La pandemia ha enfatizado nuestras inadecuadas suposiciones materiales y naturalistas sobre la realidad. Un artículo de Stephen Ko, Paul Hudson y Jennifer Jao.
Los pastores están entrenados para sanar espiritualmente, no físicamente. Sin embargo, las pandemias requieren que ayuden a atender tanto el espíritu como el cuerpo. Con un daño individual y colectivo, las pandemias pueden paralizar comunidades, sociedades e incluso países. La palabra ‘pandemia’ viene de la palabra griega pandemos, donde pan significa ‘todos’ y demos, ‘población’. Nadie es inmune, ya que el patógeno responsable supera a personas y comunidades enteras por igual.[1]
La escasez de recursos médicos en algunos países ha causado un aluvión de pacientes que mueren en casa, a veces solos. Ha subrayado nuestra fragilidad, pero también la vulnerabilidad de los pobres, poniendo de relieve las disparidades socioeconómicas.
Como creyentes, nos enfrentamos a nuestras limitaciones al tratar de discernir los propósitos de Dios. Las Escrituras nos recuerdan el señorío soberano de Cristo sobre todas las cosas; el suyo es un universo personal, no controlado por actos químicos aleatorios. Nos vemos llevados de nuevo a las verdades fundamentales del amor de pacto de Dios, pero tentados a creer, como Eva, que él no tiene nuestros mejores intereses en mente. No somos capaces, por nuestro poder o programas, de manipular a Dios a nuestra propia voluntad. La pandemia ha enfatizado nuestras inadecuadas suposiciones materiales y naturalistas sobre la realidad.
¿Qué nos está enseñando la pandemia del COVID-19 sobre cómo debemos responder durante estos tiempos de perturbación y confusión? En este breve artículo, identificaremos las disparidades entre las zonas del mundo ricas y pobres en recursos y exploraremos las oportunidades únicas del reino que éstas presentan para la iglesia mundial. Pero comencemos por hacer lamento, reconociendo nuestro dolor y el de los que nos rodean, a la vez que nos aferramos a nuestro Dios que promete “… si enviare pestilencia a mi pueblo; si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra” (2 Crónicas 7:13b-14).
La pandemia del COVID-19 ha puesto de manifiesto muchas disparidades de salud y socioeconómicas subyacentes, haciendo que las brechas existentes entre las zonas ricas y pobres en recursos en todo el mundo y dentro de los países sean más notables.[2] Las desigualdades fundamentales en los sistemas de atención de la salud, el acceso a los conocimientos y los determinantes psicosociales de la salud influyen en la diferente morbilidad, mortalidad y secuelas a largo plazo del COVID-19 en diversas comunidades. Los cristianos están singularmente capacitados para abordar algunas de esas brechas, respondiendo de manera integral dentro de múltiples dimensiones de la sociedad.
Los sistemas de atención de la salud enfrentan desafíos sin precedentes en el enorme aumento de las pruebas del SARS-CoV2, el seguimiento de contactos, la distribución de equipos de protección personal, el tratamiento de pacientes, la atención y las instalaciones médicas. Estos retos son más pronunciados en los lugares donde los sistemas de atención de la salud no son óptimos. No hay suficientes trabajadores de la salud para atender a las personas enfermas ni para proporcionar un adecuado seguimiento de contactos. En zonas de escasos recursos, hay un exceso de enfermedades y aun muertes para enfermedades distintas del COVID-19. Los cristianos están encontrando oportunidades creativas no solo para apoyar a sus estresados profesionales de la salud, sino también para complementar los sistemas existentes mediante esfuerzos de prevención comunitaria y el cuidado de los enfermos. Por ejemplo, profesionales médicos cristianos en Ecuador movilizaron recursos para atender a enfermos del COVID-19, incluida la atención a los moribundos.
Las disparidades en el acceso a los conocimientos se han hecho más evidentes durante la pandemia. Los trabajadores de la salud, los pacientes y las personas de la comunidad tienen un acceso significativamente diverso a la información precisa, dependiendo de la salud pública y los recursos del país. Los médicos y científicos de los países de bajos ingresos pueden carecer de acceso a la difusión de las investigaciones o a los protocolos. Es posible que los pacientes no puedan participar en estudios novedosos y ensayos de medicamentos. Además, algunas zonas pueden tener una capacidad reducida para hacer circular la información de manera eficiente y precisa durante la pandemia de rápida evolución, lo que exacerba las fisuras existentes en los conocimientos, las creencias y la educación sobre la salud. Esto crea un entorno propicio para la propagación de mitos y afirmaciones incorrectas sobre el COVID-19 que puede perturbar aún más el tejido de la sociedad. Es de vital importancia que los mensajes de los cristianos sean científicamente sólidos y estén bíblicamente informados.
