La injusticia es el factor generador de la pobreza, de muchas guerras, de muchos tipos de terrorismo, de muchas torturas, de desequilibrios económicos, de desesperaciones, odios, marginación, exclusión e incumplimiento de los más elementales derechos humanos. La injusticia en el mundo es el mayor de los frenos para el establecimiento de la paz. Dios nos deja su paz, pero no impone la paz entre los pueblos. Él la ofrece y la posibilita, pero necesita de los más simples sentimientos de reconciliación entre los hombres. Y cuando esta reconciliación no se da, no puede haber paz ni justicia, no puede haber, en el campo de la espiritualidad cristiana, ni siquiera culto. De ahí la frase de Jesús:
“Reconcíliate primero con tu hermano”. Así, a la entrada de los templos o iglesias, se nos debería hacer la pregunta:
“¿Dónde está tu hermano?”. Lo que podría pasar es que en muchos hombres se repitiera la respuesta de la muerte:
“No sé. ¿Soy yo, acaso, el guarda de mi hermano?”.
Así, muchos pueden entrar en los templos sin estar reconciliados con el hermano, siendo sordos al grito de los marginados, de los injustamente tratados, de los oprimidos, injustamente encarcelados o torturados. Como si pensar en ello, pudiera perturbar mi falsa paz, me interpelara inquietándome. Pero los buscadores de paz, son también buscadores de justicia. Tienen que ser voces proféticas que claman y denuncian los abusos de los fuertes sobre sus víctimas. Estos clamores, estas denuncias, estos gritos por justicia, acaban siendo los posibilitantes de la paz.
La paz también se gesta a base de la palabra, palabra que debe de ir unida a los gestos de solidaridad, misericordia y compromiso con los más débiles del mundo. No sea que acabemos gritando: ¡Paz!, pero alejados de la solidaridad y de la misericordia, alejados de la búsqueda de la justicia. Entonces, ese grito vacío de paz, sería como crearnos un ídolo personal que acallara nuestras conciencias y nos alejara del auténtico Dios de paz. El Dios de paz es el Dios de la justicia y de la misericordia, y exige el compromiso de los creyentes en la construcción de la paz en el mundo, aunque para ellos sea necesario salir de los templos y dispersarnos como sal y luz en medio del mundo, en los focos de conflicto.
Cuando los cristianos permanecen de espaldas al robo de la dignidad de las personas, al incumplimiento de los derechos humanos, a la pobreza en el mundo, a los derechos a la alimentación y tantos otros derechos negados a las personas, están negando y conculcando los derechos de Dios mismo. Porque Dios se identifica con los injustamente tratados, con los oprimidos, con los apaleados... y cuando somos agentes de liberación, buscadores de paz, Jesús nos dice:
“Por mí lo hicisteis. Benditos de mi padre”.
Algún día Dios hará que la paz reine sobre el mundo. Convertirá las espadas en arados. Eso será en la instauración total del Reino. Pero en nuestro aquí y nuestro ahora, en este “todavía no” del Reino de Dios que ya está entre nosotros, Dios necesita agentes del reino que trabajen por la construcción de la paz. Y la paz en el mundo, como síntesis de lo mejor para la humanidad, no se da solamente en la ausencia de los sonidos de los tanques y de las bombas, sonidos que hay que impedir, sino también en ir eliminando parcelas de injusticia, en darse a un estilo de vida en donde sea habitual la solidaridad, la práctica de la misericordia, la denuncia del horror y la muerte, o el trabajo asistencial de los cristianos organizados, en la lucha por la justicia y en la denuncia de todo terror, maltrato o marginación.
Estilos de vida, prioridades y compromisos con el prójimo, son también un buen abono para la paz. Las acumulaciones desmedidas de riqueza, las estructuras que marginan y empobrecen, los egoísmos, intolerancias, venganzas, torturas y mentiras, son obstáculos para la paz. Los buscadores de paz deben aborrecer todo esto. Todo esto es lo que impide el establecimiento de la paz en el mundo. Pero, a pesar de todo, hay que creer en ella, buscarla, amarla, desearla y agarrarnos de la mano de Dios para conseguirla, aunque sea parcialmente en un mundo caído.
Cuando eliminamos una venganza o una intolerancia, cuando ganamos una parcela a la pobreza en el mundo o paramos algo de sufrimiento, de tortura o de terror, estamos siendo agentes de paz, buscadores de paz. El mundo nos necesita. La paz también depende de ti... de nosotros. Necesitamos convertirnos en agentes y buscadores de paz... Convertirnos al Dios de la vida.
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