La encarnación y lo humano

Jesús no se muestra solamente como divino, sino que todo su programa es profundamente humano. Los valores del Reino que hemos de portar los cristianos, nos habilitan para la relación con todo ser humano, sin excepción de grupos o clases, ricos o marginados y excluidos de los bienes del mundo. El cristianismo se va a reconocer en todas las situaciones humanas y sus valores van a tender a ser esparcidos por todo el mundo. Valores que, en primer lugar y como norma del reino, son valores solidarios con el hombre pobre, proscrito, marginado o que ha caído en manos de ladrones.

Esta tendencia del Evangelio hacia abajo, que se muestra tan especialmente en las características de su nacimiento, este no olvidarse del hombre sea cual sea su situación, el mostrar la necesidad de acordarse primeramente de los pobres, los sufrientes y los proscritos, hacen que el cristianismo pueda valorar siempre la presencia de Dios en todo fenómeno humano.

Quizás la Navidad o la encarnación de Jesús signifique que Dios ha estado presente en los campos de concentración, en el holocausto nazi, durante las más crueles guerras… sufriendo con sus criaturas y clamando por compasión, solidaridad y justicia. Quizás esos eran los lugares más sagrados, en donde la presencia divina se concentraba de forma especial. Dios asume en su persona todo el dolor de la humanidad. Nace para eso. Nace en pobreza y sin lugar en el mesón. Dios sufre con el mundo. De ahí su frase: “Por mí lo hicisteis”. Por eso pienso que nadie debería preguntar que dónde estaba Dios en los momentos de tragedia u holocausto de la humanidad.

También, la Navidad, el nacimiento de Jesús, esta encarnación de Dios que universaliza su presencia en el mundo por amor a los hombres, hace que la presencia de Dios no se restrinja a los ámbitos que el hombre ha acotado para significar la presencia de Dios o para rendirle culto. Dios está presente fuera de los cuatro muros de las iglesias. Quizás su presencia se acentúe en los lugares de sufrimiento, despojo, exclusión o allí donde los ladrones de dignidad se emplean a fondo en contra de los designios de la propia encarnación del Hijo de Dios. Es por eso que la Iglesia, como Cuerpo de Cristo, no se restringe a los espacios eclesiales, quizás tenga razón el corito evangélico que dice: “Saca a Dios de los Templos en donde le encerraron hace tantos años, sácalo a las plazas del pueblo, porque Dios no es un Dios muerto”.

Es posible que los miembros de la Iglesia como Cuerpo de Cristo estén esparcidos por todo el mundo, incluso en medio de otras razas y de otras religiones diferentes a lo que nosotros entendemos por religión cristiana. Dios es demasiado grande para poder encerrarlo dentro de una confesión religiosa. De ahí que Jesús pudiera decir en cuanto al lugar adecuado de dar culto a Dios, lo siguiente: “Créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén, adoraréis al Padre. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que le adoren”.

La encarnación de Jesús, lo que celebramos esta Navidad, hace del cristianismo algo humano y universal a la vez que participa de la divinidad y de la santidad del Dios tres veces santo. Así, los cristianos debemos andar por el mundo pendientes de todo acontecimiento humano, alertas, con los ojos muy abiertos. Dios se manifiesta en medio de la tragedia humana… también en la alegría de la reconciliación y el encuentro entre los hombres.

Debemos aprender a buscar la experiencia de lo sagrado en los acontecimientos humanos que llamamos seculares. Eso es mensaje navideño. Quizás en lo más profundo de la historia humana, en los entresijos de lo más profano y peligroso, en los focos de conflicto y allí donde se oprime, se despoja o se mata, se esté dando la presencia de Dios de una manera muy especial, de un Dios que sufre con el dolor de sus criaturas y que espera la restauración de todas las cosas. Incluso la creación gime “como con dolores de parto” esperando la liberación. Dios habito en medio de los sufrimientos de los hombres. Es uno de los misterios de la encarnación.

Quizás si el cristianismo se encontrara con la profundidad de la encarnación y supiera encontrar verdaderamente lo que de sagrado y santo hay en el ser humano, aunque relativizara un poco el lugar de culto que es la iglesia, se encontraría dentro de lo que debe ser su parroquia: el mundo en donde se está escuchando diariamente el lamento de los sufrientes y los oprimidos del mundo. Ir hacia ellos es ponerse en línea con el espíritu de la Navidad.