Agendas en blanco

Han quedado en blanco cien hojas de mi agenda. 

Blanco papel, desierto de palabras. 

Múltiples tareas desangeladas. Decenas de citas que no llegaron a ser plasmadas en el terso pliego. Remanso de blancor inalterado, receso de ayer que se fue sin dejar constancia de su existencia.

Marzo, abril, deshojados del calendario y vividos con una intensidad introspectiva.

No existieron las prisas en esos días extintos. Cesaron las premuras por alcanzar un lugar que hoy me mira con desdén, echándome en cara mi desgana por volver a él.

Arribó la primavera y contemplé desde mi fortaleza cómo se encaramaba en las copas de los árboles. La vi teñir los jardines de inusuales colores, endulzar el canto de los pájaros con un timbre desconocido. La avisté con envidia, esperando que durara un tercio más de su estipulado tiempo. Pero, se fue marchitando ante mis ojos y recelosa se despidió sin haber sido vivida.

Pronto se nos instaló el verano, acotando su terreno, menoscabando lo que no le pertenecía.

Vuelvo a escribir en mi agenda las nuevas citas que se desnudan en mi presente de ahora, novedosas alusiones que me muestran una nueva normalidad que no entiendo ni requiero. 

Deseo que mis brazos no permanezcan mustios ante la llegada del amigo.

Que mis labios no estén amordazados tras un común bozal. 

Quiero volver a tener la posibilidad de vivir el contacto de la vida rezumando vida, experimentar de nuevo la alegre compañía de mis hermanos y desplegar ante ellos gestos cercanos, abrazos y besos ahora sesgados, rotos, mermados.

Me desagrada este nuevo estado que nos mantiene cercanamente alejados. 

Hojas en blanco, sin pretensiones. 

No tengo nada urgente que anotar, aquello que deseo llevar a cabo no me es necesario escribirlo, es algo que no puedo olvidar porque brota del corazón, se escribe en el alma y se realiza al conjugar sentimientos.

Hay en mi agenda cien hojas que no han sido escritas. Hojas marchitas de un tiempo pausado que nunca podré olvidar.