Se calcula que Salomón, tercer rey de Israel, vivió en torno a mil años antes de Cristo, luego esa antigüedad tiene el libro de los Proverbios. Dice la Biblia que “era mayor su sabiduría que la de todos los orientales, y que toda la sabiduría de los egipcios” (1º de Reyes 4:30).

“Compuso tres mil proverbios, y sus cantares fueron mil cinco. ” (1º de Reyes 4:32).

Los Proverbios son sentencias de ese hombre sabio; son también parábolas, alegorías, enigmas, oráculos, además de poemas didácticos en algunos casos. Detrás de esas sentencias sabias hay un fondo de espiritualidad encaminada a afrontar los problemas que rodean la vida de los seres humanos. Según la interpretación hebrea expuesta en el segundo tomo de La Biblia Ecuménica, “el libro de los Proverbios es un libro esencialmente racional, una guía hacia el Bien, hacia el conocimiento actual de la sabiduría que el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob comunicó al hijo del hombre. Su finalidad es prever y describir las consecuencias de los actos, en un universo donde todo tiene un sentido, un peso, una significación”.

El capítulo 31 de Proverbios concluye con un reconocimiento de la mujer fuerte o la mujer virtuosa, que yo prefiero llamarla la mujer ideal, toda vez que el autor la presenta, además de como madre, como esposa, amante del trabajo, cumplidora de sus deberes, hábil y previsora, gloria de su esposo e hijos. Estudiémosla en su contexto.

Sus valores

“Su estima sobrepasa largamente a la de las piedras preciosas” (31:10).

La mujer ideal vale más que las joyas más preciosas y más difícil de adquirir.

Tiene la confianza del esposo

“El corazón de su marido está en ella confiado” (31:11). En otro lugar del capítulo el autor agrega: “Su marido también la alaba” (31:28).

El marido de la mujer ideal confía plenamente en la esposa y alaba su capacidad para la administración del hogar.

Procura el bien para el marido

“Le da ella bien y no mal todos los días de su vida” (31:12).

La mujer ideal realiza lo que parece difícil: Su marido sólo recibe alegrías y satisfacciones. Y esto a lo largo de toda una vida.

Mujer laboriosa

“Busca lana y lino, y con voluntad trabaja con sus manos. Es como nave de mercader; trae su pan de lejos” (31:13-14).

El versículo 24 insiste en esta encomiable condición de la mujer ideal: “Hace telas y vende, y da cintas al mercader”.

Esta mujer, voluntariosa, laboriosa, con su trabajo embellece la vida.

Trabajadora

“Se levanta aún de noche y da comida a su familia y ración a sus criadas” (31:15).

Para la mujer ideal el trabajo es una virtud. El autor insiste en esta hermosa cualidad femenina en el versículo 27: “Considera los caminos de su casa y no come el pan de balde”. Es activa, diligente, no limitándose al trabajo del día, haciendo de él la norma también en horas de la noche.

Emprendedora

“Considera la heredad y la compra, y planta viña del fruto de sus manos. Ciñe de fuerza sus lomos y esfuerza sus brazos. Ve que va bien sus negocios; su lámpara no se apaga de noche” (31:16-18).

Esta doble condición de la mujer ideal, entregada al trabajo físico y especuladora como negociante, se repite en el versículo 24: “Hace telas, y vende, y da cintas al mercader”.

De muros adentro esta clase de mujer se hace cargo de las atenciones domésticas: “Aplica su mano al uso, y sus manos a la rueca” (31:19). De muros afuera se transforma en negociante, mujer emprendedora que hace dinero y contribuye a la economía de la casa.

Generosa

“Alarga su mano al pobre, y extiende sus manos al menesteroso” (31:20).

La mujer ideal ejerce acciones generosas igual que un rosal produce rosas. La generosidad femenina es también alabada en el Talmud hebreo.

Entregada a la familia

“No tiene temor de la nieve por su familia, porque toda su familia está vestida de ropas dobles” (31:21).

No sólo trabaja en la casa y hace negocios con mercaderes, la mujer ideal no descuida a la familia. Confecciona para ella ropa de abrigo para tiempos de frío. Haciendo un alarde de buena conciencia se entrega a los hijos, vive para la familia.

Confecciona su propia ropa

“Ella se hace tapices de lino fino y púrpura es su vestido” (31:22).

Sobre el versículo 24 ya he escrito en otras letras. En este versículo vemos la mujer en su calidad de empresaria, vendiendo telas al mercader.

