Hay que analizar, por tanto, si las diferentes políticas tienen relación con la tortura en sus diferentes modalidades, sea tortura a base de corrientes eléctricas, uso de porras, lesiones, cicatrices, mutilaciones o la tortura psicológica. Hay que pensar si la política tiene que ver con la pena de muerte -muchas veces practicada después de eliminar la dignidad de la persona-, con las guerras desiguales e injustas que más bien son masacres, con los interrogatorios que llevan al hombre al límite de su equilibrio mental, las detenciones y encarcelamientos indignos e inhumanos, los tétricos corredores de la muerte, los juicios sin garantías, los abusos físicos y psicológicos, las ejecuciones… Si la política tiene que ver algo con todo esto, merece la pena hablar de Fe y Derechos Humanos en esta serie de La Fe y la Política.
Muchos ven la defensa de los Derechos Humanos algo que corresponde a las vías políticas o diplomáticas, ven la defensa de estos derechos como algo que pertenece a las relaciones políticas internacionales. Sin embargo,
los Derechos Humanos no han sido algo otorgado por el poder político y no nacen de la actividad política, sino que son algo que dimana del hecho de ser persona. Los cristianos diríamos que los Derechos Humanos nacen del hecho de que el hombre es un ser creado a imagen y semejanza de su Creador, de Dios mismo.
Por tanto, aquí nos encontramos, una vez más, con una interrelación entre la defensa de la projimidad que nace del ámbito de una fe comprometida y que actúa a través del amor, y los ámbitos políticos desde donde se pueden ejercer influencias internacionales para la salvaguarda de los Derechos Humanos y la eliminación de las torturas tanto físicas como psicológicas. Los Derechos Humanos no son ajenos ni a los políticos ni a los cristianos.
Por tanto, es cierto que desde la actividad política se pueden poner medios y ejercer influencias para que estos Derechos Humanos se cumplan. Pero no es la política la única instancia que debe defender estos derechos, aunque ella sea la que tenga las mayores posibilidades de influencias y de medios, sino que la defensa de estos derechos corresponde también al cristianismo, al concepto de projimidad que también en este área nos presenta un prójimo colectivo despojado de sus derechos, que se acerca al concepto de projimidad política de la que hemos hablado.
Una vez más, la política y la fe en acción se encuentran en lo que debe ser la defensa de esta parcela de los Derechos Humanos. Si nuestra coherencia con la fe y la espiritualidad cristiana nos dice que debemos de defender esos derecho que dimanan del hecho de ser el hombre una criatura creada a imagen y semejanza de Dios, se ve también la posibilidad de poder usar vías políticas para la defensa de estos intereses. Y, aunque alguien diga que él defiende los Derechos Humanos desde su compromiso de fe y que no quiere saber nada de la política, en el fondo su compromiso es también político aunque lo haga fuera de la disciplina de los partidos.
Al ver como la fe, que actúa por el amor, y la política pueden coincidir en tantas cosas importantes para la defensa del Evangelio y la vivencia de la espiritualidad cristiana, los cristianos nos damos cuenta de que no hemos de dar la espalda a la realidad política y que, en muchos casos, querámoslo o no, las vías políticas pueden ser un instrumento por el que deban circular los valores del Reino dignificando a las personas y redimiendo al mundo de los demonios de las violencias que cometen unos hombres contra otros.
Es la dimensión pública de la fe en defensa del prójimo, es la projimidad política, es la dimensión sociopolítica de la fe, una fe encarnada en la realidad histórica. Si los cristianos quieren ejercer su deber de projimidad ante un prójimo que se nos configura como colectivo y público, si queremos influir en derechos de alimentación, vivienda, eliminación de las violencias y torturas, dedicar los fondos suficientes para programas de integración de los excluidos del sistema, influir en la estructuración de la educación y el ocio para que se elimine la marginación de tantos niños y jóvenes, si queremos que las personas ejerzan su libertad -pensemos en que las leyes del mercado son demasiado duras y dejan tiradas a demasiadas personas, y en que los mecanismos de producción están controlados y los pobres carecen de libertad de consumo-, si queremos que esta libertad se ejerza sin que llegue a ser también algo formal que no se concreta en la realidad de muchas personas, debemos de ejercer la dimensión sociopolítica de la fe, la projimidad política. No hemos de rechazar el que cristianos se comprometan en el uso de las vías políticas, como una posibilidad más, para conseguir cumplir sus deberes de projimidad. Desde estas perspectivas es imposible dar la espalda a la realidad sociopolítica dentro de la cual también debemos de ser sal y luz.
Sería una irresponsabilidad que la sociedad laica y de espaldas a los valores del Reino fuera la única que reaccionara ante la violación de los Derechos Humanos, elevando su voz a favor de las víctimas de este mundo, mientras que los cristianos permanecen callados ante el grito del prójimo sufriente. La voz profética de denuncia se habría callado y, al igual que los Derechos Humanos se pueden considerar, en muchos ámbitos, unos derechos formales que no se encarnan en la realidad, la vivencia de la espiritualidad cristiana se quedaría también en el plano de la realidad meramente formal, no comprometida ni encarnada en el mundo. Sería la vivencia de la fe pasiva o muerta.
Es verdad que Dios puede levantar voces de defensa de los Derechos Humanos entre políticos o humanistas no creyentes, es verdad que Dios puede hacer que, si los cristianos callan, sea la sociedad laica y atea la que defienda los derechos de los sufrientes del mundo. Dios ya dio a entender que si la voz de los cristianos se callara, pudieran ser las piedras las que tuvieran que hablar, pero algún día Dios demandaría responsabilidad a los llamados cristianos, cristianos formales, que nunca se han comprometido con el prójimo en la defensa de los Derechos Humanos, en la defensa de la projimidad que nos enseñó Jesús.
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