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Las hazañas de un genio mallorquín

Llull fue el primer misionero que intentó alcanzar a los musulmanes del que se tiene conocimiento. Pero su “cruzada” no fue con armas y caballos.

TEOLOGíA AUTOR 875/Jose_Hutter 16 DE JUNIO DE 2021 11:12 h
Detalle de retrato de Ramón Llull, obra de Ricard Ackermann. /Wikipedia, CC 4.0

En las últimas semanas llevo presentando personajes históricos que en su momento abrieron nuevas regiones para el evangelio en el norte, centro y este de Europa. Hoy vamos a conocer un hombre que nos toca de más cerca pero que, infelizmente, en el mundo evangélico no recibe la atención que merece. Me refiero a Ramón Llull quien llegó a ser uno de los escritores, filósofos y científicos europeos más importantes de los siglos XIII y XIV. Sin embargo, pocos recuerdan hoy su nombre.



Llull era un hombre muy productivo y una de la mentes más brillantes de su tiempo. Tenemos constancia de por lo menos 265 obras escritas en catalán, árabe y latín. Entre ellas figuran la primera obra importante de la literatura catalana que, a la vez, fue probablemente la primera novela europea: Blanquerna. Escribió sobre botánica, astronomía y alquimia, y en algunas de sus publicaciones se adelantó siglos a los eruditos más celebrados de sus tiempos. En otras palabras, fue lo que hoy se llamaría un genio.



Pero lo que nos interesa particularmente en este contexto es otra cosa. Llull era creyente y tenía una sola pasión: compartir el evangelio con los musulmanes. Eso le convirtió en el primer misionero entre los seguidores de Mahoma.



Veamos la historia de su vida.



Llull nació en el año 1235 en Mallorca, en el seno de una familia bien conocida en la isla. En aquel tiempo, una buena parte de la península estaba aún bajo el dominio del islam y en el este del Mediterráneo las monarquías europeas intentaban recuperar Jerusalén en unas campañas bélicas conocidas como las cruzadas.



El padre de Llull había luchado en el ejército del rey de Aragón que le compensó con unas amplias tierras en la isla. Gracias a esta relación privilegiada, Llull llegó a la corte de Jaume II de Aragón en su función de poeta y músico destacado y vivió un vida desenfrenada en todos los sentidos. Aunque casado, iba detrás de la esposa de uno de los cortesanos. Pero mientras le estaba escribiendo un poema tuvo de repente una visión de Cristo mirándole con gran preocupación. Contemplando sus heridas, le conmovió tanto que dejó de escribir el poema. Cuando una semana más tarde intentó seguir tuvo la misma visión y le vino una fuerte convicción de sus pecados. Tenía 28 años y en aquel día vivió una auténtica conversión a Cristo. Madurando en su fe, Llull llegó a tener unas ideas muy parecidas a las de los reformadores. También en esto estaba muy adelantado a su tiempo.



 



Un cambio de vida profundo



Después de este episodio, Llull volvió a Mallorca, vendió todos sus bienes y dio el dinero a los pobres, reservándose solo una pequeña parte para poder mantener a su esposa y sus hijos.



A lo largo de los años tuvo claro lo que era la auténtica vocación de su vida: tenía que proclamar el mensaje de Cristo. Pero no iba a ser misionero en cualquier sitio. Su destino eran los musulmanes del norte de África.



Durante los próximos nueve años estudió a fondo el idioma árabe y su cultura, la filosofía y la religión de los musulmanes. Su profesor privado era un esclavo moro del cual aprendió muchísimo.



En este contexto, Llull nos cuenta un acontecimiento dramático. En una ocasión su siervo blasfemó el nombre de Cristo y eso enfadó tanto a Llull que le propinó una bofetada. El esclavo desenvainó su daga e hirió a Llull. Fue encarcelado a la espera de la pena máxima, según las leyes de aquel entonces, pero se adelantó a la sentencia ahorcándose en su celda. Llull quedó profundamente tocado por la muerte de su siervo y se dio cuenta de una cosa: jamás se iba a ganar a los musulmanes para Cristo con violencia.



Después de terminar sus estudios, Llull empezó a animar a otros a compartir su fe en el norte de Africa. Incluso consiguió establecer cátedras en varias universidades europeas donde se podía estudiar hebreo, arameo y árabe. Sin embargo, ningún estudiante estaba dispuesto a emprender el viaje al norte de África para alcanzar a los musulmanes con el evangelio



Finalmente tomó una decisión: si nadie estaba dispuesto, él mismo iba a ir personalmente. Un lema guió sus pasos: “Quien no ama, no vive. Quien vive por la Vida, no puede morir.”



Su primer viaje se llevó a cabo en el año 1287, cuando tenía 52 años. Se encontraba en la ciudad de Génova. De allí salían regularmente barcos a la costa norte de África y se embarcó en un velero rumbo a Túnez. Llevaba consigo todas sus pertenencias, incluidos sus libros. Pero si alguien piensa que iba sin miedo se equivoca. Nada más pisar la nave, sus dudas se hicieron patentes: ¿cómo le iban a acoger? ¿Cuál sería la reacción de los musulmanes a la predicación del evangelio?



Finalmente no aguantó más la tensión interior. Dio orden de descargar de nuevo todos sus enseres. No iba a ir en ese barco. Pero nada volver a casa le inundó una oleada de vergüenza. Sintió que había traicionado al Señor y le afectó tanto que cayó enfermo. Ningún médico supo diagnosticar qué padecía exactamente. En esta situación tomó de nuevo la decisión: iría a Túnez con el siguiente barco y le pidió a unos amigos que le llevaran al próximo barco que saliera porque se encontraba demasiado débil. Pero en cuanto se dieron cuenta de su grave estado se negaron. Pero Llull insistió y finalmente se salió con la suya.



