Seamos bíblicos en nuestra respuesta al racismo. Nuestro Señor no carecía de empatía por los oprimidos, ni limitó su ministerio a la enseñanza y la predicación. Primera parte de un artículo de CJ Davison y Richard Coleman.
El Dr. JL Williams, maestro de la Biblia y pionero de las misiones, dijo una vez: “El racismo no es un problema de piel; es un problema de pecado”.[1] El problema del racismo y la división es mucho más profundo y va más allá del color, tribu, etnia, idioma, credo o religión. El problema está en nuestros corazones.
Nuestro mundo caído fue testigo del primer crimen cuando un hermano mató a otro hermano (Génesis 4: 8). Era el pecado el que imperaba entonces, y es el pecado el que impera ahora, cuando nos volvemos unos contra otros, cuando el amor de Dios no es recibido ni reflejado. Toda maldad racial es, en su raíz, un pecado contra el prójimo hecho “a imagen de Dios” (Génesis 1:27) y un incumplimiento del Gran Mandamiento de “amar al prójimo como a uno mismo” (Mateo 22:39-40). Por eso, nosotros, como iglesia mundial, empoderados por el Espíritu, debemos tomar la delantera y llevar esperanza a través del amor de Cristo.
En este artículo de dos partes, traemos voces de todo el mundo, dirigidas por el Equipo de Empoderamiento de la Generación de Líderes Jóvenes (GLJ) de Lausana, con el autor principal Richard Coleman, para entender por qué es importante abordar el racismo, y cómo nosotros, como cristianos, podríamos generar un cambio en respuesta a la Gran Comisión de nuestro Señor.
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El ministerio de JL Williams se extendió por todo el mundo, entablando amistad con líderes locales y nacionales. Aunque ya ha fallecido, su legado de “liderazgo a través de la amistad” sigue guiando a muchos en la actualidad. Las relaciones son un capital para un líder, y quizá la salud de los líderes dependa de la diversidad de amistades fructíferas.
El escepticismo racial y el etnocentrismo van en contra de la visión de Dios. El racismo violento puede estar en el extremo más alejado del espectro, pero todos somos culpables de prejuicios en alguna medida. Nacemos con escepticismo y miedo, el “síndrome del otro” como yo lo llamo. Nuestra perspectiva egoísta de la vida (en contraposición a la relacional y afectiva) hace que reaccionemos pecaminosamente ante las diferencias en lugar de abrazarlas. La humanidad aún no ha logrado la unidad diversa y la intimidad familiar que Dios quiere.
Desde el principio, la visión de Dios para la tierra ha sido una hermosa diversidad con una unidad inspirada. ¿Cómo podemos alcanzarla? Jesús oró por esto con sus discípulos (Juan 17:21), y vemos la visión de esto cumplida en Apocalipsis 7:9, con todas las naciones reunidas ante el Cordero. Sería inconcebible pensar que en ese momento aun seremos espectadores escépticos con quienes adoran junto a nosotros.
El mundo ha identificado lo que la iglesia ha sabido durante más de dos mil años: las diferencias de cultura dividen si no existe un propósito o fuerza unificador. Solo Jesús puede traer unidad perfecta en la gran diversidad. Colaborar con Dios en su misión nos unirá. Conformará nuestra identidad, cultura y propósito con la visión final de Dios para la humanidad, que es fundamental para la solidaridad.
(Aquí comienza la parte del artículo escrita por CJ Davison)
Si bien cualquier grupo de personas puede maltratar a otro grupo de personas, el racismo del pueblo blanco como opresor ha estado en el foco mundial. Futbolistas, jugadores de cricket, jugadores de baloncesto y muchos otros atletas se han arrodillado antes de sus partidos en señal de protesta. Coches de carreras de Fórmula 1 han sido pintados de negro en una muestra de apoyo a los negros,[2] que han sido víctimas del racismo durante siglos. Estatuas de opresores blancos han sido derribada a ambos lados del Océano Atlántico. Vivimos una época de rebelión sin precedentes contra el racismo, empezando por el que ha sido impuesto por los blancos. Es solo cuestión de tiempo antes que el impulso se traslade a otras estructuras cargadas de poder. Ya sea el sistema de castas en India, la discriminación del pueblo romaní en Europa Central o la marginación de los aborígenes en Australia, la presión para que todas las personas sean tratadas con igualdad va en aumento.
