Nuestras debilidades no sólo nos ayudan a desarrollar nuestro carácter cristiano, sino que también profundiza nuestra adoración, porque al afirmar nuestra debilidad, afirmamos la fortaleza de nuestro Dios.
Por Edgardo Ramírez Castellanos
Vivimos en una sociedad en la que el sufrimiento es una condena a la existencia del hombre, donde la esperanza parece no llegar nunca, donde sufrimiento es sinónimo de fracaso y el fracaso es para los débiles. Este sistema nos enseña que la debilidad no es "sostenible", pero la forma cristiana de vida tampoco nos libera del sufrimiento.
El sufrimiento, la vulnerabilidad, la debilidad no es cobardía, puesto que se enfrenta a nuestro orgullo. Sin debilidad no puede haber comunión, unión, amor. Sin debilidad ni siquiera cabe Dios, y no cabe, porque precisamente para entrar en nuestra humanidad, tuvo que hacerse débil primero; someterse a padecimientos, a abrazar el sufrimiento como un don-regalo divino, que abriría puertas a una nueva visión. Y esa nueva visión, fue: Dios con nosotros - Emmanuel.
La encarnación, y con ella el sufrimiento, es el misterio del GRAN Dios que se hace un niño vulnerable, frágil, sensible, dependiente de los cuidados de una mujer y de un hombre. Donde a través de esa debilidad, Dios quería eliminar toda distancia existente entre lo humano y lo divino.
Pero todo este rechazo al sufrimiento, esta oposición a la debilidad -también dentro del cristianismo-, es promovido por la subcultura del entretenimiento vacío y farandulero que nos envuelve, que nos presenta un sistema de valores basados en la ideología del poder, del egocentrismo… que nos desenfoca de la vida eterna y nos hace aferrar con gran ansia (como si todo se limitara a este presente) al sistema vano de este mundo.
Este mensaje no es algo nuevo para el pensamiento del hombre. El filósofo, Federico Nietzsche, ya en el siglo XIX (por mencionar uno de los más influyentes), en su momento de alteración social, promovió el rechazo a la blandura de Dios. Para él, la concepción cristiana de un Dios débil era señal de fracaso divino, pero también de libertad para el hombre. Y como profeta de este mundo perdido, fue el primero en proclamar: “Dios ha muerto”, ¡que viva el Superhombre!” Y esta "verdad" se hace visible en distintas esferas sociales: ética, religión, economía, política, etc...
Este concepto es lo que ha precedido en las diferentes crisis sociales, donde se menosprecia al débil para sumar al fuerte. Este mundo fantasea de progreso, fuerza, del gran avance tecnológico, de un futuro mejor, entre otras cosas; pero los cristianos no debemos olvidar que se nos ha dado a conocer y a tener esperanza en un “fin” próximo, algo para lo que este mundo y su poder no están preparados.
Por eso la forma cristiana de vida nos presenta el sufrimiento como un don. Lo que pasa es que el mal enfoque ideológico, y a lo que nos aferramos en este presente, no nos deja ver el sufrimiento como una cualidad de crecimiento, de madurez, de entendimiento, de herramienta útil al servicio del reino de los cielos aquí en la tierra (porque luego ya no será útil).
Confrontarnos con nuestra miseria – debilidad, nos revela nuestro vacío, un vacío que puede ser destructivo cuando es mal comprendido, pero un vacío que puede ser lleno de la verdad divina, que nos mantiene en este proceso de aguante, resistencia, paciencia, perseverancia, esperanza y gozo eterno.
Por lo tanto, no aceptar el sufrimiento como parte de la vida nos impide explotar la esencia actual de nuestra existencia. Evadir nuestro sufrimiento como un medio para algo mayor nos lleva a agotarnos en peticiones, en oraciones mal enfocadas que nos frustran. La mala perspectiva del sufrimiento nos conduce a vivir, en nuestro caso, un cristianismo de mediocres.
Pero una vez que el sufrimiento es aceptado y comprendido, ya no es necesaria la negación de nuestra miseria – debilidad, convirtiéndose ésta en herramienta de servicio que cura desde la herida. Una comunidad cristiana debe caracterizarse, no porque cure, sino porque sus heridas y su sufrimiento se convierten en puertas que se abren a una nueva visión. Así lo vemos en la vida y obra de Jesucristo. Como iglesia, la confesión mutua, se convierte en una solidaria búsqueda de esperanza, donde el compartir la debilidad es algo que nos recuerda personal y colectivamente, qué somos y hacia dónde vamos. El efecto del sufrimiento soportado pacientemente por nosotros los cristianos, nos hace avanzar hacia lo perfecto. Porque la gracia divina significa la buena voluntad de Dios para con nosotros en medio de toda circunstancia; la gracia de Dios es suficiente para fortalecernos y consolarnos en todas las aflicciones y angustias, porque su poder se perfecciona en nuestra debilidad.
“Poder en la debilidad”, ¡una paradoja!
Pero el hecho de que el poder de Dios se muestre en gente débil como nosotros debería darnos valor para no querer rechazar este don como algo totalmente malo. Puesto que, reconociendo nuestras limitaciones, no nos sentiremos orgullosos de nosotros mismos. Al contrario, nos volveremos a Dios, buscando el camino para ser más efectivos en su voluntad, antes que cualquier energía, esfuerzo o talento “propio”.
Nuestras debilidades no sólo nos ayudan a desarrollar nuestro carácter cristiano, sino que también profundiza nuestra adoración, porque al afirmar nuestra debilidad, afirmamos la fortaleza de nuestro Dios.
El sufrimiento es señal de garantía. Así como garantía son las marcas en el cuerpo de Cristo por su sufrimiento a favor de algo mejor para nosotros. Por lo tanto, seguir a Cristo es estar vinculado al “varón de dolores” de Isaías 53, es entender que el sufrimiento en nosotros no debe ser desconcertante y que este nos conduce por un camino a algo más sublime. Estamos llamados a aceptar el sufrimiento para recibir nuestra glorificación.
Quizá el verdadero evangelio, la tarea principal de los creyentes, sea alentar a las personas para que no sufran por motivos equivocados. Muchos ahí fuera y muchos aquí dentro sufrimos por causa de falsas ideas en las que hemos basado nuestras vidas. Ideas que hacen referencia a que no debería existir el sufrimiento, la confusión y la duda. Quizá nuestra miseria, nuestra debilidad sea útil y efectiva para la gloria de Dios.
Edgardo Ramírez Castellanos – Pintor y teólogo – Valencia (España)
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