Sorprendería la cantidad de veces que he escuchado este versículo con un “pero” detrás, una aclaración, una glosa, poniendo excusas.
…para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna.
Juan 3:16
A veces nos obsesionamos demasiado con el miedo a la posmodernidad, a las nuevas generaciones, al cambio. El futuro es incierto y nos molesta la incertidumbre. Para ser unas criaturas entrelazadas en el tiempo, es curioso el modo incesante en que anhelamos la eternidad.
Sea como sea, nos obsesiona aquello mutable, incontrolable, o que no podamos medir, ni tocar, ni agarrar. Nos da la sensación de que todo tiene más sentido cuando sabemos por dónde agarrarlo; sin embargo, surgen problemas cuando se quiere obligar a Juan 3:16 a decir algo que no dice.
Sorprendería la cantidad de veces que he escuchado este versículo con un “pero” detrás. Una aclaración, una glosa, poniendo excusas, marcando el paso, poniendo límites, excluyendo. La realidad es que la Biblia es tan maravillosa que nos tiene como regalo un texto de Juan 3:16 que es pura posmodernidad.
Todo líquido, nada inmutable.
La clave de la salvación no es nada que nosotros podamos medir, ni controlar. La clave es la creencia, un cambio tan sencillo como del cero a un uno en un código binario que, no obstante, lo cambia todo. Una creencia que cambia tu realidad, hace que tu presente se vuelva eterno y después se entrelace con un futuro que, nos advierte, no será lineal ni temporal. El evangelio de Juan es muy insistente, y curioso, en el modo de insistir y pivotar una y otra vez alrededor de la creencia. Lo que creen unos, lo que creen otros, lo que cree Jesús… Para, en resumen, dejarnos con una aclaración que bien merece una duda: cree, y serás salvo.
Qué poco nos gusta eso.
Llenamos la simpleza y honestidad de este versículo de florituras. Cree, sí, pero luego ven a nuestro culto y demuéstralo. Cree, pero ven a nuestras actividades. Cree, pero haz lo que te decimos. Cree, pero viste así, o ponte esto, o no te lo pongas. Cree, sí, pero no leas, no escuches, o lee, o escucha esto y no lo otro. Al final, mira, da igual que creas o no, o que tengas dudas, tú haz lo que te decimos y el resto lo vamos viendo. Para creer que la salvación no es por obras, ponemos muchas trabas a la creencia pura y simple en la que consiste la fe.
La realidad de Juan 3:16 es que no nos pertenece. No es nuestra la decisión de salvar o condenar. No es nuestra la administración de la vida eterna. Para mí, es todo un alivio y un desafío. No tanto por quien viene contra mí, sino para que a mí no se me ocurra ir contra nadie. Si somos algo, en lo que respecta a este versículo y a este pasaje, es compañeros en el camino. Somos hermanos, iguales. Yo no acepto que nadie, con este versículo en la mano, me imponga ninguna jerarquía entre Cristo y yo para gestionar mi salvación. Me tengo que acordar de que yo tampoco puedo hacer lo mismo; ni siquiera acercarme.
Este versículo nos regala una certidumbre preciosa, luminosa y fresca. La seguridad de nuestra salvación depende del Dios que es el más generoso de todos. Si nos atrevemos a abandonar nuestros temores y prejuicios, podremos disfrutar de esta primera dimensión de la vida eterna.
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