Si nuestro concepto de paz es sólo el lago tranquilo, entonces los problemas -el agua de la catarata- la ahogarán con facilidad.
“El mismo Señor de paz os dé siempre paz en toda manera” (2 Tes. 3:16)
En cierta ocasión se pidió a dos pintores que ilustraran su idea de paz. Uno pintó un lago solitario, con aguas tranquilas y unas montañas suaves al fondo. Para este hombre, la paz era quietud, silencio, un lugar donde nada turba la tranquilidad. El otro dibujó una cascada, el agua cayendo con fuerza y ahí, escondido en la horquilla de una frágil rama de abedul, salpicado por el agua, un pequeño pájaro con su nido. Su idea de paz era un lugar seguro en medio de una impetuosa cascada.
¿Con cuál de las dos pinturas te identificas más? ¿Cuál es tu concepto de paz? Ciertamente el Señor, como buen pastor, quiere que disfrutemos de “delicados pastos y aguas de reposo” (Salmo 23:2), pero la imagen de la cascada y el nido del pajarillo ilustran mejor el concepto bíblico de paz. La paz de Cristo no es primordialmente tranquilidad, sino seguridad, no se caracteriza por la ausencia de peligros, sino por la presencia de Cristo en la turbulencia de la cascada, no es tanto una emoción como una posición. La posición frágil pero segura del pajarillo en la horquilla del abedul, aun en medio de aguas tumultuosas, refleja la paz de Cristo mejor que el lago tranquilo.
“En paz me acostaré y asimismo dormiré porque solo tú, oh Señor, me haces vivir confiado” (Salmo 4:8). David escribió estas palabras en medio de circunstancias personales muy difíciles, quizás el momento más duro de su vida. Absalón, su hijo, le perseguía para matarle. ¿Puede haber una experiencia más dura para un padre? Aquella noche, sin embargo, al acostarse afirma convencido: “voy a dormir en paz”. La cascada rugía fuerte, las aguas amenazaban, pero él se sentía seguro, tenía paz.
La paz de Jesús es un estado de seguridad que nace de una posición -estar en- y se expresa en un estilo de vida, “vivir confiado”. No es “como el mundo la da” (Jn.14: 27). La paz que el mundo busca es el estanque dorado, la ausencia de problemas; aun siendo legítima, hay en ella un toque egoísta y hedonista.
Observemos cómo la popular expresión “déjame en paz” se asocia con una idea más negativa que positiva: “no me traigas problemas”. Tener paz es mucho más que estar tranquilo. Si nuestro concepto de paz es sólo el lago tranquilo, entonces los problemas -el agua de la catarata- la ahogarán con facilidad. La paz de Jesús, como veremos después, es mucho más positiva, sólida y de largo alcance.
Veamos en detalle cómo es la paz de Cristo. Nuestro texto base será Filipenses 4:4-9, uno de los pasajes más alentadores del Nuevo Testamento:
“Por nada estéis afanosos….y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”
La paz tiene una dimensión sobrenatural que le corresponde a Dios. Es fruto del Espíritu Santo, pero nosotros también hemos de poner algo de nuestra parte. Por ello el apóstol usa el verbo en imperativo para describir los cinco pasos que encontramos en el camino a la paz:
“Regocijaos en el Señor siempre; otra vez digo: ¡Regocijaos!”
La paz tiene una puerta: “regocijaos en el Señor siempre”. Tan importante es esta entrada que Pablo nos lo repite: “otra vez os digo: ¡regocijaos!”. El primer paso es como la llave que nos abre el acceso. ¡Formidable pórtico de entrada!
El énfasis del apóstol no es casual. La paz y el gozo forman un todo inseparable. Parafraseando a Valle Inclán, hay en la Biblia divinas parejas de palabras: la justicia y la paz, la misericordia y la verdad, etc. Ahí tenemos una de estas divinas parejas; el gozo y la paz van juntas. En este mismo orden aparecen como parte del fruto del Espíritu. “amor, gozo, paz”.
La paz viene precedida –y enmarcada- por una “doble dosis de gozo”. Un gozo que está por encima de las circunstancias porque es más hondo que la alegría. No olvidemos que Pablo está escribiendo desde la cárcel de Roma y en riesgo de muerte. Como dice un autor, Norman Wright, el gozo en la vida es una elección.
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“Vuestra gentileza sea conocida de todos los hombres”
Si el gozo es la “puerta de la paz”, la gentileza es “la cara de la paz”, su expresión visible (no la única). Franqueada la entrada, revestidos de gozo, estamos en condiciones de adentrarnos en el camino.
El segundo paso es cultivar la gentileza. La palabra original es muy rica en matices y puede significar amabilidad, bondad, cordialidad, moderación. La paz no es sólo un estado interior, algo para mí, sino que es también para los demás, se irradia hacia fuera. Recordemos el lema “Brillando como estrellas”. Tiene una dimensión relacional, social. Si yo tengo paz y vivo en paz, trato a los demás con gentileza, cordialidad y bondad. La manera cómo trato a los demás es una evidencia de mi paz interior. Lo mismo ocurre a la inversa: un trato rudo, áspero es expresión de falta de paz. La gentileza es como un termómetro de nuestra paz.
[destacate]El primer obstáculo hacia la paz es la ausencia de gentileza, la rudeza de un espíritu de conflicto permanente.[/destacate]Hay dos aspectos que merecen nuestra atención en la exhortación del apóstol. En primer lugar, su carácter universal: “delante de todos los hombres”. No puede haber excepciones. No hay ningún mérito en mostrar gentileza hacia los que nos caen bien, los amigos. Parece un eco de las palabras de Jesús, “en esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os tenéis amor unos con otros”.
