Somos guardas de nuestros hermanos, buenos vecinos, y no meros espectadores. Un artículo de Jennifer Javed Khan, Rebecca Yinn Foo, Paul Lewis y Susan Ann Samuel.
En la primera parte de este artículo,[1] discutimos los distintos enfoques del racismo y se nos recordó que, como cristianos, “tanto la evangelización como la participación sociopolítica forman parte de nuestro deber cristiano”.[2]
En esta parte, aportamos algunas reflexiones más desde perspectivas mundiales para enfatizar cómo el racismo, bajo sus múltiples matices, puede insensibilizar nuestra conciencia y debilitar nuestra convicción. Somos guardas de nuestros hermanos, buenos vecinos, y no meros espectadores. ¿Lloramos con los que lloran? ¿Cómo podemos ser solidarios con los vulnerables, los marginados?
Las protestas contra el racismo en Estados Unidos y en todo el mundo me hicieron reflexionar más profundamente sobre los versículos de Génesis 1:26-28. Dios nos creó a todos a su imagen y semejanza. ¿Por qué tratamos a una persona mejor que a otra? ¿Por qué se considera a una persona superior a otra con menos dinero en su cuenta bancaria? ¿Por qué el origen de una persona debería definir su futuro? Un buen ejemplo son los «gemelos Singerl» que permanecieron en el mismo vientre durante nueve meses pero nacieron con distintos color de piel. Si Dios no tiene ningún problema con el color de nuestra piel, oscuro o claro, ¿por qué nosotros sí?
Por ser una chica asiática pakistaní con una tez un poco más oscura que la de mis hermanas, he sido víctima del racismo junto a todos los que sufren ataques raciales, tanto físicos como mentales. Solía recibir comentarios como: “¿Quién elegiría casarse contigo? Usa esta crema para aclarar la piel”. En mi cultura, es habitual etiquetar a las personas con descripciones relacionadas con sus zonas sensibles: gordo, delgado, alto, bajo, rubio, moreno, son algunos ejemplos. Recién cuando llegué a mi adolescencia pensaba que era bonita y que el color de mi piel era hermoso, ya que estaba hecha a imagen y semejanza de Dios.
Nuestro mundo es diverso: vemos diferentes grupos étnicos en diferentes regiones. Las personas no pueden controlar su aspecto; es la expresión de los genes en características físicas. Con el tiempo, los genes que no pudieron dominar acabarán desapareciendo. Esto se llama selección natural. La ciencia explica nuestros diferentes orígenes ancestrales. Pero, según el concepto bíblico, todos somos una sola raza (“de una sangre”, en Hechos 17:26); la raza humana procede de nuestros antepasados, Adán y Eva.
Solo cuando nos apoyamos con confianza y seguridad en la palabra de Dios podemos apreciar la diversidad de la raza humana y solidarizarnos con los discriminados.[3]
Jennifer Javed Khan
Experimentar o presenciar actos de racismo conlleva una serie de fuertes sentimientos. Algunos pueden sentir ira o rabia, otros miedo o ansiedad, otros desesperación o desesperanza. Todas estas son reacciones normales y comprensibles ante la injusticia del racismo. De hecho, coinciden con la respuesta de Dios a la injusticia. A lo largo de la Biblia, el corazón de Dios por la justicia es evidente. Una y otra vez denuncia a los injustos y exige justicia a sus seguidores (por ejemplo, Pr 31:8-9; Is 10:1-4; Jer 22:3; Mi 6:8; Stg 5:4-6). Su ira y su tristeza ante la injusticia son evidentes. ¡Y con razón! Los actos de racismo suelen producir respuestas traumáticas, que afectan al individuo, la familia y la comunidad por generaciones. Este trauma intergeneracional es de amplio alcance y puede incluir relaciones rotas, desarrollo de problemas de salud mental como depresión y ansiedad, uso de sustancias como una forma de calmar el dolor, desconexión de la comunidad, degradación de valores culturales o religiosos y mucho más. Este no es el plan que Dios tiene para nosotros. Más bien, Dios busca una unidad en la adoración “de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas” (Ap 7:9).
Cuando nos enfrentamos a esta desconexión entre el propósito que Dios tiene para nosotros y la realidad del racismo y sus consecuencias, una respuesta inicial adecuada es el lamento bíblico. A lo largo de Salmos y Lamentaciones se nos proporciona un modelo de conexión con nuestras respuestas emocionales ante injusticias como el racismo. Nuestras emociones no deben ser apartadas o ignoradas, sino que deben ser asumidas y presentadas ante Dios. Tenemos un padre celestial asombroso que está dispuesto a escuchar nuestra ira, miedo y desesperación. Al llevar nuestras respuestas emocionales a Dios, nos conectamos con un Dios que ha estado en nuestros zapatos, que entiende completamente el dolor de quienes sufren ataques racistas. Pero, más que esto, accedemos a algo mucho más grande que nosotros. ¡Este es el Dios que creó el universo! Y lo asombroso es que elige vivir en y entre nosotros. Somos sus manos y sus pies en este mundo. Así que llevemos nuestro clamor contra la injusticia del racismo al Dios creador y escuchemos lo que quiere que hagamos como sus testigos “hasta los confines de la tierra” (Hch 1:8).
