Los pensadores religiosos hablaban de secularización o de pérdida de interés religioso en general. Sin embargo estaban tan pendientes de las estructuras eclesiales clásicas, que no se daban cuenta que por las rendijas de los muros de las iglesias o de los muros del progreso, se iban infiltrando los viejos demonios del pasado, dando lugar a nuevas espiritualidades que nada tienen que ver con las estructuras eclesiales clásicas, con la iglesia.
Por tanto,
más que de un fenómeno de secularización, se trata de abandono de la religiosidad tradicional en torno a la estructura eclesial clásica, cansados de un excesivo racionalismo teológico que los dejaba, en cierta manera, espiritualmente fríos. El hombre de hoy ya viene cansado y decepcionado de las ideas de progreso de la modernidad. La ciencia no ha podido salvarle sino que, al contrario, le ha metido en guerras mundiales y la tecnología le ha servido para matar y destruir.
En cierta manera, nuestra época se define por el fin de todos los ideales de progreso. El hombre se va a lanzar en la búsqueda de otras líneas menos racionales y que le produzcan satisfacción. Así, el hombre de hoy camina hacia el hedonismo, busca la visión estética de la vida, va haciendo lo que en cada momento le apetece y se fundamenta, más que en la razón típica de la modernidad que abandona, en el sentimiento y en lo subjetivo. Hay un abandono de los valores absolutos del pasado y se centra en una pluralidad de valores en donde ya no existen las certezas absolutas del pasado, de la modernidad. Entramos así en lo que algunos llaman la posmodernidad, más intimista, más llena de la búsqueda de emociones, con más cauce para el sentimiento y con menos relevancia del pensamiento racional.
Todo esto va a dar lugar no a la secularización, sino a la búsqueda de una religiosidad no eclesial fundamentada en la búsqueda del misterio. En esta búsqueda, manda más el sentimiento y la subjetividad que la razón. Es la característica de las nuevas espiritualidades no eclesiales. En muchas de estas espiritualidades, la búsqueda de lo misterioso a la vuelta del esoterismo. Es así como surge el retorno de los viejos demonios del pasado. Las ciencias ocultas toman una nueva relevancia. Por tanto, la pérdida de miembros o de influencia de las estructuras eclesiales clásicas no va a dar lugar tanto al secularismo, que era más aparente que real, como al esoterismo y las ciencias ocultas. Es el retorno del satanismo, el retorno de los viejos brujos o demonios del pasado.
Si se da también un retorno a la búsqueda de Dios, ésta será más individualista y subjetiva. Muchos de los hombres posmodernos ya no van a buscar a Dios usando las, para ellos, viejas estructuras eclesiales, sino que van a intentar eludir lo que sería una dogmática o, simplemente, unas exigencias eclesiales existentes en las diferentes confesiones religiosas estructuradas en torno a la idea clásica de iglesia. Por tanto, no se trataría de una secularización, sino una búsqueda del misterio, de lo oculto, de lo trascendente o de Dios mismo, dejando a un lado lo que ellos considerarían estructuras y formas eclesiales obsoletas y trasnochadas.
Lo que puede latir detrás de todo esto, es la inseguridad de un hombre en medio de la pluralidad y las dinámicas del mundo actual. Todas esas búsquedas de sentido y de llenar las necesidades espirituales que todo hombre tiene, es como una respuesta espiritual siguiendo los diferentes cauces religiosos que nos pueden llenar o dar apariencias de seguridad. La búsqueda de seguridad es importante.
Al hombre de todas las épocas le es necesario encontrar tanto seguridad como sentido a sus vidas, pero este hombre de las nuevas espiritualidades no eclesiales ya no va a aceptar la autoridad religiosa, ni el concepto del papado, ni de los dogmas, ni ningún tipo de autoridad eclesial. No acepta ya la disciplina de las viejas estructuras eclesiales. Estas espiritualidades van a ser más individualistas, más autosuficientes, más libres. Será en estas líneas también en las que encajarían las características de la New Age. El hombre, al no adaptarse a autoridad eclesial ni a ningún tipo de dogmática preestablecida, se va a sentir más libre de reformular y buscar sus propias verdades religiosas. Cada hombre va a tender a ir creando su propio universo de verdades, sin seguir a ninguna religión clásica en especial, pero sí tomando los elementos de cada una que le pueden valer para estructurar su universo de sentido religioso y trascendente.
El cristianismo no puede ser ajeno a todas estas nuevas espiritualidades ni a la situación espiritual del hombre posmoderno. Quizás debería abandonar algunas rigideces del pasado y buscar nuevas formas religiosas más acogedoras y más cálidas. Es quizás por eso que los movimientos pentecostales y carismáticos que transmiten más sentimiento y calor humano llenan más sus congregaciones. Pero hay algo que para los cristianos en general debe ser irrenunciable: la combinación del uso de la razón y de la formación de un criterio, con la experiencia interior religiosa y la guía que nos ofrece la Sagrada Escritura que debe ser la fuente principal o única de inspiración de todos los cristianos.
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