¡Anímense!

Las costas vieron, y tuvieron temor; los confines de la tierra se espantaron; se congregaron, y vinieron.  

Cada cual ayudó a su vecino, y a su hermano dijo: Esfuérzate.  

El carpintero animó al platero, y el que alisaba con martillo al que batía en el yunque, diciendo: Buena está la soldadura; y lo afirmó con clavos, para que no se moviese. 

Isaías 41:5-7 

Sufragar. Ayudar al hermano. Tender un puente de unión. 

Cuando las fuerzas flaquean, cuando sientes que todo se derrumba a tu alrededor, cuán valiosas son las palabras de ánimo que vertidas en el presente gris provocan una mejoría instantánea. 

Las olas pasan sobre ti y al igual que a Jonás, algas de confusión se han enredado en tus cabellos. Tienes miedo, quieres huir, pero no sabes hacia dónde. La vida se agita y eres consciente de tu fragilidad. 

Piensas en sinsentidos. Acunas necedades. Pierdes la esperanza en una gruta de desesperanza y en cuestión de poco tiempo, todo se vuelve oscuro.

Es entonces cuando una voz amiga te recuerda quién eres. Un sonido apaciguador te reta a seguir, despeina tu desgana y atusa la maraña desordenada de ideas carentes de juicio. Son frases simples, desprovistas de absurdas florituras. Frases que abandonan el silencio y son emitidas desde el corazón y dirigidas al corazón. Palabras sencillas que como fuelle alentador insuflan aire que hace avivar las cenizas para que nazca de nuevo la llama.

Voz amiga que, cruzando un puente viejo, oxidado, pero no obsoleto, llega hasta ti y con sonido claro te insta a ser valiente pronunciando sin esfuerzo la oración correcta: estoy aquí, cuenta conmigo.