El 22, arriba escrito, el autor presenta la mujer ideal con su habilidad y capacidad que no todas las mujeres poseen: haciendo sus propios vestidos.

El marido es reconocido

“Su marido es conocido en las puertas, cuando se sienta con los ancianos de la tierra” (31:23)

Los ancianos de Israel constituían la nobleza del pueblo o de la tribu. Solían sentarse a las puertas de las ciudades para administrar justicia. Al parecer, el marido de la mujer ideal era uno de ellos. Cuando acudía a las reuniones era reconocido por su pulcritud.

Deber de la mujer es atender debidamente al marido para que hablen bien de él. El mismo deber que tiene el marido con la esposa.

De los versículos 24 y 25 he escrito ya.

Administra sus palabras

“Abre su boca con sabiduría y la ley de clemencia está en su lengua” (31:26).

El apóstol Pablo manda cuidarse de la mujer “ociosa, chismosa, y entrometida que habla lo que no debiera” (1ª Timoteo 5:13).

De esta condición no era la mujer ideal de la que escribe Salomón. Estaba en el extremo totalmente opuesto. En su boca sólo había palabras sabias y a la hora de juzgar verbalmente lo hacía con clemencia.

El versículo 27 ya lo comenté al escribir sobre la mujer trabajadora, activa, diligente, atenta a las necesidades de la casa, merecedora de su sustento.

Alabada por hijos y esposo

“Se levantan sus hijos y la llaman bienaventurada; y su marido también la alaba” (31:28)

Algo escribí sobre este tema al comentar el 31:11, donde se dice que “el corazón del marido está en ella confiado”. Aquí, en el 28, el marido continúa alabando a la mujer ideal.

No sólo el marido, también los hijos, que la llaman bienaventurada, como Elisabet dijo de la Virgen María (Lucas 1:45).

Cuatro maravillosas lecciones.

“Muchas mujeres hicieron el bien; mas tu sobrepasas a todas”.

“Engañosa es la gracia, y vana la hermosura”.

“La mujer que teme a Jehová, esa será alabada”.

“Dadle del fruto de sus manos, y alábenla en las puertas sus hechos” (31:29-31).

• Sobrepasada en el bien

“Muchas mujeres hicieron el bien; mas tú sobrepasas a todas” (31:29).

Tuvo que haber sido una mujer única, ejemplar. Hacer el bien más que otras mujeres revela su bondad. Era una mujer buena. Ante los ojos de Dios sólo existe el bien. El mal procede de su enemigo y enemigo nuestro.

• Hermosura interior

“Engañosa es la gracia, y vana la hermosura” (31:30).

Del poeta y dramaturgo Francisco Villaespesa son estos versos:

¡El bien y la belleza!

Las dos alas del vuelo

Que a las almas conduce

Desde la tierra al cielo.

¡Lástima! Salomón no nos da una sola pista para saber cómo era físicamente la mujer idealizada.

Aquí desprecia la hermosura calificándola de vanidad. En su interior había algo más hermoso que la gracia y la belleza del cuerpo.

• Temor de Dios

“La mujer que teme a Dios, esa será alabada”.

A lo largo de 21 versículos en el capítulo 31 de Proverbios la mujer ideal ha recibido muchas alabanzas. Pero la alabanza superior, la más importante que mujer alguna puede escuchar en vida, es la que proviene del temor a Dios. Los ojos no pueden ver a Dios sino a través del temor reverente.

• Elogio público

“Dadle del fruto de sus manos y alábenla en las puertas sus hechos”.

Los hechos de sus manos fueron muchos y diversos. Era mujer laboriosa, trabajaba noche y día, cuidaba de toda su familia, ganaba dinero negociando con mercaderes las telas que confeccionaba.

Su virtud era elogiada en público por los ancianos que se sentaban en las puertas de la ciudad para administrar justicia al pueblo.

El libro de Proverbios empieza hablando de la sabiduría de un hombre (Proverbios 1:1-6), y termina haciéndolo de una mujer sabia, mujer fuerte, mujer virtuosa, el ideal de mujer. Contrariamente a la situación de la mujer en aquél mundo, sometida a la voluntad del marido, la de Proverbios es una mujer independiente, liberada. Una mujer de fuerte carácter; su fuerza, su identificación como esposa, como madre, defensora de sus derechos.

Salomón imaginó una mujer y nos contó su historia como si fuese verdadera, una historia lógica, instructiva, sumamente educativa.