En cuanto a la asimilación: En las sociedades de acogida se pueden encontrar personas que exigen una asimilación de esas personas a nuestras culturas. Nos molestan sus olores culinarios, sus colores de vestimentas o sus aspectos al igual que molestaban los olores de nuestro aceite de oliva a los vecinos de los españoles en la emigración que tuvo España a los países de Europa u otros rincones del mundo. A muchos les gustaría que los inmigrantes cambiaran sus pautas culturales y se asimilaran a nuestros usos y costumbres de cultura española. Ese es un posicionamiento que se suele dar con los inmigrantes dentro de nuestras fronteras con más o menos radicalidad.
En cuanto a la segregación: El otro fenómeno reactivo, contrario a la asimilación, sería la segregación de estas personas como personas con identidades culturales y pautas religiosas no gratas para la sociedad de acogida. Aquí comienzan a gestarse las ideas racistas o xenófobas, así como las faltas de respeto al diferente.
En cuanto a la multiculturalidad: La multiculturalidad también es, en algún sentido, una forma de segregación. Tal y como yo entiendo la multiculturalidad, en contraposición con la interculturalidad que defiendo, es que los grupos humanos de diferentes culturas vivan entre ellos, hispanos con hispanos, marroquíes con marroquíes, chinos con chinos, nigerianos con nigerianos, etc., pero sin que haya una interrelación entre sus culturas con la autóctona y, si siquiera, con las culturas foráneas entre sí. Se crea, así, un multiculturalismo de culturas que se viven de forma estanca creando guetos.
Interculturalidad: Vía de equilibrio. Afortunadamente hay otra vía, que es la que defendemos aquí, que gana parcelas de terreno en la vida de nuestras ciudades y pueblos: es el tratamiento del tema desde la interculturalidad y las relaciones interreligiosas. Desde una visión intercultural se defiende y se interactúa desde el presupuesto de que cada persona tiene derecho a su identidad cultural en la que tanto influye el pensamiento religioso, a la vez que cada cultura interactúa con las otras, sin crear guetos ni compartimentos estancos, de una forma abierta y respetuosa, enriqueciéndose con esta interacción cultural en plano de total igualdad y respeto. Se defienden las líneas de pensamiento en cuanto a que, las personas que vienen con todo un mundo vital construido en comunidades en donde han aprendido a sentir, a alabar y a percibir el mundo desde ciertos valores culturales y religiosos, puedan conservarlo en las sociedades de acogida en donde deben encontrar apertura y respeto al diferente, aunque entendamos ni compartamos sus pautas culturales y religiosas. Así podemos liberarnos, en las sociedades de acogida, de todo tipo de prepotencias y orgullos étnicos
Los inmigrantes con sus diferentes identidades culturales, en una sociedad intercultural, tienen derecho a preservar sus estructuras vitales y sus formas de vivir el mundo en las nuevas sociedades de acogida. Los inmigrantes así, con sus variadas pautas culturales, dependiendo de los países y comunidades de procedencia, tienen derecho a conservar sus identidades y a ser respetados cuando se desenvuelven en nuestras sociedades y en nuestro mundo de relaciones. Las sociedades, por tanto, deberían ir acostumbrándose a la interculturalidad.
El conservar la propia identidad y el ser respetado en la vivencia de la propia cultura y religión en las sociedades de acogida, debería ser un derecho humano fundamental que emana de una interpretación profunda y generosa de los Derechos Humanos reconocidos por todos. Las diferentes culturas y religiones se deben mover en las sociedades de acogida como culturas e identidades que se dan en medio de una comunidad de hombres iguales y libres. Si se habla de integración social de los inmigrantes en nuestro país, siempre debería ser en clave intercultural e interreligiosa en donde se respete al diferente, se le acoja y se le ayude como ser humano en plan de igualdad.
En este sentido de interculturalidad, de diálogo y de respeto a las identidades culturales y religiosas, todos debemos de dar pasos, incluyendo a las comunidades cristianas que deben poner en marcha las ideas de projimidad que nos dejó Jesús. Todos debemos de hacer esfuerzos por resituarnos y enriquecernos con este pluralismo cultural y religioso e irlo articulando como una respuesta creativa y positiva al hecho de la diversidad. Tenemos que aprender a respetar las diferencias y a los diferentes sin que los derechos humanos o los derechos individuales queden conculcados neciamente por prepotencias de razas o culturas. Si esto se consigue en los países de acogida, todos saldremos ganando y enriquecidos grandemente. Además, muchos de los demonios de la intolerancia entre nosotros por razones ideológicas o religiosas podrían también saltar hechos pedazos. Caminaremos, así, hacia sociedades más democráticas, más justas, más humanas y más libres.
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