También en las culturas clásicas como era también el caso del pueblo de Israel, se pensaba que se podría ser pobre o enfermo como una especie de maldición de Dios. Algún mal oculto debería haber detrás del enfermo o del pobre o marginado. Actualmente en nuestros sistemas capitalistas, el problema puede llegar a ser aún mayor: Algunos religiosos del sistema, centrados en la contemplación de su propia prosperidad, nos pueden decir que la riqueza es una bendición de Dios y que el que es pobre es porque alguna maldición divina puede haber recaído sobre él. Por eso se puede hablar de la Teología de la Prosperidad y cosas similares. Los ricos pueden ser aquellos, según estas perspectivas teológicas, a los que la gracia de Dios les ha bendecido con riquezas incontables, lo que nos llevaría a decir que la pobreza es una maldición de Dios o, simplemente, un olvido de Dios con respecto a más de media humanidad.
Sin embargo
la Biblia proclama que Dios no quiere que haya pobres entre nosotros y tuvo que decir que
“a los pobres los tendremos siempre con nosotros”, viendo la dureza del corazón de los hombres y, especialmente el corazón de Judas que, además de apegado a las riquezas, era ladrón. En este contexto se dijo esa frase. La pobreza va a ser consecuencia de hombres con el corazón como el de Judas. Pero Jesús se preocupó por los pobres y por el hecho de que los integrados no los excluyeran sólo de las riquezas, sino del Reino de Dios. Por eso tuvo que decir, de forma específica, único colectivo que se nombra como destinatario del Evangelio -aunque el Evangelio era para todos, para los ricos también si estos se convierten y comparten-, que el Evangelio era para los pobres, y sentó en el banquete del Reino a marginados, lisiados y enfermos.
Los pobres no son una creación de Dios ni de la propia naturaleza. De hecho Jesús habló de que la plena realización del hombre y de la naturaleza consistía en que no hubiera pobres entre los hombres. Los pobres existen pese a la abundancia con que nos premia la naturaleza. Es la codicia de algunos la que hace que los pobres sean una producción del propio género humano. Los pobres no son pobres, sino que han sido empobrecidos por sus propios congéneres, por el género humano. De ahí que se pueda decir que no existen pobres, sino empobrecidos. Los sistemas que empobrecen y marginan son producto también del género humano que crea estructuras de pecado, estructuras injustas que empobrecen. Todo pobre es un empobrecido por su hermano que, comportándose como mal prójimo, acumula, roba, despoja y, luego, deja a su congénere tirado al lado del camino. Así, la “bendición” sobreabundante que está en su mesa, más que una bendición de Dios, puede ser una maldición. El que, realmente, es bendecido por Dios, no tiene más remedio que compartir, que redistribuir rompiendo sus grandes almacenes sabiendo que lo que Dios nos da no nos pertenece, sino que pertenece a todos. Si no, se repetirá la historia del Rico Necio de la que nos habla Jesús.
Hoy, estamos en el mundo en una situación tan escandalosa que, a muchos, a millones de seres en el mundo, les gustaría ser oprimidos o explotados para dar de comer a sus hijos. Ya no nos valen los conceptos de opresión o explotación. Tampoco no valen los conceptos marxistas de alienación por el trabajo. Hoy muchos desearían verse alienados de esta manera, explotados o incluso esclavizados para poder sacar adelante a sus hijos y que no murieran por hambre o por hambrunas que hace que estos niños no se desarrollen. Hoy los empobrecidos son los que han sido excluidos y no se les usa ni siquiera para explotarlos. Lo que en otros artículos hemos llamado como el sobrante humano. Han sido excluidos y empobrecidos por los “privilegiados” del género humano que consumen y acumulan lo que a ellos es necesario. No son pobres por causas naturales, ni por degeneración personal, ni por vagancia. Son empobrecidos por sus propios congéneres, por todos aquellos miembros del género humano que acumulan engordando al 20% del planeta. Éstos han actuado de forma empobrecedora del género humano.
Ese es el gran escándalo y tragedia de la humanidad. Hay individuos que acumulan, como dice la Biblia, casa a casa y heredad a heredad hasta ocuparlo todo. Y la gran pregunta bíblica está ahí: ¿Pensarán que están solos en toda la tierra? Por eso a mí me cuesta compartir la frase de mi estimado Monroy en su artículo de esta semana “La Doctrina Social del NT”: “Ni todo pobre es justo, ni todo rico malvado”. Él analiza como si pudiera haber ricos con entrañas y ricos sin entrañas. Lo que pasa es que según la Biblia, todo acumulador que acumula y almacena como si el mundo fuera suyo, no puede tener entrañas. Esa acumulación que empobrece a tantas personas en el mundo, ya es una maldad en sí, es ser un “sin entrañas”.
Ante esta necedad, los cristianos del mundo deberían reaccionar y gritar que
la bendición de Dios está en el compartir y en el clamar por la justicia. El Señor a éstos dirá:
“Venid, benditos de mi Padre”. Ahí sí hay bendición. En las circunstancias del mundo en donde se mueven tantos empobrecidos y excluidos, hablar de bendición económica en el caso de los acumuladores de este mundo, es una ofensa a Dios, una ofensa a un Dios que sigue crucificado entre los empobrecidos por el egoísmo humano y por los sistemas injustos que los poderosos y enriquecidos han creado, empobreciendo a los que, de ninguna manera, son pobres por naturaleza, ni por vagancia, ni por causas naturales, ni por elección personal. Son empobrecidos.
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