Lavapiés nos grita que estamos en un momento histórico privilegiado. La Ciudad es, en casi todo el mundo, multicultural, multiétnica y multilingüe. Es la riqueza de la condición humana. Hoy la ciudad es un encuentro intercultural de los ciudadanos del mundo. La pluralidad que hoy se vive en las ciudades nos debería hacer profundizar tanto en lo humano, como en lo cósmico y, por qué no, en lo divino. Al hablar del multiforme rostro de Dios estamos invitando al encuentro con la divinidad a través de la contemplación de sus criaturas, todas hechas a imagen y semejanza del Creador.
Cada cultura que hoy está representada en la ciudad es una especie de densa condensación de lo humano, resumen vital de la historia de los hombres; una porción de la historia humana que, desde la Torre de Babel, se puede ir superponiendo a otras porciones concretas de esa misma historia del hombre hasta completar el mosaico. Un mosaico de rostros a imagen del Creador que nos invita a la contemplación del rostro de Dios reflejado en los rostros diferenciados y diversos de sus criaturas.
Antes era difícil ver tanta historia humana junta, tantas culturas buscando el posible diálogo. Hoy, sin salir de Lavapiés, se puede comer en un restaurante indio, ver una danza del vientre árabe, tomarse un té o un vino turco, comprar lo que te ofrecen los chinos y hacer un recorrido por tiendas étnicas en donde puedes pasar de Latinoamérica a África o cortarte el pelo eligiendo entre una peluquería marroquí u otra india. Los letreros de muchas tiendas o establecimientos están escritos en grafías no latinas, inentendibles para el común de los españoles que viven en Lavapiés. Los viernes y los sábados por las noches, multitud de jóvenes españoles se mezclan entre jóvenes de diferentes países buscando los pequeños bares de copas o los restaurantes exóticos. La Emperatriz de Lavapiés a la que cantó el músico mejicano Agustín Lara, hoy podría bailar la danza del vientre y comer cuscús, llevar vestimentas indias o celebrar en la Plaza de Cabestreros el Año Nuevo Chino. Todo se ve con normalidad en Lavapiés en donde nadie se siente extranjero.
No se trata de que los extranjeros se integren en nuestra cultura, sino que se trata de vivir la interculturalidad, el diálogo entre culturas en un plan de igualdad sin que nuestra cultura quiera ser fagocitaria de las otras, ni considerarse en una situación de superioridad. Así, la ciudad tiende a la interculturalidad y todas las culturas se enriquecen unas en contacto con las otras. Conociendo un poco estas culturas y estando en diálogo con ellas, vamos a terminar conociéndonos nosotros mismos un poco mejor, nos haremos más humanos y, en cierta manera, más divinos al relacionarnos mejor con la totalidad de la creación de Dios mismo. De ahí que tantos rostros humanos diferentes nos inviten continuamente a la contemplación del multiforme rostro de Dios.
Los cristianos tenemos que posibilitar la interrelación de todas estas culturas, porque el cristianismo es acogedor y ama la diversidad con que el Creador ha dotado a la naturaleza. Los valores cristianos podrían hacer que, como resultado del diálogo intercultural, pueda surgir una cultura nueva: la de la convivencia, la del amor, la de la práctica de la projimidad...la de la paz. No se debe tratar de que haya una disolución de tanta riqueza cultural en la cultura de acogida, en la nuestra. Hacia esos tipos de integración no camina la ciudad de todas las culturas, del mosaico intercultural que nos invita a recomponer el rostro de Dios mismo. Hay que reconocer y convivir con la diversidad. No se trata de que se vayan habilitando barrios para marroquíes, para chinos o para los hispanos de Latinoamérica. No se trata de la yuxtaposición de culturas en espacios estancos, sino de la práctica de la interculturalidad en un diálogo abierto en un plan de respeto y de igualdad... como hijos y criaturas del mismo Padre.
La diversidad que Dios ha hecho en la creación no es para ocultarla o separarla, sino para dejarla en libertad y enriquecerse con ella. Es verdad que, a veces, se necesita una lengua vehicular para el entendimiento entre las culturas, pero sea cual sea la lengua que en un momento dado se use, debe ser siempre con el respeto a todas las demás. El habitante de la ciudad debe vivir en apertura hacia lo humano y lo trascendente son un solo requisito: el respeto al otro, a su diferencia... el amor al prójimo.
Y esto hoy es igual no sólo en Madrid, sino en las demás ciudades de España, aunque entre algunos de ellos haya también otra lengua y otras identidades culturales. No creo que en las grandes ciudades de toda la Península haya derroteros culturales diferentes que en Madrid.
La acogida y el respeto a la diferencia sin duda que se dan igualmente. La interculturalidad de la ciudad en nuestra tierra, al igual que en toda Europa y en el mundo, es inevitable. Yo creo que la misma experiencia se ha de tener en Bilbao, en Barcelona, en La Coruña o en Sevilla. Pero más aún entre los cristianos, ejemplo de acogida y personas que consideran la diversidad de la creación como una de las riquezas que hoy premian la vida de las ciudades.
La ciudad debe ser un espacio abierto de apertura tanto a lo humano como a lo trascendente, siempre en una relación de respeto al otro y, fundamentalmente, al diferente.
El apoyo a toda esta interculturalidad es, sin duda, una de las vertientes prácticas del cristianismo en donde no hay ni judío ni griego, ni pobre ni rico, ni distingue entre los extranjeros y los naturales del lugar. Los rostros de todos conforman, como en un gran mosaico, el rostro velado del Dios eterno.
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