En segundo lugar, observemos el realismo de Pablo. No dice “estad en paz…”, sino “sea conocida vuestra gentileza…”. Sabía por experiencia propia que es imposible estar en paz con todos. Así lo dio a entender en otro texto: “Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres” (Romanos 12:18). La doble matización previa le da un toque de realismo muy necesario. No es posible estar en paz con todos los hombres, pero sí es posible mostrar gentileza hacia todos.
La gentileza, sin embargo, no está de moda, incluso, está mal vista. Corren malos tiempos para el que quiere ser amable. Hoy se habla despectivamente del “buenismo” como una debilidad, algo negativo. Si te esfuerzas por ser una persona cordial, bondadosa, moderada puedes ser acusado de “buenismo”. También aquí estamos llamados a ir contracorriente.
La amabilidad, la bondad, la gentileza conforman un profundo sentido de cortesía cristiana que es expresión de madurez y de fortaleza, de santidad y de piedad. Esta cortesía moldeada por el Espíritu Santo es uno de los requisitos de los líderes de la iglesia (el anciano debe ser “amable”, 1 Tim. 3:3) y también de todo creyente (1 P. 3:4).
Por tanto, el primer obstáculo hacia la paz es la ausencia de gentileza, la rudeza expresada en un espíritu de conflicto permanente. La vida de Jesús nos muestra amabilidad, bondad, benignidad, mansedumbre. Sus controversias y aparente aspereza con escribas y fariseos fueron puntuales y justificadas, incluso necesarias. Hay un tiempo y un momento para la controversia, pero éste no es nuestro carácter ni nuestro estilo de vida. El creyente está llamado a ser agente paz porque Dios es un Dios de paz. Nuestro ADN más genuino nos lleva a la gentileza, no al conflicto, a “seguir la paz con todos” (Heb.12:14). Sí, una vida plena de paz irradia gentileza, amabilidad, bondad, cortesía,
“Por nada estéis afanosos”
Pablo nos presenta el tercer paso hacia la paz en forma negativa, algo a evitar. Estar afanoso es un obstáculo grande en el camino hacia la paz interior, por ello el apóstol vuelve a usar un término absoluto: “por nada”.
Necesitamos entender bien qué significa estar “afanoso” o “afanarse”, de lo contrario puede generar confusión y sentimientos de culpa. No pocos creyentes se sienten abrumados porque confunden “ser ansioso” con “estar afanoso”. Veamos la diferencia.
Ser ansioso es una reacción, surge de forma automática como un reflejo natural y está relacionada con el temperamento. Tiene una cierta base genética. Lo llamaremos ansiedad temperamental o carácter ansioso. La persona que tiene este problema se da cuenta, lo lamenta y desearía reaccionar de otra manera, no quiere ser así. Lucha contra su ansiedad. Su confianza está puesta en el Señor, no duda de Dios, pero no puede evitar estas reacciones temperamentales de temor y anticipación ansiosa. Este tipo de ansiedad no ofende a Dios, el Señor la entiende y no nos reprende por tener un carácter ansioso.
El mismo salmista exclama con sinceridad: “En el día que temo, yo en ti confío” (Salmo 56:3). La ansiedad y la confianza coexisten en el corazón del salmista. Hay un tipo de temor natural, incluso necesario, que nos protege y nos estimula a luchar mejor ante los peligros. En algunas personas esta reacción adaptativa aparece con excesiva intensidad (posiblemente por problemas de química cerebral). Obviamente el ser ansioso no es un problema espiritual y, en sí mismo, no es pecado.
Estar afanoso, por el contrario, no es una reacción, es una actitud. Surge del fondo del corazón. La llamaremos ansiedad existencial o vital. Es el miedo a que te falte o te falle algo esencial en la vida, el sustento, el abrigo, el pan nuestro de cada día. A este tipo de ansiedad se refirió Jesús en el Sermón del Monte: “Por tanto, no os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber…” (Mt. 6:25-34).
[destacate]Ser ansioso es una reacción. Estar afanoso, en cambio, es una actitud.[/destacate]Por supuesto estas palabras de Jesús no son una apología de la improvisación o de la insensatez. No significan que “no debemos preocuparnos por nada pues las cosas se arreglarán solas”. Todo lo contrario. La previsión, la planificación y el orden aparecen de forma constante en la Escritura. Somos llamados a ser buenos mayordomos (administradores) en todas las áreas de nuestra vida. El problema no está en ocuparse sino en preocuparse de forma tan desmedida que llega a abrumarnos y nos lleva a olvidar que Dios es quien tiene la última palabra en nuestra vida.
En este sentido la ansiedad existencial puede llegar a ser un pecado porque contiene una semilla de desconfianza. Si esta semilla crece, hace a Dios pequeño. Es la falta de confianza que el pueblo de Israel manifestó en el desierto, actitud que irritó mucho no sólo a Moisés sino a Dios en varias ocasiones. El pueblo olvidaba la fidelidad de Dios en el pasado. Esta amnesia espiritual es un pecado porque lleva a la queja y convierte al Todopoderoso en un dios de bolsillo. No obedecían el sabio consejo divino: “Fíate de Jehová de todo tu corazón y no confíes en tu propia prudencia” (Prov. 3:5)
Esta confianza “de todo tu corazón” se expresa de tres maneras. Lo llamaremos la triple “p” de la confianza:
Próximamente se publicará la segunda parte...
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Pablo Martínez Vila
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