Existe cierta ambivalencia acerca de cómo debe pensar un cristiano sobre la política. ¿Qué hace que el compromiso cristiano en ella sea tan complicado?
Dado el estado actual de nuestra política, con su descontento e indiferencia, cualquier discurso sobre el ‘bien’ de la política puede parecer fatuo, porque la aparente contradicción entre lo que se entiende por ‘bien’ y la política en el mundo real es muy grande. Sin embargo, este no es el punto de vista que mantengo sobre el asunto.
En un entorno cristiano es mucho más fácil defender el bien del matrimonio o el bien de la educación, pero la política entra en una categoría diferente porque se refiere explícitamente al poder y a cómo se utiliza. El vocablo ‘política’ deriva de la palabra griega polis, que significa la ciudad-Estado y sus actividades.
Aristóteles, el padre de la ciencia política, describió al hombre como un animal político; si esto es así, seguramente no puede haber un cristianismo libre de política. No obstante, si se oye a alguien decir que hay ‘demasiada política’ en su iglesia, no suele ser una descripción positiva.
Así pues, existe cierta ambivalencia acerca de cómo debe pensar un cristiano sobre la política. ¿Qué hace que el compromiso cristiano en ella sea tan complicado? En términos generales, los cristianos han tenido tres puntos de vista diferentes sobre la política.
Algunos creen que la política es algo totalmente negativo, que un buen cristiano debe evitar liarse en asuntos mundanos, especialmente en la política. Para los que creen que “este mundo no es nuestro hogar y sólo estamos de paso en nuestro camino al cielo”, esto tiene todo el sentido. Sin embargo, las personas que viven bajo la tiranía política, como la población negra de Sudáfrica durante el apartheid, no pueden permitirse el lujo de desechar la política, porque la vida y la muerte dependen de lo que ocurra en su esfera.
Otros cristianos adoptan una postura neutral, viendo la política como un mal necesario con el que frenar la maldad. Aunque los que tienen este punto de vista están dispuestos a votar cada pocos años, generalmente mantienen la política a distancia. Lo que ocurre en la iglesia el domingo por la mañana y lo que ocurre en el mundo de la política no tienen ninguna relación. Su grito es “mantén la política lejos de la iglesia y mantén la iglesia lejos de la política”.
Por último, algunos cristianos adoptan una postura positiva hacia la política. Creen que Dios no es indiferente ni está en contra de la política, sino que actúa en el mundo, incluida ésta, de un modo que a menudo no comprendemos del todo. Estos cristianos entienden que involucrarse en la política es cumplir con una vocación dada por Dios para servir a sus propósitos en el mundo. Esto no significa obligar a todos a ser cristianos o negar a la gente sus libertades personales, pero sí significa hacer juicios morales y hablar de lo que creemos que son las intenciones de Dios para su mundo.
Permítanme ofrecer cuatro razones por las que un cristiano debe creer en el bien de la política y trabajar por él.
En primer lugar, el bien de la política consiste en honrar a Dios, que tiene la máxima autoridad, y a Jesús, el verdadero gobernante y Señor de todo el universo. Esto tiene implicaciones en nuestra forma de pensar y de participar en la política. El Estado es una construcción social con autoridad legítima para ejercer el poder utilizando la coerción legal, pero existe el peligro de que el estado pueda ser idolatrado como fuente de salvación terrenal. Dado que los cristianos tienen lealtad a una autoridad superior, debemos adoptar una postura contra la idolatría política y esperar que el estado cumpla con su deber de acuerdo con las normas y leyes de Dios.
En segundo lugar, el bien de la política consiste en buscar la justicia para los pobres y los necesitados. Los cristianos creen que Dios se preocupa profundamente por los marginados de la sociedad y que la pobreza es una afrenta a la justicia y la santidad de Dios. La superación de la pobreza no consiste sólo en dar limosnas a los pobres, sino en derribar las estructuras de injusticia y los cristianos deben implicarse en la política para lograr este tipo de cambio.
En tercer lugar, el bien de la política consiste en resolver los conflictos de forma no violenta. La sociedad moderna está formada por individuos y grupos con intereses contrapuestos, y una de las funciones del proceso político es proporcionar un sistema para solventar las disputas de forma pacífica.
Un Estado fallido es aquel que no cuenta con un gobierno que funcione y que tenga el poder de hacer cumplir el Estado de derecho a todos los ciudadanos y en el que la violencia se hace entonces inevitable.
En cuarto lugar, el bien de la política tiene que ver con la esperanza y la expectativa de un mañana mejor. La esperanza nos ayuda a rechazar el statu quo actual como definitivo y hace posible el trabajo por el cambio en el presente. La esperanza es la expectativa que proviene de saber que Dios no ha abandonado su mundo a los malvados y quiere que se haga su voluntad en la tierra. Sin esperanza, la política puede convertirse en cinismo, en la práctica, y puede conducir a resultados injustos.
Si la humanidad caída hace inevitable la corrupción en la política, el reino de Dios hace posible el bien de la política. En última instancia, el bien de la política es algo más que la política: se trata del florecimiento humano.
Este artículo se publicó por primera vez en la web del Jubilee Centre y se ha traducido y reproducido con permiso.
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