Es como si algunos, quizás en su ignorancia, pensaran que la fe es algo totalmente desencarnado, que no existe una dimensión social y política de la fe, que la fe y el amor cristiano no tienen nada que ver con la realidad sociopolítica que nos rodea. Es como si no existiera una praxis de la fe, como si la fe no tuviera ninguna relevancia sociopolítica ni nada que ver con las realidades económicas que desequilibran el mundo y oprimen a las personas.
¡Pobre fe la que ellos contemplan! Esa no es la fe bíblica de la que el apóstol Pablo dice que actúa a través del amor, una fe que puede mover montañas. Se equivocan los que ven en la fe una realidad que nos relaciona místicamente con Dios y olvidan los avatares sociopolíticos que hacen sufrir a tantos seres humanos. Como si la fe de las personas creyentes no tuviera incidencia en la transformación de la realidad social, como si la fe no pudiera trasladar los montes de las políticas injustas, como si el deber de projimidad de los cristianos no tuviera que llevarles a las denuncias de las estructuras sociopolíticas injustas y de las estructuras económicas marginantes.
Parece ser que la fe de muchos no incide en la transformación de los males sociales, en las realidades injustas y en la lucha por el acercamiento del Reino de Dios y su justicia a los pobres y sufrientes del mundo. Yo no quiero esa fe pasiva que critica la fe actuante, que no entiende a la fe comprometida con las realidades sociales, con la dimensión pública de la fe que es una dimensión que no puede excluir las realidades temporales sociopolíticas de su ámbito de acción. Pareciera que se trata de una fe sin amor, de la fe que acaba por morirse y dejar de ser, si es que ha llegado a vivir en algún momento, porque la fe viva es siempre actuante intentando llevar el amor de Dios a un mundo injusto.
Si no existe la dimensión sociopolítica de la fe, el cristianismo ni es ético ni moral. La dimensión pública de la fe es inherente a la concepción bíblica de una fe que mueve todo tipo de montañas. La fe que se aparta y mira hacia otro lado en cuanto a las dimensiones públicas que debe tener dicha fe, no es la fe del Evangelio del Reino, fe que se compromete con los sufrientes y los proscritos del mundo. Los que hablan y critican a los que buscan el compromiso con el prójimo, lanzando como estigma la frase “politizar la fe”, probablemente no entienden ni lo que es la fe, ni lo que es la política. El compromiso social, la fe actuando por el amor, la praxis cristiana no puede faltar si no queremos reducir el cristianismo a un iluminismo vertical alejado de la realidad del Reino de Dios. Lo mismo que la mera praxis sin fe se puede quedar en un humanismo que incluso puede ser ateo. La politización de la fe es buena, sólo cuando se parte de la auténtica fe, de la fe genuina que se compromete con los avatares del prójimo en la vida pública. La vivencia de la espiritualidad cristiana nos llama al compromiso sociopolítico de una manera clara, sin que, necesariamente, tengamos que identificar el compromiso sociopolítico con la militancia en los partidos políticos de turno.
La fe, sin la praxis cristiana expresada de una manera pública en compromiso con los más débiles, no es la fe del Evangelio del Reino de Dios que no se predica sólo con palabras, sino con hechos concretos siguiendo las orientaciones y los ejemplos de Jesús. La fe y el amor son realidades coimplicadas y ambos, la fe y el amor, nos lanzan a ser fermento de transformación del mundo, a comprometernos con una praxis solidaria con los más débiles. Esto no se puede dar de una forma desencarnada y fuera de los ámbitos sociopolíticos en los que se debe desenvolver la fe. La fe no es una práctica religiosa intramuros del templo y separada de la realidad social en la que Dios nos ha puesto como sal y luz. Dios quiere que le saquemos de los templos. La fe y el amor nos lanzan en la búsqueda de la justicia cual quijotes que tienen que
“desfacer entuertos”, no en el nombre de ninguna Dulcinea de turno, sino en el nombre de Dios y actuando como si fuéramos sus manos y sus pies en medio de un mundo de dolor.
Cuando la fe y el amor se lanzan al mundo, no de una forma restringida ni privatizada, sino de forma universal, considerando a todo ser humano mi prójimo, estamos alcanzando el ámbito público de la fe, su ámbito sociopolítico, su ámbito superador de todo individualismo y privacidad, para preocuparse de la situación en la que se encuentran tantos prójimos que se configuran colectivamente como tal.
Estamos en la dimensión pública de la fe que actúa a través del amor. La fe trabaja por medio del amor y el amor exige, de manera firme y absoluta, el cumplimiento de la justicia en el mundo. Estamos en el ámbito público de la fe y del amor, estamos incidiendo en las estructuras sociopolíticas, estamos siguiendo el ejemplo de los profetas y de Jesús mismo. Estamos en la vertiente ética del cristianismo, en lo que se podría llamar también una teología moral que no da la espalda a la realidad sociopolítica en la que se desenvuelven tantos prójimos apaleados en el mundo. Si esa es la dimensión política de la fe, si eso es politizar la fe, yo me quedo con esta fe aunque algunos la llamen politizada. Es la fe actuante y comprometida que se realiza a través del amor. Es la fe de la que nos han dado ejemplo tantos seguidores de Jesús.
Lo otro es la fe cómoda, la insolidaria... la que no es fe o está muerta.
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