Por tanto, el icono de Egipto es clave para el comportamiento ético que habían de tener para con los extranjeros, para con los inmigrantes. Nuestra tierra de emigración o nuestro Egipto, debería ser una clave para nuestro comportamiento ético con los inmigrantes dentro de nuestras puertas. La experiencia que habían tenido con Dios en todo el tema del Éxodo -otro icono válido para los migrantes del mundo-, la experiencia de liberación de mano de Dios que los sacaba de la opresión y de la injusticia, les debería recordar que ante los inmigrantes era necesario defender la libertad, la igualdad, la justicia y el intento de devolverles la dignidad robada.
Los israelitas debían tener memoria histórica, algo que, a veces, a nosotros nos molesta y queremos olvidar. Se les demandaba lo mismo que se nos demanda a nosotros hoy: Recordad siempre que
“extranjero fuisteis en tierra de Egipto”. A nosotros los creyentes también se nos dice en la Biblia que somos extranjeros, ciudadanos de dos mundos. Somos peregrinos cuya ciudadanía está en los cielos. Desde aquí también podemos comprender mejor a los inmigrantes. Los esfuerzos que los creyentes tenemos que hacer ante la acogida de los extranjeros son comprensibles a la luz de la Biblia.
Por tanto, a partir de la experiencia de liberación vivida en ese otro icono clave para los temas de inmigración que sería el libro del Éxodo, se hace recuerdo y memoria, se hace una llamada a mantener vivo ese recuerdo memorial a la vez que se dan dos mandamientos: Se dice en
Éxodo 22:21 “Extranjeros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto”. Se está intentando la memoria de la historia, para ellos reciente, que nunca deberían olvidar y que debería ser el fundamento ético para comprender la situación del inmigrante. No olvidemos los españoles que también fuimos extranjeros en nuestro Egipto particular. Y de esto se depende que
“al extranjero no engañarás ni angustiarás”. Palabras que tienen hoy plena actualidad. Dos mandamientos relacionados con el evitar el engaño que puede sufrir el inmigrante y evitar también su angustia. La angustia del inmigrante la debemos de asumir como propia. Dos mandamientos que deberían ser los ejes del trato evangélico a los inmigrantes de nuestro mundo en nuestro aquí y nuestro ahora: evitarles el engaño y todo tipo de angustia.
En temas económicos, es curioso también, en el libro de Deuteronomio, cómo los inmigrantes deberían participar de lo donado a través del diezmo. Hoy se habla en muchas iglesias evangélicas del diezmo y en muchas de ellas está en total vigencia. Los creyentes deben diezmar -dicen algunos pastores a sus fieles- y acuden al Antiguo Testamento como aval para poder solicitar esto a los creyentes, pero casi nunca, o quizás nunca, se habla de que el inmigrante debe participar de lo diezmado. Hablando de la
Ley del Diezmo, dice el libro de Deuteronomio que
“vendrá el extranjero -el inmigrante-, el huérfano y la viuda y comerán y serán saciados” (Dt. 14:29). No sé si hoy, cuando se diezma se tiene en cuenta estas orientaciones bíblicas. Son, realmente, derechos de los inmigrantes con respecto al diezmo de los fieles. Dice también el mismo libro sagrado:
“Cuando acabes de diezmar todo el diezmo... darás también al extranjero” (Dt. 26:12).
En el tema del inmigrante como nuestro prójimo, en la sociedad israelita y en relación con los inmigrantes, se encuentra el versículo que después Jesús usa en el Nuevo Testamento con una fuerza enorme: El extranjero es igual a mí y, por ende, debo amarlo como a mí mismo.
Muchas veces se dice entre los cristianos esta frase de amar como a nosotros mismos con respecto al prójimo, pero el concepto prójimo se nos queda como algo difuso. En su origen, este texto del Antiguo Testamento está referido a los inmigrantes. Dice el texto:
“Como a un natural de vosotros tendréis al extranjero... y lo amarás como a ti mismo”.(Lv. 19:34). De alguna manera, esto nos podría remontar al hecho de que, según la expresión de Jesús de que el amor a Dios y el amor al prójimo son semejantes, amar a Dios y al inmigrante están en una relación de semejanza. Una razón más para poder ver en el rostro de los inmigrantes el multiforme rostro de Dios.
Así, pues, al inmigrante debemos tratarlo y mimarlo como si se tratara de nosotros mismos. Esto nos debería llevar a tratar al prójimo dentro de un plano de igualdad tanto en cuanto a sus derechos, como en relación con la justicia redistributiva, las cuestiones de la pluralidad cultural que deben ser sin prepotencias culturales. Esto nos debería llevar a los creyentes a potenciar culturas abiertas en una dinámica con los inmigrantes de acogida incondicional como si se tratara de nosotros mismos.
En cuanto a la denuncia social que el cristiano debe tener en cuenta en cuanto a los abusos e injusticias para con los inmigrantes, ya en la denuncia profética nos encontramos con el compromiso de los profetas, voceros de Dios, en contra de toda injusticia. Los extranjeros, junto a las viudas y los huérfanos, entran dentro de los abusados, las víctimas, los oprimidos por los poderosos y los ricos. Hay una fuerte llamada al juicio y a la justicia, una fuerte llamada de liberación del oprimido de mano de los opresores. Entre esos oprimidos están los inmigrantes, los extranjeros. Por eso Jeremías grita denunciando:
“No engañéis ni robéis al extranjero”.
Hoy hay múltiples formas de robar al extranjero al no darles lo que justamente pertenece a su trabajo. Hay explotación de inmigrantes. Largo trabajo y bajos salarios. Incumplimientos con los deberes de los seguros sociales. Se les roba la dignidad y, en muchos casos, son víctimas del racismo y de la xenofobia. Se les roba el respeto que se debe a toda criatura hecha a imagen y semejanza de Dios. La Biblia, a través de los profetas, prohíbe la violencia contra el extranjero:
“Al inmigrante -extranjero- trataron con violencia”, dice el profeta Ezequiel.
Nadie puede llegar a estos extremos cuando puede ver en el rostro de los inmigrantes el multiforme rostro de Dios. Por eso yo os llamo a que hagáis este esfuerzo... porque como dice el salmista “Dios guarda a los extranjeros”. Nosotros debemos ser las manos y los pies del Señor en esta tarea de ser el guarda de nuestros prójimos inmigrantes, porque también nosotros somos en este mundo extranjeros y peregrinos de paso hacia la ciudad celestial.
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