En algunos casos Jesús llamó con autoridad, como en el caso de Mateo, un hombre pecador, publicano. Jesús le sacó del banco de los tributos con un
“sígueme”. Un hombre al que ningún religioso hubiera invitado a ser uno de sus seguidores y, menos aún, se hubiera sentado a comer con él. Sin embargo Jesús se sentó a la mesa con él rodeado de muchos otros publicanos y pecadores. En cierta manera, Jesús provocó a las gentes, a los escribas y fariseos, que jamás se hubieran sentado a la mesa con estos proscritos. Jesús, en su tarea evangelística, escandalizó a estos grupos hasta que estos religiosos, escribas y fariseos, no pudieron callarse.
Los escribas y fariseos se sintieron retados por esa forma evangelizadora de Jesús, que para ellos era provocación, y se enfrentan a los discípulos por seguir a un maestro que come con publicanos. Esta provocación escandalosa para los fariseos, resultó en un mensaje evangelístico de Jesús:
“No he venido a llamar a justos, sino a pecadores”. Pocas veces, con nuestras actitudes no verbales, provocamos nosotros a las autoridades religiosas o políticas, pocas veces les escandalizamos ante gestos de solidaridad máxima con los pobres, con gestos límite con vistas a la dignificación de los proscritos, con gestos de amor a los más estigmatizados y pecadores, con gestos de bajarnos a la basura de la realidad para limpiar lo manchado. Nos falta valentía, novedad, reto, fuerza y frescura. Nos falta sentirnos libres para romper tabúes en solidaridad con los pobres y los perdidos, los marginados y los proscritos, los apuntados con el dedo como pecadores típicos. Nuestra evangelización, en la mayoría de los casos, no es buena noticia hoy para los pobres y proscritos.
Otro ejemplo puede ser Zaqueo. En la pedagogía evangelizadora de Jesús, no estaba sólo el dar mensajes explicativos. Jesús estaba atento a los anhelos de la gente, a sus deseos, a sus miradas, a sus búsquedas, a sus expectativas. En su pedagogía evangelística entraba el estar pendiente de las miradas de los hombres, especialmente de los proscritos, pues este era el caso también de Zaqueo, que era publicano -jefe de publicanos- y rico. Uno de los ricos que había hecho fortuna robando, defraudando. Jesús estuvo atento a la mirada y los anhelos de este rico proscrito. Zaqueo se subió a un árbol y, allí escondido, quiso ver a Jesús. ¡Quién se hubiera sentido aludido por la mirada de este rico publicano y despreciado, acumulador por rapiña, por despojo de los pobres a los que cobraba tributos excesivos!
Jesús estuvo atento a la búsqueda de este rico, a la mirada de este ladrón y acumulador, gente de gran dificultad para la conversión... como tantos ricos en el mundo. Jesús nos enseña en este caso: los ricos también pueden salvarse si se arrepienten y comparten lo ganado y lo robado, si redistribuyen el fruto de su despojo entre los pobres del mundo... fue el caso de Zaqueo que, al mandato de Jesús de que descendiera del árbol, obedeció y siguió a Jesús. Los ricos también podían convertirse:
“He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado” (
Lc. 19:8), dijo Zaqueo a Jesús.
Si Jesús no hubiera estado pendiente y atento a las miradas y anhelos de la gente, de este ladrón enriquecido, no se hubiera dado esta conversión de un rico capaz de compartir para heredar el Reino.
Los ricos también son hijos de Abraham -dijo Jesús- y buscó lo perdido entre ellos, también quería salvar lo perdido de entre los acumuladores.
A pesar de la dificultad, tanta como
pasar un camello por el ojo de una aguja, los ricos también pueden convertirse y compartir lo ganado-robado-despojado. La evangelización podía alcanzar también a estos colectivos acumuladores a pesar de la gran dificultad que éstos encontraban:
“El Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (
Lc. 19:10). Este fue el mensaje evangelizador que Jesús pudo dejar a la humanidad en relación con el rico Zaqueo. El Señor también pude tener misericordia de los opresores, los acumuladores, ladrones y enriquecidos con la escasez de los por ellos empobrecidos. Siempre hay esperanza. Lo importante para el evangelizador es estar atento a estas miradas, anhelos y vacíos que se dan en las personas, también en los ricos del mundo. Hay que tener gestos con ellos. Gestos liberadores que les ayuden a compartir y devolver por cuadruplicado lo robado al mundo, a los pobres del mundo. Las palabras no bastan.
No hay más espacio para seguir analizando casos para captar la pedagogía evangelizadora de Jesús. Podríamos analizar el caso del Buen Samaritano a través del cual Jesús da un mensaje evangelístico de acción:
“Haz tú lo mismo”, como una respuesta a una pregunta por la salvación. La fe activa y misericordiosa para con el prójimo en necesidad. Método pedagógico que pone de relieve la importancia de la acción social evangelizadora.
El caso de la mujer samaritana, que no se consideraba sedienta, pero Jesús le hace entender que necesita del agua que Él puede darle. En el caso de esta mujer, Jesús, para evangelizar, rompe todas las convenciones y trabas sociales. Los judíos no se hablaban con los samaritanos, pero el amor que debe llevar como bagaje todo evangelista, rompe las barreras y condicionamientos sociales: raza, lengua, situación social, prohibiciones inhumanas... porque el Evangelio es nuevo y aparece como novedad que destruye toda barrera o estructura negativa o maligna. No hay fronteras ni impedimentos capaces de oponerse a la evangelización que brota del amor al prójimo. Jesús, rompiendo todo este bagaje social demoníaco, nos deja este mensaje:
“El que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás” (
Jn. 4:14).
Y así podríamos seguir con multitud de ejemplos que muestran la ardua tarea de la evangelización en un mundo desigual, injusto, insolidario y lleno de personas que esperan dignificación, también para su aquí y su ahora. Personas que miran a los cristianos esperando que éstos, en su evangelización, puedan compartir su vida y su pan... junto a la Palabra novedosa y radical, junto al mensaje verbalizado que reta denuncia y anuncia. Hay salvación para todos, aunque no todos se arrepientan, cambien y compartan.
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