Es la vertiente pública de la fe, de una fe que no se puede individualizar ni privatizar de forma exclusiva, pues la fe que, según la Biblia, actúa a través del amor, rompe toda privatización e individualismo y nos lanza al mundo y, fundamentalmente, a la parte del mundo más lacerante y sufriente: los pobres de la tierra que son legión.
Desde esa perspectiva, la fe, usando como vehículo inseparable el amor, un amor que, necesariamente, tiene que buscar el bien común, la justa redistribución y la dignificación de las personas, nos puede demandar el compromiso político, bien sea en su sentido más amplio de una política con mayúsculas, o su sentido más concreto de la militancia en los partidos políticos del arco parlamentario. Estas son áreas que no tienen por qué considerarse vedadas a los cristianos.
El amor nos lanza al compromiso y este compromiso implica también el sociopolítico. La fe circula por los carriles de la historia arrastrada por los caballos del amor y no puede dar la espalda a los avatares políticos en donde se juega, en muchos casos, la dignidad de las personas. Es por eso que, en las dinámicas y búsquedas del bien común por parte de los hombres de fe, no se puede evitar poner en el punto de mira de esa fe actuante a los pobres del mundo. Quien, desde la fe, enfoca el tema del bien común, se da cuenta que la actuación de esa fe transformadora no puede limitarse al asistencialismo o al compartir ofrendas o limosnas, cosa que es loable y que hay que hacer porque son exigencias de la ética cristiana. Pero no es suficiente. La fe transformadora de la realidad debe impregnar también la vida sociopolítica.
La fe que exige del creyente enfocar las causas de la pobreza y analizar las estructuras económicas injustas que oprimen y marginan a tantos prójimos, se encuentra con la exigencia ineludible de demandar de los creyentes que se involucren en lo que podría ser la reconstrucción, o si se quiere, la liberación de una sociedad contaminada y presa de estructuras de poder, económicas y políticas injustas. Esta empresa de liberación y transformación, tendente al bien común y a la dignificación de los pobres, no tiene más remedio que entrar por líneas de compromiso político como exigencia de la misma fe. Esta ha sido mi experiencia desde el trabajo asistencial y de integración social de Misión Urbana. Cada vez mi fe, en contacto con la realidad de la pobreza, me plantea nuevas demandas y exigencias cada vez más fuertes que aún no he sabido canalizar totalmente y con plena sabiduría. Sólo que me gustaría estar en el camino, en la senda de la solidaridad que no da la espalda al compromiso sociopolítico. Esta puede ser también la experiencia de personas que están en contacto con la labor diacónica de la iglesia, sean voluntarios o profesionales.
Dentro del cristianismo deberían surgir cada vez más vocaciones en relación con la comunidad política, usando a ésta como cauce de expansión del bien común a todos los ciudadanos y habitantes del mundo, con una visión especial que enfoque las fuertes problemáticas de la exclusión social que mata la dignidad de más de media humanidad. Y el resto de la humanidad se ve también menoscabada en su dignidad. La dignidad humana o es para todos, o esa dignidad no existe. Nunca se puede considerar más digno el ladrón de dignidad que el despojado de ella.
El cristiano que hace caso a su exigencia de fe en cuanto al bien común, se convierte en un paladín por la búsqueda de la justicia y de la paz. Esta actividad encajada en la dimensión social de la fe, no puede evitar ni huir del compromiso político como si éste fuera algo negativo. Esta dimensión de la fe es la que hizo a los profetas del Antiguo Testamento ser críticos con las estructuras políticas y socioeconómicas del momento, les hizo llegar a la denuncia social a favor de los pobres y de los oprimidos. Ese megáfono de voz crítica se articula ineludiblemente, dentro del compromiso sociopolítico, dentro de la dimensión social de la fe que, en algunos casos, se puede orientar a la militancia en los partidos políticos de izquierdas, de derechas o de centro. El cristiano que busca el bien común en un compromiso sociopolítico, no lo hace al margen de la fe o como con miedo de hacerlo a pesar de su creencia, sino como exigencia misma de su fe en Cristo y como discípulo de un Jesús con todo un proyecto del reino con unos valores que tienden a acercar la justicia y el bien común al mundo, con una preferencia especial por los pobres, los marginados y los excluidos.
No os hagáis problema de la pluralidad de opciones políticas ofertadas por los partidos políticos concretos. En todos ellos se pueden encarnar los mensajes y compromisos sociopolíticos de una fe actuante arrastrada por los caballos del amor. En el fondo caeríamos otra vez en el concepto de projimidad que, para desarrollarse en compromiso buscando el bien común, puede necesitar de la acción política de los cristianos. Fortaleced la dimensión pública de la fe, pues es el amor en acción quien la mueve. En el fondo, la fe y el amor, con todas sus implicaciones, son dos realidades coimplicadas separadas sólo a efectos didácticos y para entendernos entre los hombres.
Si quieres comentar o