¿Dónde está la iglesia en medio de este momento histórico? Al responder a esta pregunta desde mi perspectiva estadounidense, las iglesias locales parecerían estar adoptando una de al menos tres respuestas diferentes. La primera es rotular lo que está ocurriendo como un levantamiento marxista, de la cultura de la cancelación. Es más probable que el grupo dominante adopte este punto de vista, ya que sienten que su historia, sus héroes y, de hecho, ellos mismos están siendo atacados. El malestar que sienten es comprensible, pero su respuesta se centra en ellos mismos y carece de empatía, dando poca credibilidad a las injusticias experimentadas por quienes han sido oprimidos. Para darle un nombre, llamémoslo enfoque «defensivo».
La segunda respuesta es guardar silencio sobre la cuestión. Dicen las iglesias: “Se trata de una cuestión social y no tenemos que involucrarnos. Nuestro único trabajo es predicar el evangelio”. Llamemos a este enfoque “desdeñoso”. Los creyentes de este grupo piensan que una buena predicación, que a menudo aborda el pecado personal, es la única herramienta necesaria para enfrentar el racismo. Consideran que cualquier otro enfoque es secular o inconsistente con su responsabilidad como seguidores de Cristo. Sin embargo, es una falacia que la predicación por sí sola deconstruya el racismo en los corazones de las personas y los sistemas. Por ejemplo, los blancos y los negros en los Estados Unidos estuvieron en su momento segregados dentro de varias iglesias evangélicas blancas en Estados Unidos que contaban con una predicación sólida. Algunas iglesias que predicaban el evangelio incluso se pusieron del lado de la esclavitud al no promover la emancipación de los esclavos. La predicación es esencial, pero debe ir acompañada de otras prácticas bíblicas que trabajen por la justicia y la equidad (ver Hechos 6:1).[3]
Lamentablemente, los enfoques defensivos y desdeñosos han servido como una afrenta a la Gran Comisión. No solo han alejado a la generación joven de no creyentes, sino que también han distraído o incluso paralizado el testimonio de los creyentes jóvenes. Este último grupo no está interesado en un sistema religioso que solo se preocupa por la salvación del alma pero que no presta atención a los problemas de injusticia en la sociedad. El conflicto interno surge cuando ven que los no creyentes promueven la justicia, mientras sus propios líderes espirituales permanecen en silencio. La disonancia que sienten los lleva a cuestionar la pertinencia del evangelio mismo que proclaman y quizás a abandonar su fe por completo. Para ellos, son como las personas a las que Pablo cuestiona en 2 Timoteo 3:5, que “aparentarán ser piadosas, pero su conducta desmentirá el poder de la piedad”.
Sin embargo, hay un tercer enfoque, que llamaremos la respuesta bíblica. Los creyentes con este tercer punto de vista valoran la Biblia no menos que los otros dos grupos y están igual de apasionados por que las personas lleguen a conocer a Cristo. Saben que el propósito del intrincado sistema de leyes que se encuentra en el Antiguo Testamento era facilitar una relación saludable entre las personas y Dios y entre las personas entre sí. Saben que Jesús cumplió esta ley en la forma en que amó a Dios y al prójimo. Afirmó a las mujeres, abrió el camino para que las personas estigmatizadas se reincorporaran a la sociedad, dio dignidad al odiado samaritano e incluso dedicó tiempo a un centurión romano. Jesús desafió de forma proactiva los “ismos” de su época y demostró el amor de Dios, en palabras y obras, tanto hacia los oprimidos como hacia los opresores. Su proclamación de que el reino estaba cerca abarcaba tanto la salvación espiritual como la confrontación de la condición rota, en sus diversas formas, en el aquí y ahora. Predicaba, y practicaba lo que predicaba. No había hipocresía en el ministerio de Jesús.
