Pongo voz a todas esas mujeres que sufren calladamente el desagravio y el dolor.
Hoy me siento en la obligación de poner mi voz al servicio de quienes no pueden hablar. De todas esas mujeres que acabaron su historia sin poder emitir un grito de auxilio y ésas otras que aún callan por miedo a un sinfín de prejuicios que las limitan para poder expresar lo que sienten. Alzo mi voz por ellas que sufren calladamente el desagravio y el dolor provocado por hombres que prometieron amarlas. Hoy pongo sonido a sus mudas frases y haciendo míos sentimientos que a Dios gracias nunca he sentido, quiero hacerles un merecido homenaje. Va por vosotras.
Una vez más me envuelves en sal. Arremetes contra mí ceñido de sinrazón. No pudo gritar, no me queda aliento. Quiero que acabe pronto todo este desconcierto, este desvarío que me provoca náuseas, un dolor inaguantable que se empotra en el alma quebrándome el corazón. Un golpe más y vete.
Quiero que me dejes tirada en el suelo y que por fin termine esta agonía a la que sin darme cuenta me estoy casi acostumbrando. Me gustaría clavar mis ojos en los tuyos y decirte: ¡Mírame y descubre lo que hay en mí! No tengas prisa, yo Espero.
Estoy acostumbrada a esperar, a aguardar calladamente a que vuelvas del trabajo y me traigas tu cansancio como ofrenda a mi espera. Estoy acostumbrada a detener el tiempo para hacer que las pausas no sean tremendamente dolorosas.
Sabes una cosa, si tú pudieras ver yo no estaría tan ciega. Si supieras oír lo que mi corazón te expresa, declamar las palabras que silencio, estaría dispuesta a trabar la derrota y escribir una nueva canción de amor. Pero, tú no quieres compartir tu tiempo conmigo, sólo miras con desdén todo cuanto hago. Arrebatas con tu mirada aquello que tan pulcramente elaboro a diario.
Dices que no valgo, que soy torpe, que no pienso, que soy una inepta que no sabe hacer nada bien. Y me pregunto, o mejor dicho, te pregunto ¿qué sabes hacer tú? Tú no hablas, gritas. Tú no miras, lastimas. Tú no acaricias, golpeas. Tú no escuchas, simplemente increpas, vociferas, para que sean tus alaridos los que llenen el aire de insoportable ruido. Tú no sabes nada de mí, porque sólo te miras a ti.
Y Yo espero. Deshojando días, deseando que se produzca un utópico milagro. Y a veces, mientras espero me llega el desespero, y pienso: ¿qué hombre es este que no es hombre? Que gruñe y exige, que malintencionadamente levanta su mano blandiendo sobre mí su ira. ¿Quién eres? ¿Qué quieres? Ya te he dado mis años jóvenes, mi ternura, mis hijos. Te he regalado mis noches, mis días. La ondulación de mi caprichoso corazón enamorado que dolido y maltrecho ha aprendido a curar sus heridas con el bálsamo de los quehaceres diarios.
Hoy traigo para ti mis palabras que desplegadas anhelan hacerte ver que valgo mucho más que tú. Pero tú haces una pausa para reírte, para deleitarte en mi dolor y después de esa pausa, sigues arremetiendo contra mí, me escupes, insultas y golpeas, y yo… me desvanezco, dejo escapar la vida entre las rendijas de una juventud ajada, un cuerpo molido que siempre quiso ser acariciado y jamás imaginó pudiera resistir tantas dolorosas embestidas. Cierro los ojos y voy desapareciendo. Lentamente se me acaba el aliento, siento cómo la vida se va poco a poco. Un golpe seco culmina el acto de lo que él considera amor; siempre ha dicho que lo hace porque me quiere demasiado, pero yo no quiero que me quieran así.
Un sudor helado recorre mi espalda, noto como se me detiene el pulso.
No más golpes.
No más insultos.
No más gritos, ni vejaciones.
No más infidelidades.
Soy mujer y me gusta amar. Soy mujer y me gusta que me amen como merezco ser amada.
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