Comportamiento digno

Como he mencionado en otras ocasiones, el libro deuterocanónico Eclesiástico es el más extenso entre los sapienciales. Es, entre ellos, uno de mis preferidos. Fue escrito hacia el año 180 a.C. Se le da uso con fines tanto instructivos como reflexivos. Se redactó en hebreo, posiblemente por Jesús, judío hijo de Eleazar y nieto de Sira, o Sirac. Más tarde fue traducido al griego. 

Hoy tomo la siguiente porción que se encuentra en el capítulo 5:9-15.

No avientes el trigo a cualquier viento

ni camines en cualquier dirección.

Sé constante en tu manera de pensar

y no tengas más que una palabra.

Date prisa para escuchar,

pero ten calma para responder.

Si puedes, responde a los demás,

pero si no, quédate callado.

El hablar puede servir para la honra y la deshonra.

¡La lengua es la ruina del hombre!

No seas falso

ni calumnies con tu lengua.

Así como para el ladrón se hizo la vergüenza,

las peores injurias se hicieron para el falso.

No hagas ningún mal, ni grande ni pequeño.

Estos versículos son tan claros como el agua. No precisa aclaración alguna. Creyentes y no creyentes podemos suscribir lo que propone. No sólo porque necesitamos que se comporten así de bien con nosotros, sino porque sabemos que debemos ser así con los demás. Cualquier persona merece recibir lo bueno.

La conducta que nos aconseja es, a veces, difícil dada la situación en la que podamos encontrarnos. Sin embargo, cada vez que cumplimos con ella termina por darnos alegría. 

No seamos locos. Si no tenemos la aptitud de ser discretos a la hora de actuar, de llevar un camino recto, de ser sinceros, de no cambiar constantemente de opinión y de  manera de pensar, la podemos ejercitar. Todo se aprende.

Que nuestro sí sea sí y nuestro no, no. Estemos activos cuando nos hablan. No seamos ligeros en dar una respuesta que no ha sido meditada o de la que podamos tener dudas. Callemos si hemos de callar. No somos Dios. No tenemos sabiduría o poder para arreglar cualquier problema.

De sobra conocemos que la lengua es un problema, sobre todo si se une a la envidia, el rencor, el odio. Ese músculo que nunca está quieto, lo mismo que realza, rompe la fama de las personas y las hace desgraciadas. Pecamos cuando sabemos que lo que estamos diciendo es mentira. Tergiversar a conciencia lo que otros comunican, también lo es. Igualmente proponerse hacer daño al prójimo.

En definitiva, estos versículos terminan aconsejando no fastidiar a nadie, ni grande ni chico. 

El Señor conoce nuestra condición. Lo mejor para nosotros y los demás es hacernos el bien, ya sea a tiempo o a destiempo, pues lo bueno no tiene fecha, ni hora concreta, ni se le atribuye  a la primavera, que no siempre la sangre altera.