No es de extrañar por tanto que, en las procesiones y rituales de Semana Santa, se incida en la marcha de los penitentes que se golpean la espalda sangrante, las imágenes de La Dolorosa, la acumulación de aspectos morbosos en torno a la sangre, la muerte y las flagelaciones... y quizás se insiste poco en los aspectos de la resurrección. La cruz y la resurrección fueron como las dos caras de la misma moneda. A la cruz se le debe ver desde la alegría de la resurrección. Es así como cobra fuerza liberadora.
La dimensión de la cruz no se debe restringir al ámbito del Calvario. No nos debemos de quedar en los aspectos victimistas que en estos días de Semana Santa se van a celebrar en torno al sufrimiento de la cruz. La cruz de Jesús extiende sus brazos para acoger a todos los sufrientes de la historia indicando que hay esperanza; y a los integrados en la sociedad de nuestro momento histórico, nos habla de que se debe practicar la acogida.
Si el velo del templo se rasgó en el momento de la muerte de Jesús, indicando que ya no debería haber más sacrificios, la cruz debería indicar que ya no debería haber más crucificados en nuestra historia... porque todo ha sido pagado, consumado, cumplido. La cruz como símbolo de acogida de los marginados y excluidos del mundo, la cruz como acogida de los abandonados, pues Jesús, en su abandono, acogía el sufrimiento de los abandonados. La cruz, con los brazos tendidos, representa al Padre que invita a la vuelta del hijo pródigo, del hijo perdido.
La cruz indica a los seguidores de Jesús que nadie se debería sentir perdido ni abandonado, pues Jesús cargó sobre él con el peso del abandono de los proscritos del mundo. Las palabras
“Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?”, muestran a Jesús, en su humanidad, cargando con el abandono de los hombres, de tantos hombre reducidos a la miseria e indignidad, ante la mirada de tantos millones de cristianos en el mundo. No se trataba de un Dios que oraba a un Dios, o que se oraba a sí mismo implorando por su propio abandono, sino que es el grito de la humanidad abandonada que tiende la mano a sus prójimos, a los que se llaman discípulos de Jesús, para que éstos se impliquen como agentes de liberación de tantos hombres presa de la injusticia y la opresión. Hombres sumidos en la infravida que hacen suyo el grito de abandono de Jesús en la cruz. La cruz es símbolo no sólo de salvación escatológica y metahistórica, sino símbolo de acogida a todos los sufrientes de la humanidad.
No es necesario ni más sacrificio ni más sufrimiento. Sin embargo, éste sigue existiendo, como si la cruz en la que fue clavado el Maestro no hubiera podido clavar en ella todo sufrimiento humano.
La cruz es símbolo de solidaridad, justicia y liberación. La humanidad, en la cruz de Jesús, clama y llora. Pide justicia y liberación. Lanza un reto a los creyentes discípulos de Jesús, implorando solidaridad. La humanidad sufriente nos dice que no mantengamos a Jesús crucificado hoy, clavado aún en la misma cruz que los sufrientes del mundo y llorando con ellos pidiendo que nos preocupemos de tantos pequeños y de tantos ínfimos según el mundo, pero importantes para Jesús que murió por ellos.
La cruz de Jesús nos lanza hoy imperativos: sed acogedores aunque esto suponga el llevar también vosotros la cruz, porque mi cruz es ligera. Transmitid liberación y esperanza, porque el Reino de Dios ya está entre vosotros. No mires la cruz como instrumento de muerte, sino como instrumento de liberación que, a su vez, te convierte en liberador. Carga con tu cruz con alegría, sabiendo que al final está la resurrección. Decid a los solitarios, a los pobres, a los excluidos del sistema, que Jesús cargó con toda la soledad del mundo, que clavó en la cruz todo tipo de carencias y exclusiones. Que si hoy sigue habiendo tantos crucificados, quizás sea porque no se ha captado bien el mensaje de la cruz.
Un mensaje de esperanza y liberación que nos debe convertir a nosotros en agentes de liberación, en manos tendidas que transforman el madero maldito en un signo de acogida y liberación integral: para el más allá y para acercamiento del Reino y de sus valores a todos los sufrientes en nuestro aquí y nuestro ahora. Este debería ser nuestro mensaje en procesión por el mundo, una procesión que nos implique y nos convierta en las manos y los pies de Jesús en medio de un mundo de dolor.
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