Por último, las disparidades entre los determinantes psicosociales de la salud, como vivienda, ingresos, educación, estrés, racismo y estigma, influyen en el impacto del COVID-19. Las comunidades desproporcionadamente afectadas por la pobreza y situaciones de vivienda de alta densidad probablemente no puedan practicar el distanciamiento físico. La escasez de tecnología en zonas de recursos limitados puede privar a las personas de la capacidad de continuar la conexión emocional con la familia y los miembros de la comunidad religiosa, así como las tareas habituales educativas y vocacionales. Los trabajadores que no pueden trabajar desde su casa y deben ponerse en peligro en entornos de hacinamiento pueden experimentar no solo un mayor riesgo de infección por el SARS-CoV2, sino también mayores niveles de estrés y ansiedad. El racismo y el estigma pueden ser más pronunciados durante la pandemia, añadiendo tensión a una sociedad ya de por sí crispada. El evangelio nos empodera para abordar estos problemas tanto de palabra como de hecho.
Ministerio de presencia
Según el sociólogo Rodney Stark, el crecimiento explosivo del cristianismo fue secundario a la permanencia de los cristianos en los centros urbanos durante las epidemias de 165 y 251 d.C. Al ministrar a vecinos infectados de cara a la muerte, los cristianos demostraron caridad y amor a sus amigos no cristianos. Hoy, el COVID-19 proporciona una oportunidad similar. Aunque la crisis pandémica sin duda ha dejado a muchos con grandes pérdidas, según Pew Research, el 25 por ciento de los estadounidenses dice que el COVID-19 ha fortalecido su fe religiosa.[3] Las pandemias permiten que el evangelio penetre en los corazones de los desposeídos de manera que tal vez no ocurra en las naciones ricas. Pero la buena noticia del evangelio puede llenar el vacío en forma de Dios inherente a cada ser creado, tanto rico como pobre.
En ausencia de sistemas de salud robustos, los cristianos pueden cuidar de los enfermos en sus vecindarios y hogares. La gran mayoría de los pacientes del COVID-19 presentarán síntomas leves, y solo el 19% sufrirá una enfermedad grave o llegará a un estado crítico.[4] Durante la peste bubónica de 1527, Martín Lutero y su esposa Catalina abrieron su casa como un pabellón para infectados, mientras predicaban a Cristo a los moribundos. Los modelos de atención de la salud domiciliaria proporcionan un cuidado y apoyo íntimos a los pacientes enfermos. Cuando los pabellones de los hospitales se ven desbordados, las iglesias pueden atender a los enfermos, especialmente a los más marginados. La iglesia y sus feligreses pueden complementar los esfuerzos de atención de la salud existentes proporcionando cuidado compasivo en el hogar de forma segura, especialmente a los marginados y pobres, como reflejo de la curación física y espiritual que Cristo demuestra en Mateo 9:35.
Creatividad con recursos limitados
La medicina moderna proporciona una extraordinaria gama de herramientas de diagnóstico, tratamientos farmacológicos e intervenciones de salud pública. Sin embargo, el aumento de los costos de los avances tecnológicos solo sirve para acentuar las disparidades entre los países de bajos ingresos y sus contrapartes más ricas. En lugar de emular la cascada de cuidados y tratamientos de las naciones ricas, los países de bajos ingresos pueden buscar soluciones innovadoras y contextualizadas a su situación. La creatividad permite a los cristianos expresar su amor al prójimo de formas novedosas. G. K. Chesterton dijo una vez: «La trompeta de la imaginación es como la trompeta de la resurrección. Llama a los muertos a salir de sus tumbas».[5] Al combinar el evangelio con ideas creativas, los cristianos cumplen la Gran Comisión junto con el mandato bíblico de hacer buenas obras.
Los equipos de protección personal (EPI) fabricados localmente, los kits de pruebas de diagnóstico rápido desarrollados regionalmente y las cabinas de pruebas móviles satisfacen las necesidades percibidas a la vez que estimulan el ingenio. «La innovación impulsa el avance humano», dijo la Directora Regional de la OMS, la Dra. Matshidiso Moeti. «Sabemos que nuestra esperanza de un mañana mejor reside en encontrar soluciones creativas, innovadoras o de vanguardia».[6] Las prevenciones rentables, como el uso de mascarillas producidas localmente por el público en general en todos los entornos, pueden tener un efecto sustancial sobre la propagación del COVID-19.