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Llegando a Túnez



Nada más alcanzar mar abierto, Llull se recuperó en poco tiempo y durante el viaje dio testimonio de que nunca se había encontrado mejor en su vida.



Al llegar a Túnez entabló en seguida debates públicos con eruditos islámicos y un buen número de ellos finalmente se convirtió. Pero el emir local estaba preocupado por el éxito de Llull. Le encarceló y le condenó a muerte. Su carrera de misionero parecía haber acabado antes de empezar. Sin embargo, Llull tenía intercesores influyentes entre los mercaderes genoveses. Gracias a sus esfuerzos el emir le perdonó la vida, pero le expulsó del país bajo la amenaza de ejecutarle si se atrevía a volver.



En la noche anterior a la salida del barco del puerto de Túnez, Llull se lanzó al agua y se escondió en los almacenes portuarios. Pronto corrió la voz de que el “maestro cristiano” no había salido y, durante meses, enseñó a sus discípulos en su escondite hasta que finalmente volvió a Italia.



Pero no se quedó quieto. El misionero mallorquín viajaba sin descanso por las capitales europeas para convencer a la gente de la importancia de compartir el evangelio con los musulmanes, pero sin éxito.



En aquel tiempo, la Iglesia Católica le denunció como hereje. Sus convicciones y enseñanzas eran demasiado atrevidas para Roma. Llull escapó durante un tiempo de la zona de influencia del papa haciendo largos recorridos por Chipre, Siria y Armenia. No solamente tenía una carga por los musulmanes, sino también por los judíos. Había un fuego en su interior que no le dejaba descansar. Quería ganar el mundo musulmán para Cristo, pero buscaba en vano a gente que le acompañara.



Tenía ya 72 años y decidió volver al norte de África, esta vez a la zona de lo que hoy es Argelia, a la ciudad de Bugia.



Después de haber predicado en un zoco, una multitud enfurecida le llevó ante un juez que le amenazó con la muerte si seguía predicando. Llull respondió:



El verdadero siervo de Dios no teme ningún peligro de muerte cuando enseña la verdad a los incrédulos que están en el error para llevarlos al camino de la salvación.



Otra vez le metieron en la cárcel y recibió severos maltratos. Y de nuevo hubo mercaderes catalanes y genoveses que pidieron clemencia en su favor. Las autoridades locales le trasladaron a una celda mejor. Sobornando a los guardias, sus discípulos le visitaban para recibir sus enseñanzas. Finalmente, después de año y medio fue puesto en libertad y de nuevo expulsado del país.



El barco que le iba devolver a Italia fue alcanzado por una fuerte tempestad en alta mar y encalló cerca de la costa italiana. Muchos de los pasajeros perdieron sus vidas en el naufrago. Llull sobrevivió pero perdió todas sus pertenencias.



De nuevo intentó en vano convencer a los cristianos europeos de la importancia de alcanzar a musulmanes y judíos con el evangelio pero era predicar contra una pared.



 



El último viaje



En 1314, a los 79 años, decidió volver secretamente a la ciudad de Bugia. Consiguió contactar con la gente que se había convertido durante su estancia anterior. Pero finalmente no aguantó más trabajando en secreto. Al final de aquel año se fue a la plaza central de Bugia para predicar el evangelio.



Y pasó lo inevitable: una multitud enfurecida le cogió y le arrastró fuera de la ciudad para lapidarlo. Según algunas fuentes murió allí mismo. Pero, según otra versión, unos compatriotas suyos que estaban en la ciudad, le salvaron en muy mal estado y le llevaron a un barco, donde murió en el trayecto a Mallorca.



Una cosa es segura: Ramón Llull murió el 30 de junio a la edad de 80 años. Otra famosa frase suya se había hecho realidad en su propia vida:



La muerte no asusta a un sincero siervo de Cristo que intenta llevar almas al conocimiento de la verdad.



Llull fue el primer misionero que intentó alcanzar a los musulmanes del que se tiene conocimiento. Pero su “cruzada” no fue con armas y caballos. No usó la coerción de la espada, sino el poder de la palabra. Su amor por los musulmanes y judíos solo fue superado por su amor por el Señor.



A mí me parece importante que los evangélicos de España conozcan la vida y el ejemplo de uno de las figuras más grandes de la historia de la fe cristiana en este país.


 

 


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COMENTARIOS

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Julian Julian
18/06/2021
19:25 h
2
 
Gracias por el artículo. Unos detallitos. Lo de "obras escritas en catalán, árabe y latín" y "primera obra importante de la literatura catalana" precisa de una muy importante matización: Ramón Llull JAMÁS escribió en catalán, sino en "vulgar" (como el mismo indicó en sus escritos) de su propia tierra, Mallorca. Llama la atención que un hombre tan culto no llamara jamás catalán a la lengua en la que escribía a los suyos! Otra cosa diferente es la manipulación política actual de su figura y obra.
 

Jesús
18/06/2021
12:56 h
1
 
Como norma en la historia de España,Castilla siempre ha ninguneado a Aragón (los historiadores saben que me refiero con decir Aragón) con la consecuente perdida de mucha sabiduría en este todos los temas del género humano. El más grande desconocimiento en cuanto a esto ,es la ignorancia respeco a los fondos económicos para el descubrimiento de las Américas provenientes de judíos maños o el monasterio protestante que mando hacer la Reina Doña María en Valencia 200 años antes de la reforma .
 



 
 
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