Se daba el silencio de Dios, se callaba, no se daba por entendido. Era, simplemente, porque tenía algo importante que decirles al estar caminando por caminos de injusticia. Cuando notamos el silencio de Dios, es que algo no marcha bien en nuestras vidas, en nuestra vida espiritual. Incluso cuando somos religiosos y buscamos a Dios cada día. Es porque se puede dar en el hombre la esquizofrenia de buscar constantemente el rostro de Dios, mientras practicamos la injusticia o la opresión de los débiles. Es entonces cuando Dios calla, cuando guarda silencio. Y no solamente enmudece hasta que el silencio de Dios nos agobia, sino que se queda sordo a nuestras peticiones.
Sin embargo, Dios, compasivo, finalmente habla a través del profeta para que éste intentara hacer que el pueblo se volviera de sus abominaciones. Dice Dios al profeta Isaías: “Me buscan día a día, y quieren conocer mis caminos, como gente que hubiese hecho justicia” (subrayado nuestro).
A veces queremos que Dios conteste, que hable, que no se dé su silencio. Pedimos frutos de nuestra evangelización, de nuestro trabajo como iglesia, de nuestro sembrar la Palabra. Queremos que Dios conteste y no guarde silencio porque le buscamos cada día y practicamos el ritual, pero Dios sigue callado. Ayunamos como los religiosos coetáneos del profeta Isaías, hacemos largas oraciones, cantamos, guardamos fiestas solemnes… pero seguimos alejados de la solidaridad con el prójimo y de hacerle justicia, de comprometernos por un mundo más justo que no oprima a los trabajadores ni empobrezca a los hombres… y Dios se calla, enmudece, se queda sordo a nuestro clamor.
¿No es el ritual que yo escogí -nos dice Dios-,
“que partas tu pan con el hambriento, y a los pobres errantes albergues en tu casa?... ¿No es soltar las cargas de opresión y dejar ir libres a los quebrantados?” ¿Cómo podemos acudir a Dios en ritual o culto cuando no estamos practicando la solidaridad y la justicia? ¿Cómo podemos acudir a Él simplemente
como si hubiéramos hecho justicia y
como si fuéramos gente solidaria? Si sólo acudimos a Dios
como si fuéramos hombres solidarios y justos, pero no lo somos, se dará el silencio de Dios, éste permanecerá callado, mudo y, a su vez, sordo a nuestras plegarias y peticiones.
Tiene que darse, antes de poder escuchar la respuesta de Dios, todo un proceso de conversión en el que, según el profeta, se haga caso a estas recomendaciones:
“Aprended a hacer el bien; buscad el juicio, restituid al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda”. El ritual o culto insolidario no vale para nada y es molestia a los oídos de Dios mismo. Es por eso que se da el silencio de Dios, que el Creador se calla y enmudece, cuando intentamos alabarle o adorarle sin estar reconciliados con el hombre, sin ser solidarios con los más débiles del mundo. El texto habla de restituir al agraviado y hacer justicia al huérfano y a la viuda. Estos colectivos típicos del Antiguo Testamento, nos remiten a todos los empobrecidos, marginados y excluidos del mundo hoy. Tenemos que comprometernos con la justicia hacia estos colectivos. ¿Cómo, si no, vamos a atrevernos a acercarnos al trono de Dios y pedirle mercedes? Estaremos viviendo una esquizofrenia espiritual que molesta a Dios. Se dará el silencio del Omnipotente.
Es por eso que previo al ritual o culto, está la reconciliación con el hermano, la solidaridad con el débil, la búsqueda de la justicia social, restituir al agraviado y hacer justicia al huérfano y a la viuda. No vayas antes a los atrios de Dios, ni intentes pedirle bendiciones para tu evangelización o tu ritual. Primero está el compromiso con el hombre. Por eso Isaías dirá: “Venid luego…”.
Será entonces cuando podamos estar a cuentas con el Señor y comenzará a venir todo tipo de respuesta del Omnipotente. Por tanto, cuando se da el silencio de Dios, es cuando más alerta debemos estar para que la voz profética nos diga en qué estamos fallando. No caigamos en la recriminación a Dios por su silencio. Quizás cuando calla es que su grito supera los decibelios que nosotros podemos percibir.
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