La puesta en común de recursos para su uso compartido entre los países facilita la colaboración y, al mismo tiempo, conserva esos recursos. Los equipos de diagnóstico, las camas de hospital y los ventiladores de bajo costo tal vez no ofrezcan la precisión de sus costosas contrapartes, pero pueden salvar vidas. Más allá de las donaciones de EPI, alimentos y artículos de primera necesidad, la transferencia de tecnología mediante acuerdos de licencia permite a los fabricantes de genéricos ampliar las intervenciones y tratamientos a precios asequibles. Los programas de seguimiento de contactos implementados con éxito pueden modificarse para adaptarse al contexto local. Los cristianos pueden tener un profundo impacto en todas estas áreas proporcionando un liderazgo inspirado por Dios en mensajes preventivos y atención comunitaria para los afectados por la pandemia.
Unidad en colaboración
Si bien las innovaciones tecnológicas ayudarán a los países de bajos ingresos a hacer frente a la pandemia del COVID-19, la colaboración mundial sigue siendo esencial.[7] Durante los brotes agudos, el tiempo, los recursos y el capital son siempre escasos. Al cuidar de los indigentes, el cuerpo de Cristo cumple con el llamado de Pablo a la unidad en 1 Corintios 12:24-26. Cuando la experiencia, el conocimiento y los recursos son insuficientes, ¿cómo puede la comunidad mundial de seguidores de Cristo permanecer en la brecha? Jesús nos llama a cada uno de nosotros, especialmente a los que están en los países ricos, a alimentar a los hambrientos, vestir a los marginados y cuidar de los enfermos.
Los proveedores de atención de la salud voluntarios, tanto locales como de otros países, pueden proporcionar alivio al personal exhausto. Mientras la ciudad de Nueva York luchaba como epicentro del COVID-19, Samaritan’s Purse operaba una unidad de cuidados respiratorios en Central Park con el Sistema de Salud de Mount Sinai. La ONG SIM ha dotado de recursos a los socios de la iglesia mundial tanto con fondos para la protección personal de los trabajadores hospitalarios como con entrenamiento para el cuidado en el hogar donde los recursos se ven superados. Cuando cada parte de la iglesia mundial ejerce su función, el conjunto trabaja en unidad, permitiendo que el reino de Dios florezca.
Estamos convencidos de que el Señor está trabajando para sus propósitos, y debemos hacer todo lo posible como iglesia mundial para ser sal y luz, extendiendo el alcance de Cristo para satisfacer las necesidades de nuestras comunidades durante este tiempo de crisis.[8]
Stephen Ko es el pastor principal de la Iglesia China de la Alianza en Nueva York, Paul Hudson es miembro de la ong cristiana SIM y Jennifer Jao es profesora adjunta de enfermedades infecciosas en la Facultad de Medicina de la Universidad de Northwestern.
Este artículo se publicó por primera vez en la web del Movimiento Lausana y se ha reproducido con permiso.
Notas
[1] Stephen Ko, ‘Our Calling in the Coronavirus Pandemic’, Today’s Christian Doctor, 2020, 51(2): 8-11. ↑
[2] Phillip Schellekens y Diego Sourrouille, ‘The unreal dichotomy in COVID-19 mortality between high income and developing countries’, Future Development, Brookings (May, 2020),. ↑
[3] Amy Mitchell, J. Baxter Oliphant, y Elisha Shearer, ‘About Seven-in-Ten U.S. Adults Say They Need to Take Breaks From COVID-19 News’, Pew Research Center (April 2020). ↑
[4] Zhonghua Liu, Xing Bing, and Xue Za Zhi, ‘The epidemiological characteristics of an outbreak of 2019 novel coronavirus diseases (COVID-19) in China’, CMA, 2020, 41(2). ↑
[5] G.K. Chesterton, Delphi Complete Works of G.K. Chesterton (UK: Delphi Classics, 2012) ↑
[6] World Health Organization, ‘WHO showcases leading African innovations in COVID-19 response’, (21 May 2020). ↑
[7] David Boan, ‘Forming Church, Community, and Health Facility Partnerships’, World Evangelical Alliance (June 2020). ↑
[8] Nota del editor: Ver el artículo de Carol Kingston-Smith “Hambrientos de buenas noticias en tiempos de pandemia” en el número de septiembre 2020 del Análisis Mundial de Lausana ↑
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