Sin embargo,
los defensores de la globalización se plantean pocas veces cómo es, realmente, esa redistribución de las sumas positivas que se producen en este proceso mundial liderado por el neoliberalismo. Si a algunos países pobres les pueden llegar pequeños crecimientos, en la mayoría de los casos poco perceptibles, los países ricos se llevan casi la totalidad de esta tarta que tan jugosamente aumenta las sumas de la economía mundial. Los países ricos engordan y mejoran ostensiblemente su abundancia, mientras que los países pobres apenas ven crecimientos positivos. La conclusión está clara en términos económicos: cada vez es mayor la brecha o sima que existe entre los países ricos y los pobres. Comparativamente se puede hablar de ricos muy ricos y de pobres muy pobres, aunque a algunos pobres les haya llegado algo de las sobras o de las migajas de la globalización neoliberal. Los países ricos mejoran ostensiblemente tanto su renta per cápita como su Producto Interior Bruto; los pobres mejoran algo, se mantienen en su pobreza o empeoran, pero la sima de las desigualdades se aumenta. En el mundo hay un proceso de separación económica cada vez mayor entre los países ricos y los países pobres.
Además, como es una economía en que las grandes empresas multinacionales pueden pasar los trabajos a cualquier parte del mundo, pueden asignar, sin ningún tipo de trabas, los trabajos de lujo y que generan los mejores salarios del mundo a los países ricos. Los trabajos más bajos y con salarios ínfimos, los pueden pasar a los países ya empobrecidos.
Es posible que los empobrecidos puedan conseguir algunos puestos de trabajo y crecer al menos unos mínimos, pero las distancias entre los ricos y los pobres se agrandan. Hay una gran sima entre los ricos y los pobres.
Al hablar de estas distancias y simas, me recuerda la gran sima que había, en la Parábola del Rico y Lázaro, prototipos de la riqueza y la pobreza en el mundo. Era una gran sima que traspasa nuestro mundo de nuestro aquí y nuestro ahora y se traslada hasta el más allá, en el tiempo metahistírico y apocalíptico, cuando realmente, en el más allá, también el rico y el pobre están separados por una gran sima. El rico, en condenación, quería que el pobre Lázaro le siguiera sirviendo para aliviar sus tormentos. Se lo pedía al padre Abraham. La respuesta dada por el patriarca fue ésta:
“Una gran sima está puesta entre vosotros y nosotros, de manera que los que quisieren pasar de aquí a vosotros, no pueden, ni de allá pasar acá” (
Luc. 16:26).
Pareciera como que la sima condenatoria hay que superarla y eliminarla en nuestro tiempo, en nuestro aquí y nuestro ahora, porque esta sima se prolonga después, incluso después de la muerte, como un grito de Dios hasta el infinito y acaba condenando a los acumuladores que sólo piensan en sumar positivamente para ellos, pensar solamente en que el juego de suma positiva que muchos ven en la globalización neoliberal favorezca sus bolsillos, mientras que se pasa por el lado de Lázaro sin rehabilitarle, sin dignificarle, sin socorrerle, sin pararse, movidos a misericordia, ante el despojado.
Los cristianos no deberían permanecer callados ante estas situaciones de crecimiento de las desigualdades. No deberíamos permitir que mientras que la tarta de la economía de la aldea global crece, la justicia vaya disminuyendo.
Si la economía es global, la justicia debería serlo también. Recordemos que al Dios que decimos servir los cristianos, es el Dios de la justicia, una justicia que, además, siempre va teñida de misericordia. Y una justicia misericordiosa, jamás podrá aprobar la tan desigual redistribución que hoy practica la globalización neoliberal.
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