La paradoja del tiempo

De este hablaba cuando yo dije: “Detrás de mí viene un hombre que es superior a mí, porque existía antes que yo”. Yo ni siquiera lo conocía, pero, para que él se revelara al pueblo de Israel, vine bautizando con agua”.

Juan 1:30-31

Me sorprende el llamado profético de Juan el Bautista ahora que estas semanas me voy deteniendo en él. Era valiente, osado, no le importaba nada más que cumplir con la palabra que había recibido de Dios. No podría haber un profeta más digno para anunciar la llegada del Mesías.

También me pregunto cuántas veces podemos pasar por un texto sin reparar en sus detalles, dejándonos llevar por la obligación, o las prisas, o nuestras ideas preconcebidas. Al detenerme en este breve texto, me encuentro con que expone los principios básicos en los que funciona la paradoja del tiempo de Dios.

Intentando explicarlo de una forma sencilla, esta paradoja consiste en que nosotros solo podemos entender a un Dios eterno desde nuestra temporalidad, y eso nos causa problemas. A veces no entendemos la Biblia; a veces no entendemos sus respuestas, sus maneras de ordenar nuestros asuntos, ni entendemos la fe, el amor y la esperanza a las que nos llama. Creo que una de las pérdidas de la Caída fue, precisamente, que caímos de ese tiempo eterno a una línea temporal finita, y desde aquí es muy difícil ver a Dios. Y creo que cuando nos dejamos reconciliar y redimir por Dios, cuando Cristo llega a ponernos orden por dentro, una de las cosas que comienzan a ocurrir es que volvemos a percibir lo eterno antes que lo temporal, y por eso comienzan a suceder a nuestro alrededor estas paradojas como la que narra el evangelista. 

De hecho, la propia descripción de la fe es una descripción de una paradoja temporal. ¿Cómo vas a creer por anticipado, cuando creer precisa de pruebas en nuestra experiencia? No es que la Biblia nos mienta, sino que nos intenta explicar con palabras sencillas una realidad a la que no estamos acostumbrados. Aún.

El Bautista, en estos versículos, utiliza el lenguaje de la paradoja. Yo he utilizado la NVI porque creo que se entiende bastante bien. Comienza a utilizar en una sola expresión pasados, presentes continuos, futuros expresados en presente, condicionales y pasados continuos. Él tiene claro que Jesús existía antes de él, aunque afirma que no podía conocerlo, ni él ni nadie, porque no se había revelado aún. Pero que para que se pudiera realizar esa revelación en el futuro, en su pasado comenzó a creerla como si fuera presente.

Y todo este galimatías es para explicar que no tenemos forma en nuestras lenguas humanas, finitas y temporales, para explicar la realidad ni la dimensión de la eternidad que habita Dios. La eternidad no es, como podemos creer, nuestra misma línea temporal ampliada o indefinida en sus extremos. Por ponerlo en un ejemplo geométrico, nuestro tiempo humano es una línea y nosotros somos un punto en esa línea que solamente tiene acceso visual al punto siguiente; ni siquiera al punto anterior, porque el pasado, una vez pasó, ya desapareció. El presente es lo único que tenemos, y no podemos pararlo, interrumpirlo ni modificarlo. El tiempo eterno, sin embargo, no es una línea, sino una esfera infinita; desde cada uno de sus puntos podemos observar cualquier otro lugar o momento. 

La paradoja es que, a pesar de estar inmersos desde siempre en nuestra línea temporal, sin haber podido acceder a ninguna otra experiencia, llevamos la eternidad en nuestros corazones (Eclesiastés 3:11). Este tiempo nuestro lo consideramos una trampa de la que siempre fantaseamos con huir, y el simple hecho de que podamos imaginar otras realidades, de que entendamos que existe el tiempo eterno y no solo el nuestro, es una señal de nuestro origen divino. Es una señal de que sigue quedando registro en nuestras almas de todo lo que perdimos al perder la relación con Dios.

Y esa misma es la razón de muchas de nuestras frustraciones, querer introducir con calzador a Dios en nuestra línea temporal, ignorando que su tiempo es otro, que él ve, siente, entiende y sabe de otra manera que no podemos siquiera alcanzar a verbalizar. No todavía.

Y por eso son tan maravillosas estas palabras del Bautista, porque son testimonio de que Dios no se conformó con quedarse en su tiempo perfecto. La encarnación de Jesús supuso que él, sin perder su conciencia de la eternidad, se sometió a la decadencia del tiempo lineal humano, entre otras muchas cosas. Jesús una perfecta anomalía, una ruptura, una brecha abierta para que podamos regresar a nuestro hogar perdido. Y, desde esta perspectiva, me maravillan cada una de las cosas raras que Jesús hacía, aún pendiente de su tiempo eterno y no tanto de nuestro tiempo lineal. Yo también quiero aprender a vivir así. Lo que viene a continuación en el evangelio de Juan es un relato de cómo Dios aprovechó esta paradoja para llegar a nosotros y amarnos. Y cada uno de los que, desde el comienzo (o aún antes del comienzo) se cruzaron con Jesús, hemos quedado prendados de esa eternidad perdida, la que se conservaba en nuestros corazones. Creo que una gran parte de la experiencia del reino de los cielos que viene a nosotros tiene que ver, precisamente, con esta realidad.