Jesús, el amigo de las mujeres, anima a Marta a quererse, a soltar su carga. Le abre la puerta a recibir otros derechos que les eran negados.
Seguían ellos su camino. Jesús entró en una aldea, donde una mujer llamada Marta le recibió en su casa. Marta tenía una hermana llamada María, la cual, sentada a los pies de Jesús, escuchaba sus palabras. Pero Marta, atareada con sus muchos quehaceres, se acercó a Jesús y le dijo:
—Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude.
Jesús le contestó:
—Marta, Marta, estás preocupada e inquieta por muchas cosas; sin embargo, solo una es necesaria. María ha escogido la mejor parte, y nadie se la quitará. (Lc 10:38-41)
De Marta y María se ha escrito y predicado mucho. También hay ensañamiento tanto por parte de hombres como de mujeres hacia ellas, sobre todo con Marta. Lo hacen de manera incongruente, sin darle a ninguna de las dos el espacio real que les corresponde. Una es demasiado hacendosa, la otra demasiado vaga.
Los deseos de Marta encajaban en la sociedad patriarcal de aquellos tiempos. Como tantas mujeres cargadas de responsabilidades se puso nerviosa cuando llegó Jesús. Quería atenderle lo mejor posible. Se sentía sola en la encomienda de atender a un amigo que se le ha presentado sin avisar. Fue educada así. Quizá nunca se le pasó por la cabeza que podía plantearse la vida de otra manera.
Aunque en la actualidad sea un texto que, dado su contenido, pueda provocar una sonrisa, Proverbios 31:10-31 describe muy bien el perfecto comportamiento que debía tener una mujer para ser considerada ideal. Una carga muy pesada. Según leemos, eran exigencias que en ningún momento se les pedían a los varones. El ama de casa debía actuar conformando los dos roles, el masculino y el femenino. Cualquier esposo, en caso de encontrarla, presumiría de su suerte y de los hijos que le pariera, sobre todo si eran varones, ¡cómo no!
Mujer ejemplar no es fácil hallarla;
¡vale más que las piedras preciosas!
Su esposo confía plenamente en ella
y nunca le faltan ganancias.
Brinda a su esposo grandes satisfacciones
todos los días de su vida.
Va en busca de lana y de lino,
y con placer realiza labores manuales.
Cual si fuera un barco mercante,
trae de muy lejos sus provisiones.
Antes del amanecer, se levanta
y da de comer a sus hijos y a sus criadas.
Inspecciona un terreno y lo compra,
y con sus ganancias planta viñedos.
Se reviste de fortaleza,
y con ánimo se dispone a trabajar.
Cuida de que el negocio marche bien,
y de noche trabaja hasta tarde.
Con sus propias manos
hace hilados y tejidos.
Siempre tiende la mano
a los pobres y necesitados.
No teme por su familia cuando nieva,
pues todos los suyos andan bien abrigados.
Ella misma hace sus colchas
y se viste con telas más finas.
Su esposo es bien conocido en la ciudad;
se cuenta entre los más respetados del país.
Hace túnicas y cinturones
y los vende a los comerciantes.
Se reviste de fuerza y dignidad
y no le preocupa el día de mañana.
Habla siempre con sabiduría
y da con amor sus enseñanzas.
Está atenta a la marcha de su casa
y jamás come lo que no ha ganado.
Sus hijos y su esposo
le alaban y le dicen:
"Mujeres buenas hay muchas,
pero tú eres la mejor de todas."
Los encantos son una mentira,
la belleza no es más que ilusión,
pero la mujer que honra el Señor
es digna de alabanza.
¡Alabadla ante todo el pueblo!
Jesús, el amigo de las mujeres, anima a Marta a quererse, a soltar su carga. Le abre la puerta a recibir otros derechos que les eran negados.
Por otro lado, nos podemos preguntar si María cometía un desliz con su comportamiento diferente olvidando sus quehaceres. En la respuesta de Jesús vemos que no. María entra en el grupo de mujeres actual. Una feminista adelantada a su tiempo, sabedora de que tiene tanto derecho a recibir lo bueno de Dios como cualquier hombre. Rara avis de aquella época. Es posible que sólo disfrutara de esta dicha oculta, de esta libertad, dentro del hogar, no sabemos. María transgrede la costumbre de las obligaciones de las mujeres.
Mientras Marta preparaba alimento sólido, María se estaba alimentando espiritualmente. Marta era una más en el plural de las mujeres. María era la singularidad entre ellas. Dos nombres de mujeres que nos aportan carismas opuestos. Sus nombres son dignos de ser pronunciados con respeto. Marta y María. María y Marta.
Creámoslo o no, todos somos uno en ambas. En nosotros se mezclan estas dos actitudes, ser perfectos socialmente y desear libertad de elección. Mujeres y hombres formamos un todo en ellas. Cada uno con sus afanes y su mucha o poca espiritualidad, llevamos en nuestro interior a las hermanas. Sólo nos falta saber cómo actuar con acierto en todo momento, de manera que el Señor se sienta a gusto al pasear por nuestra vida, por nuestra casa, con la misma confianza que lo hacía con Marta y María en el hogar de ellas.
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