto estado de salud. Hay quienes se creen que por no estar enseñando a los niños “cosas” (moralejas concentradas, lecciones de vida constantes) no se les está enseñando nada. Son los mismos que señalarían a Jesús y le acusarían de no estar esforzándose nada en enseñar la verdadera teología con sus “historietas”. 



No es un vicio de mal cristiano, exclusivamente. En realidad, ese desprecio por la imaginación, la creatividad, y el espacio para el pensamiento crítico del otro, es un mal vicio de la sociedad en general, y los malos cristianos lo adoptan, le pintan un versículo encima y lo pretenden santificar. Y el ejemplo de Jesús, de nuevo, no puede estar más lejos.



Siempre nos fijamos en las parábolas, porque, por fortuna, las tenemos por escrito y podemos estudiarlas, y meditarlas, en ese maravilloso regalo de la revelación divina que es la Biblia. Sin embargo, junto a las parábolas, detrás de ellas, viene el acostumbrado silencio de Jesús. Lo más común es que él no las explicara, que dejara que sus pequeñas ficciones volaran solas hasta las imaginaciones ajenas y allí tomaran vida. La moraleja se deja, casi siempre, en abierto. La hay, la reconocemos, pero Jesús no la obliga, no nos la impone. Nos cuenta la historia y deja que la ficción haga su efecto liberador en nosotros.



Leía no hace mucho una entrevista que le hicieron a la mujer que escribió el libro en el que está basada la serie Unorthodox (Netflix) sobre una comunidad judía muy conservadora, donde a las mujeres se las dominaba y controlaba en cada parcela de su vida. Esta mujer contaba que durante su infancia y adolescencia conseguía libros que leía a escondidas, novelas como Mujercitas, y que ese acto de rebeldía le cambió la vida. Me acuerdo también de Matilda, la novela de Roald Dahl, y cómo nos cuenta el hambre de libros que tenía la niña, y cómo eso la moldeó desde siempre. Recuerdo también cómo un hombre, un cristiano fantástico, me contaba con pesar que en la iglesia de su infancia les enseñaban que un buen cristiano no debía leer nada más que la Biblia, y que leer novelas era pecado. Cuando se jubiló, tantos años después, él decidió que se iba a dedicar, precisamente, a escribir novelas. 



Porque la literatura, la ficción, ya sea escrita o escuchada, nos hace libres. Y lo hace porque tiene una forma maravillosa de contarnos la verdad: cuando se escribe o se cuenta con honestidad y humildad, el autor no tiene ninguna necesidad de imponer la moraleja. Una buena historia es capaz de sembrar la enseñanza en la mente del que la recibe, honrando el ejercicio de la imaginación y la creatividad, que forman parte de nuestra imago dei. Del mismo modo que Dios nos dio la capacidad de razonar, nos dio la capacidad de imaginar, porque no se puede usar la razón bien sin usar la imaginación. Porque no puede ser que reconozcamos que el desarrollo de la imaginación es algo necesario para que los niños crezcan sanos, pero esperamos que, en cierto modo, desaparezca cuando crecemos. Qué tristes son los seres humanos sin pizca de imaginación. Qué lejos están de la felicidad. Creo que firmemente que aquello que nos hace profundamente felices tiene una raíz divina, y pocas cosas nos alegran y nos consuelan tanto como una buena historia: un buen libro, una buena serie. Las parábolas de Jesús. Y todos nosotros, de algún modo interno, siempre sabemos que esas historias tienen una raíz de verdad, que nos iluminan las zonas oscuras de nuestra vida. Y las parábolas de Jesús, una parte integral de sus buenas nuevas, no solo hacen eso, sino que además nos abren una vía directa hacia el corazón y el pensamiento de Dios, hacia cómo piensa amor hacia nosotros, cómo él piensa reconciliación, paz, cariño, santificación. Pero somos nosotros, los que las leemos, igual que aquellos primeros que las escucharon, quienes debemos caminar por nuestra cuenta el sendero para descubrir la verdad que nos cuentan, esa moraleja final. Por eso la ficción tiene un poder transformador para el alma humana que (creo yo, y creen muchos otros) tiene una raíz divina. Si te explican de forma sistemática una teología, podrás aprender muchos conceptos, pero la esencia de la vida cristiana, y de las buenas noticias de Cristo, no se aprenden a partir de un listado de conceptos. La ficción, las historias que leemos, o que nos cuentan, son una vía abierta para ampliar nuestra visión, nuestras experiencias, nuestra perspectiva. Son camino que debemos caminar. Se dice que quien ha viajado mucho es más sabio; sin embargo, creo que es más sabio aún el que ha leído mucho, el que ha visto muchas series, el que ha visto mucho cine, y ha hecho el ejercicio creativo de pensar en lo que cuentan.