Rebecca Yin Foo
En 1967, Martin Luther King Jr. pronunció un sermón de Navidad en Ebenezer Baptist Church, durante el cual hizo la siguiente declaración: “. . . toda la vida está interrelacionada. Todos estamos atrapados en una red ineludible de reciprocidad, entretejidos en una sola prenda de destino. Lo que afecta a uno directamente, afecta a todos indirectamente”.[5] Estas palabras me han recordado la necesidad de solidarizarme con quienes enfrentan luchas en un país o región diferente. Escribo como hombre negro, pero más aún como hombre negro de Jamaica, donde los prejuicios que enfrentamos son más bien luchas de clase que de raza, igualmente denigrantes. A menudo me siento tentado a fijarme solo en las cuestiones que me afectan directamente y no pensar tanto en otros contextos. Sin embargo, la realidad es que no estoy desvinculado de los asuntos de los demás; la pandemia del COVID-19 es un ejemplo perfecto de cómo todos podemos vernos afectados. Deberíamos ver el “cáncer” del racismo de la misma manera.
Me refiero directamente a la iglesia cuando digo “deberíamos”. No solo soy un jamaicano negro. Soy también un cristiano —parte de la iglesia mundial— llamado a ser sal y luz en este mundo, ayudando a abordar la decadencia moral y brillando en las zonas más oscuras del corazón humano y de la sociedad. ¿Cómo podemos ser efectivamente una voz redentora en este espacio? Permítanme compartir un ejemplo. En el libro While the World Watched de Carolyn McKinstry, una de las sobrevivientes de la iglesia que fue bombardeada en Birmingham, Alabama, y que mató a cuatro jóvenes en 1963, ella cuenta su experiencia durante “Jim Crow”, la antigua práctica de segregación de la población negra en Estados Unidos. Habla de la sentencia de la Corte Suprema de 1954 en la que el presidente de la Corte Earl Warren, «ordenó a las escuelas públicas de la nación que eliminaran la segregación con la mayor rapidez posible. Pero el estado de Alabama decidió no cooperar con la decisión de la Corte Suprema. Las escuelas e instalaciones públicas de Alabama siguieron estando estrictamente segregadas”.[6]
El ejemplo anterior es importante para mostrar que las leyes pueden existir para proteger, pero evidentemente no pueden hacer que nos amemos o que nos gustemos. Solo el amor de Cristo puede transformar nuestros corazones y actitudes. La iglesia necesita desafiar a los demás cristianos no solo a predicar el evangelio, sino también a demostrar el amor de Cristo por los demás, tengan o no el mismo color de piel.[7]
Paul Lewis
El reino de Dios nunca ha sido una cuestión de color, tribu, etnia, clase, lengua, credo o religión.
Nosotros, como Equipo de Empoderamiento de la Generación de Líderes Jóvenes, estamos muy agradecidos de contribuir al Análisis Mundial de Lausana, nuestro primer proyecto con Richard Coleman como autor principal, para expresar un clamor mundial y pedir a nuestros líderes en la fe cristiana que se hagan eco de él, en la pasión del Señor. Hemos nacido para un tiempo como éste, en el que la solidaridad de los trabajadores cristianos en la primera línea por la humanidad puede traer esperanza a este mundo a través de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Construiremos puentes y empoderaremos a los líderes jóvenes para que sigan avanzando con fuerza en él. Por favor, ¡apóyennos!
Susan Ann Samuel
Jennifer Javed Khan es miembro del liderazgo nacional de Lausana en Pakistán y trabaja en la University Management Technology como formadora y directora de la escuela superior en Pakistán; Rebecca Yinn Foo es psicóloga educativa en Brisbane (Australia); Paul Lewis trabaja para la Comunidad de Estudiantes Cristianos y para la Unión Bíblica en Jamaica; Susan Ann Samuel es una abogada india y cursa un máster de Derecho Internacional en la Universidad de Edimburgo.
Este artículo se publicó por primera vez en la web del Movimiento Lausana y se ha reproducido con permiso.
Notas
[1] Nota del editor: Ver la primera parte de este artículo en el número de marzo 2021 del Análisis Mundial de Lausana. ↑
[2] Nota del editor: Ver la sección cinco de El Pacto de Lausana. ↑
[3] Nota del editor: Ver el artículo de Melody J. Wachsmuth “En la mesa redonda para romaníes y no romaníes” en el número de mayo 2020 del Análisis Mundial de Lausana. ↑
[4] Nota del editor: Esau McCaulley argues that reading Scripture from the perspective of Black church tradition is invaluable for addressing the urgent issues of our times. See his book, Reading While Black: African American Biblical Interpretation as an Exercise in Hope (Downers Grove, IL: IVP Press, 2020). ↑
[5] Martin Luther King Jr., The Trumpet of Conscience (Boston: Beacon Press, 2011). ↑
[6] Carolyn Maull McKinstry, While the World Watched (Illinois: Tyndale House Publishers, 2011). ↑
[7] Nota del editor: Ver el artículo de Kirst Rievan “Develar la discriminación en las misiones” en el número de enero 2021 del Análisis Mundial de Lausana.
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