Se quiebran los años, pasan veloces las horas y cuestiono si me quedará tiempo para tender mi mano y ayudar a sufragar alguna vida.
Cuando me encuentro frente a una situación difícil en la que surge el dilema entre lo que debo o quiero hacer, me hago una pregunta: y Jesús ¿qué haría? En cuestión de segundo me doy cuenta de lo poco me parezco al maestro.
Son muchas las veces en las que obnubilada por los quehaceres de esta nueva rutina abarco con mis manos un fragmento largo de tiempo. Lo abrazo para que nadie me lo arrebate, es mío, sólo mío. Quiero tener mi espacio, mis horas, mi vida, todo determinado con ese perfilado e imperfecto perfeccionismo, observando desde una almena donde diviso lejanos los asuntos postergados que se diluyen en el horizonte. Este desalojo de compromiso me lleva a prometer lo que no soy capaz de cumplir, a hablar demasiado apresurada para no decir gran cosa y así parpadear asombrada ante escenas que deberían ser descritas con fervor y a las que tan sólo aludo con nostalgia.
En ocasiones me gana la desidia, oculto mis manos entre sus dobleces y finjo estar alerta, pero es bien cierto que me dejo vencer por un absurdo conformismo. Se quiebran los años, pasan veloces las horas y cuestiono si me quedará tiempo para tender mi mano y ayudar a sufragar alguna vida.
No voy a permitir que pase otro día sin que mi mirada se detenga en lo que Dios desea que mire.
No voy a permitir que mis labios permanezcan sellados sin emitir una frase de aliento, pues bien sé que si silencio lo que Dios quiere que diga, esas palabras prestadas se mustiarán no pudiendo volar libres hacia oídos sedientos.
No voy a pasar de largo eludiendo mi deber, omitiendo que mi prójimo y yo somos iguales, tan iguales que fuimos creados por el mismo creador.
No tengo razones para pasar de largo y sí para detenerme en el camino, ayudar a sanar heridas y ofrecer un lugar seguro donde descansar.
No puedo negarme a hacer el bien.
Cuando me superan ciertas situaciones y los problemas intentan determinar cómo va a ser mi vida, tomo aire y me pregunto: Jesús ¿qué he de hacer?, inmediatamente un temporal de versos viene a recordarme que estoy aquí para seguir sus pasos, para ser semejante a mi Señor, para derramarme, mimetizarme con Él. Versos que me hacen recordar que su mano sigue extendida y que la mía ha de extenderse hacia quien aun sin saberlo necesita conocer quién es su Padre.
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