Hace años, cuando comencé a trabajar en el mundo editorial y todavía estaba en prácticas, escuché decir a un editor de una editorial cristiana que ellos no apostaban por publicar obras de ficción “porque no se vendían lo suficiente”. Entiendo que este hombre tenía que proteger su negocio, aunque creo que esa clase de pensamiento mercantilista le hacía un flaco favor al evangelio. Dentro del mundo evangélico se tiene esa extraña desviación de creer que los buenos libros son de ensayo, devocionales, teologías sistemáticas y esas cosas. Sin desmerecer a esa clase de libros (que a mí me encantan, no puedo criticarlos), las numerosísimas asiduas a las novelas de Francine Rivers, por ejemplo, me darán la razón: una buena historia puede cambiar muchas cosas. Y te engancha. Y te da perspectiva, y te amplía los horizontes. Apostar por la ficción desde una perspectiva cristiana, entonces, no puede ser tan mala idea. 



Entonces, ¿por qué no se ha hecho casi nunca en territorios hispanohablantes? De nuevo, porque nos hemos dejado confundir. Nos hemos creído el cuento de la mercantilización de nuestra vida, de que la productividad lo es todo, y de que solo servimos para “hacer” cosas. Desde ahí, leer y escribir ficción es un acto de rebeldía, como le pasaba a Matilda, porque “servir”, lo que se dice “servir” desde la sociedad industrializada, solo sirve para hacernos mejores personas, y para poco más. Es algo que hacemos porque nos hace felices, aunque lo hacemos a escondidas, porque los adultos funcionales de nuestro alrededor no dejan de decirnos que perderse en las novelas no es ser responsable. No es nada nuevo: eso mismo le decían a Don Quijote.



Sé que no somos pocos los que nos hemos cansado de estas tontunas y desde hace tiempo hemos pensado no solo que merece la pena leer, pensar y escribir ficción desde nuestra espiritualidad cristiana, sino que es un acto de alabanza y servicio a Dios, al final. Yo llevo unos meses participando en un podcast en Dynamis Radio donde todas las semanas hablamos de un libro, o un cuento, desde una perspectiva espiritual (podéis escucharlo aquí). Me estoy apuntando a clubs de lectura, y también estamos pensando en montar alguno desde perspectiva cristiana. Y también estoy trabajando para desarrollar un taller de escritura creativa desde la espiritualidad, porque creo que hacemos falta más cristianos contando buenas historias.



Y he pensado que, ahora que me estoy recuperando poco a poco de unos meses de baja obligada por cuestiones de salud, no me apetece perder mucho el tiempo: quiero centrarme en la felicidad de Dios. “El gozo del Señor es nuestra fortaleza” (Nehemías 8:10). Para mí, esa felicidad se encuentra, sobre todo, en la literatura, en las historias. Hace poco saqué con los de Música y Letras un libro de cuentos, y creo que es el momento de sumarme a la labor de algunos más en este periódico y, de vez en cuando, dejar asomar por aquí un poco más de ficción. Y quien quiera sumarse, que me lo diga, que quizá no lo sabemos que puede suponer una vía abierta para acostumbrar a la sociedad a escuchar hablar, bien, a los cristianos.


 

 


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COMENTARIOS

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Luis brull torcal
22/06/2021
15:21 h
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Me alegra tu recuperación. estoy totalmente de acuerdo contigo. Había un "borrico viejo" aguantándose apoyado contra una pared y el niño comentó..:¡ Éste debe ser de la religión de mis abuelos!. Un abrazo Noa.
 



 
 
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