Al alejarnos damos cabida al miedo. Dejamos que el nombre de Dios se pierda entre términos que nos hacen sentir realmente confusos.
Pero cierto joven le seguía, cubierto el cuerpo con una sábana; y le prendieron; más él, dejando la sábana, huyó desnudo. Marcos 14:51-52
Cuantas veces, ante problemas que nos acometen, huimos desnudos. Conscientes o inconscientes de nuestro error, en esa huida nos alejamos de Jesús.
Al alejarnos damos cabida al miedo, a la desesperanza, al dolor, al rencor, a sentimientos de culpa. Dejamos que su nombre se pierda entre términos que nos hacen sentir realmente confusos.
Huimos atemorizados y sin nada que nos cubra. Cuando estamos desnudos peligramos ante las inclemencias de fuera. Somos frágiles criaturas expuestas en un mundo demasiado hostil.
La desnudez nos hace vulnerables, nos expone a ojos que están prestos a ver todo aquello que no deseamos mostrar, aquello que pertenece a ese espacio íntimo, reservado.
Evadirse sin cobertura, huir despavorido ante cualquier ataque no es una acertada estrategia, es diametralmente opuesto a lo que Dios nos enseña.
Él quiere que luchemos, que aprendamos a plantarle cara a los problemas y a buscar la solución en Él. A tener la capacidad de no hundirnos ante las adversidades y saber que muchas de las victorias las alcanzaremos si aprendemos a pelearlas de rodillas.
Dios despliega de su bondad y con paciencia muestra que mis preguntas al igual que las tuyas tienen respuestas y serán contestadas en el tiempo oportuno.
Huir desnudo en contraposición a luchar abrazado.
Luchar es fatigoso, mientras que huir de los deberes escondiendo la cabeza en tierra es una acción aparentemente práctica pero plagada de desacierto.
Quiero aprender a sobrevolar por encima de mis limitaciones, a confiar que en Él puedo. Sentarme más a menudo a sus pies y en vez de hablar, prestar atención y escuchar.
Desoír esas trilladas frases que por querencia repito cual credo y que sin apenas darme cuanta forman parte de un diálogo interior que provoca perjuicio en mi percepción de lo que soy, de lo que valgo.
Puedo llegar allí donde Dios quiere si me atrevo a creer que puedo. Lo conseguiré cuando asimile que debo vivir luchando abrazada a Dios.
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