Para eso somos jóvenes, para disfrutar de todo lo que Dios nos regala.
Brian Clough fue un fantástico entrenador de fútbol que llegó a ser campeón de Europa en dos ocasiones con el Nottingham Forrest, equipo que rescató de la segunda división inglesa. Es curioso el caso de ese club, porque es el único que ganó más copas de Europa que ligas de su país (solo fue campeón de la Premier League en una ocasión). Brian había ganado también la liga con el Derby County en el año 1972. Un día llegó a decir en una entrevista: «Yo sé que Roma no se construyó en un día, pero fue porque yo no me ocupé de ese trabajo». Varios años más tarde cayó en el alcoholismo; murió en el 2004 por problemas hepáticos derivados del alcohol.
Muchos le consideran el mejor entrenador inglés de la historia del fútbol. Nos encantan las historias heroicas protagonizadas por clubes pequeños, las sorpresas derivadas de la acción de alguien inesperado, la fortaleza que derrochan los más jóvenes para creer que se puede lograr «lo imposible». Y no puede ser de otra manera: todos hemos vivido una juventud llena de alegría (a pesar de las circunstancias de cada uno) y hemos disfrutado de momentos irrepetibles en cientos de situaciones diferentes, aunque no hayamos ganado ningún campeonato (alguno de los que estáis leyendo esto quizá sí). Para eso somos jóvenes, para disfrutar de todo lo que Dios nos regala.
¿Sabes? Pocas cosas me entristecen más que ver la desesperanza de algunas personas. Es curioso que esa sea una de las características de nuestro primer mundo: la desilusión, las relaciones rotas o problemáticas, las personas heridas, la frustración de sentirse sin futuro, los abusos de todo tipo, el suicidio... Me impresiona que sea en los países más desarrollados donde se encuentren más personas que se sienten perdedoras. Lo tenemos todo, pero hemos perdido lo más importante. Tenemos todas las cosas materiales que queremos, pero nos falta lo más esencial para nuestro espíritu. Esa es la razón por la que a muchas personas les suenan tan raras las palabras del Salmo 43:4: «Entonces llegaré al altar de Dios, a Dios, mi supremo gozo».
Para muchos Dios y gozo no pueden ir juntos. Alguien les ha engañado al decirles eso, o quizá se están engañando a sí mismos, porque la fuente de la alegría es Dios mismo. Esa alegría es una sensación que va mucho más allá de los momentos de euforia o diversión: de lo que se trata es de una satisfacción profunda que no tiene nada que ver con las circunstancias. Se trata de disfrutar siempre; de lo que Dios está hablando es de que toda nuestra juventud sea gozosa y merezca la pena.
Sí, puede ser que a veces tengamos la sensación de que la vida es cruel, pero es solo eso, una sensación: porque lo que sabemos a ciencia cierta es que nuestra existencia está muy por encima de las crueldades o derrotas de un día amargo. Hablamos de la confianza y el contentamiento que da la seguridad de saber quiénes somos y el valor que tenemos para Dios. No tiene nada que ver con la sonrisa religiosa forzada de quienes quieren vivir aparentando. Lo que Dios pone en nuestro corazón es una alegría mucho más duradera. Es para siempre.
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