La vida de los hombres está más mediatizada por la razón y por la inteligencia que la de los animales. Mediatizada por la técnica. Quizás el hombre debería superar la simple solución zoológica con una visión más universal de Dios. A veces tenemos una visión restringida de Dios, particularista, no universal, visión de secta. Quizás la inmigración sea una invitación a buscar un concepto de un Dios universal, un Dios que integra en su rostro el del negro, el del indígena, el de la mujer migrante o marginada, el del magrebí de piel morena, al igual que el del blanco. Quizás debemos de replantearnos la imagen de Dios que, a veces, en occidente, es el dios abuelo, blanco de barbas canosas..., pero Dios no se adapta solamente al concepto de Dios que se tiene en la cultura occidental. El rostro de Dios también es negro, indígena, gitano, árabe... el rostro de los sufrientes del mundo.
Quizás si tuviésemos un concepto más universal de Dios, nos sentiríamos más hermanados con el resto de la humanidad. Incluso esa necesidad zoológica de desplazamiento en busca de alimentos y posibilidades de vida se podría obviar. No habría que estar luchando, tan duramente y con tan poco éxito, por políticas migratorias que intenten cambios estructurales en los países de origen, cambios y ayudas de cooperación internacional que promuevan un desarrollo real de los países de origen de nuestros inmigrantes. Un concepto de Dios universal que nos hiciera ver que todos estamos en un mismo barco, que las políticas del 0,7 del PIB se quedan cortas y ni siquiera estamos dispuestos a llegar a eso, políticas que puedan dar lugar a un jubileo universal en cuanto a la condonación de la deuda externa. Esos deudores están siendo financiadores del bienestar y la opulencia de ese club de los ricos del mundo.
La visión de un Dios universal del que todos somos criaturas, nos llevaría a una visión del mundo más solidaria, a una reconciliación, al perdón.
Sepamos que una política de ajuste para los países pobres para que puedan devolver su deuda externa, puede dar lugar a que muchos niños se mueran de hambre. Podríamos hablar de la necesidad en el mundo de que exista un comercio realmente libre en donde los países pobres puedan exportar y vender de forma justa a los países ricos. La concentración de bienes y la necesidad zoológica de desplazamientos está potenciada por la visión de un Dios particularista y egoísta que no nos hermana con el resto de los hombres. Los cristianos deberían ser, en el ámbito internacional, más generosos y solidarios. Más prójimos.
Pero estas políticas estructurales, estas solidaridades internacionales no se deben confundir solamente con ayudas asistenciales.
La cooperación internacional debe superar el asistencialismo para llegar a ver las cosas en el mundo desde otros parámetros: los de la justicia. Otra de las causas que eliminarían los desplazamientos en busca de alimento como simple solución zoológica. Los cristianos deben ser defensores de la justicia y el equilibrio en la distribución de bienes en el planeta tierra. Quizás nos dé miedo: miedo a hablar de un mercado libre, nos da miedo de que pueda haber perjuicios para nuestros intereses... paro. Nos da miedo tener que pagar el coste que decisiones justas puedan tener sobre las formas de vida de los países que forman ese pequeño círculo, quizás infernal, de la abundancia casi sin límites, de los gastos de energía sin controles, del uso de tecnología e infraestructuras privilegiadas, aunque sean insolidarias con los pobres del mundo. Aunque esta abundancia concentrada sea la causa de los desplazamientos de las gentes y los pueblos como solución zoológica.
Pero los cristianos estamos llamados a proclamar un mundo de hombres libres, iguales en derechos y con posibilidad de participar igualitariamente de los bienes del planeta tierra, hombres libres que no aceptan ningún tipo de dominio del hombre para con el hombre, ningún tipo de sumisión que implique pérdida de dignidad. Los desplazamientos deberían ser libres y no forzados por el hambre o la miseria. Todos somos ciudadanos del mundo. Para los cristianos deben estar muy relativizados los conceptos de pertenencia a una patria o a un terruño. La sublimación y sacralización de estos conceptos es pecado.
Por tanto, las políticas en torno a las migraciones internacionales que se hagan desde los países ricos de acogida, no deben ver solamente en las migraciones internacionales una solución zoológica para algunos, los más avispados, y un aprovechamiento de la sangre joven de tantos hombres y mujeres por parte de los países de acogida. La solución zoológica que se busca favorece el club de los ricos del mundo. Las migraciones internacionales nos deberían mostrar un concepto de Dios más universal, el concepto de una projimidad que supera fronteras.
Quizás Dios quiera mostrarse y hacerse presente de una manera muy especial a través de los rostros de los inmigrantes que se encuentran dentro de nuestras puertas. La ayuda al inmigrante sobrepasa así la estricta ayuda asistencial, también necesaria, y nos lanza a ser la voz, las manos y los pies del Señor que acercan los valores del Reino de Dios al mundo, valores de justicia, igualdad, libertad y dignidad de todos los hombres.
Debemos ampliar nuestras fronteras, nuestra visión solidaria... para el cristiano no hay fronteras ni patria humana, no hay raza ni lengua, sino que todos somos uno en Cristo. Por tanto,
termino con un texto de Isaías: “Ensancha el sitio de tu tienda, y las cortinas de tus habitaciones sean extendidas: no seas escasa; alarga tus cuerdas...”. Que el Señor nos dé visión... visión solidaria, de projimidad universal.
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