Es uno de los mensajes más repetidos a lo largo de la Biblia: si amamos a Dios, lo demostramos amando a nuestro prójimo.
“Sembrando sueños” es la frase que define las actividades de la Fundación Edmilson. Desde hace varios años, el jugador brasileño Edmilson y su mujer Simeia ayudan a niños y jóvenes sin recursos en su ciudad natal, Taquaritinga, por medio de la organización que fundaron para ese fin. Los dos son cristianos comprometidos que buscan ayudar a las personas que más lo necesitan. Muchos otros deportistas de élite están involucrados en fundaciones similares para paliar en lo posible la pobreza, el hambre y las desigualdades sociales en muchos países.
Si alguien nos preguntase acerca del secreto de la felicidad, a muy pocos se nos ocurriría decir que una persona que ayuda a otros es feliz; sin embargo esa verdad está muy clara en la Biblia: “Bienaventurado el que piensa en el pobre; en el día del mal el Señor lo librará” (Salmo 41:1). Esa promesa es para todos, no solo para los que tienen mucho dinero. Dios no mide en primer lugar lo que damos, sino la motivación por la que lo hacemos y el amor que mostramos.
El Señor dijo que siempre habría pobres entre nosotros, y es cierto. Pero estaba hablando de una situación de injusticia social que depende de nuestra voluntad y no de la de él, porque el deseo de Dios es que todos ayudemos para que cada vez haya menos personas necesitadas. Ese es uno de los mensajes más repetidos a lo largo de la Biblia: si amamos a Dios, lo demostramos amando a nuestro prójimo. Si somos hijos de Dios, la consecuencia natural es ayudar a los que tenemos a nuestro lado.
El mismo Señor Jesús se presentó en el templo leyendo el capítulo 61 del profeta Isaías, donde dice: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar el evangelio a los pobres” (Lucas 4:18). El dinero puede ser el mejor siervo que existe si lo usamos para ayudar a otros y para favorecer a los que menos tienen. El dinero puede ser también nuestro peor amo si pensamos que solo nos pertenece a nosotros y nuestra mayor preocupación es no perderlo e intentar ganar más cada día, simplemente para tener más: si vivimos así, no somos nosotros los que tenemos dinero, sino que es el dinero el que nos tiene a nosotros.
El dinero pasa a ser nuestro amo cuando él toma las decisiones, cuando hacemos o dejamos de hacer simplemente porque lo tenemos o no lo tenemos. Es el dinero el que nos esclaviza cuando perdemos amistades o nos enfrentamos con nuestra familia por su culpa. Es el dinero el que dirige nuestra vida cuando le damos más importancia a lo que tenemos o a lo que podemos conseguir que a lo que Dios nos dice.
Más tarde, conforme va pasando la vida, nos preguntamos la razón por la que no somos felices, y nos da la impresión de que nada nos satisface. Simplemente no hemos aprendido a dar. La persona que lo tiene absolutamente todo es el que más ha dado y sigue dando sin condiciones: Dios mismo. Su amor es la motivación que le lleva a derrocharlo todo por nosotros. Y es inmensamente feliz haciéndolo.
Muchas cosas cambiarían en la humanidad si nos pareciéramos más a Dios. Muchas cosas cambiarán cuando aprendamos a dar.
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