Además, los creyentes que tienen una respuesta bíblica al racismo comprenden la importancia primordial de lo que el Pacto de Lausana afirma tan maravillosamente:
Aunque la reconciliación con otras personas no equivale a la reconciliación con Dios, ni la acción social a la evangelización, ni la liberación política a la salvación, afirmamos no obstante que tanto la evangelización como la participación sociopolítica forman parte de nuestro deber cristiano. Pues ambas son expresiones necesarias de nuestras doctrinas de Dios y del hombre, de nuestro amor por nuestro prójimo y nuestra obediencia a Jesucristo. (Pacto, punto 5)
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La mayoría de mis experiencias con el racismo han tenido lugar en el contexto del trabajo con estadounidenses blancos en misiones mundiales. Mientras la atención estuviera en las naciones y los grupos étnicos no alcanzados, todo estaba bien. Pero cuando el tema del racismo surgía de mí o de alguna otra fuente, la atmósfera cambiaba. Tanto si la respuesta de mis colegas blancos era de defensa o de desdén, encontré que me estaba amargando por dentro. Esa amargura me llenaba la cabeza con pensamientos como éste: “Si ellos no quieren abordar el racismo, quizá debería dejar de centrarme en las naciones y poner mi atención en mi propia comunidad». Incluso empecé a sentirme como un traidor. “¿Me estoy volviendo como los misioneros blancos que van al extranjero y tienen bebés negros en sus brazos pero que ignoran por completo a los bebés negros en Estados Unidos?”. Es solo por la gracia de Dios que me mantuve fiel a mi llamado. Descubrí que no era el único que sentía esto. De ninguna manera. Escuché a cristianos afroamericanos expresar la misma frustración muchas veces. Permítanme ser claro. No estoy en contra de los cristianos blancos. Muchos han hecho sacrificios al proclamar el evangelio y demostrar el amor de Jesús a personas que no son como ellos. Y, francamente, he sido bendecido sin medida por mis hermanos y hermanas blancos. Perdería la cuenta de cuántos de ellos se jugarían sinceramente por mí. Pero el problema principal es si la actitud defensiva o desdeñosa de estos queridos amigos hacia las cuestiones raciales ha disminuido y restado valor a su mensaje, creando así barreras tanto para el mensaje mismo como para los posibles mensajeros.
Mientras vamos por todo el mundo (alemanes, jamaicanos, georgianos, japoneses, etc.) haciendo discípulos de las naciones, sigamos el ejemplo de Jesús. Seamos bíblicos en nuestra respuesta al racismo. Nuestro Señor no carecía de empatía por los oprimidos, ni limitó su ministerio a la enseñanza y la predicación. Por el contrario, se involucró en la totalidad de la experiencia humana. Siguiendo el ejemplo de Jesús, presentemos un ministerio integrado que inspire a esta generación a creer y vivir la totalidad de las Escrituras, incluida la Gran Comisión.[4]
Continuará próximamente con la parte del artículo de Richard Coleman
CJ Davison es el director internacional de Leadership International, un ministerio que ayuda a equipar a líderes para el desarrollo de sus ministerios. Richard Coleman ha servido como director de misiones de una iglesia grande y ahora lo hace en Etiopía, donde vive con su familia, a través de una asociación con los ministerios TMS Global y EvaSUE, la filial de IFES en el país.
Este artículo se publicó por primera vez en la web del Movimiento Lausana y se ha reproducido con permiso.
Notas
[1] J.L. Williams, A Sin Problem Not a Skin Problem: A Biblical View of Race and Racism (USA: Feed the Hunger, 2020). ↑
[2] Nota del editor: En el Reino Unido, el término colectivo «BAME» se utiliza como acrónimo de «Black, Asian and Minority Ethnic» (negro, asiático y de minorías étnicas). El término «BAME» tiene su origen en el movimiento antirracista de mediados y finales de la década de 1970, en el que los activistas políticos se unieron para luchar contra la discriminación. ↑
[3] Nota del editor: Ver el artículo de Israel Oluwole Olofinjana “Misión descolonizadora” en el número de septiembre 2020 del Análisis Mundial de Lausana.↑
[4] Nota del editor: Ver el artículo de Thomas Albert Howard “Un llamado a la unidad cristiana por el bien de la Gran Comisión” en el número de noviembre 2017 del Análisis Mundial de Lausana.
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