Decimos que amamos a Dios, que queremos servirle, pero, en nuestra esquizofrenia espiritual, ni amamos al prójimo sufriente, ni le servimos.
En la Biblia encontramos ejemplos del silencio de Dios. ¿Es que, acaso, nunca habéis notado que Dios calla, que su silencio truena? ¿Es que no sois sensibles al silencio de Dios? ¿Por qué, cuando Dios calla, pasamos de largo y no nos damos por enterados? ¿Nos falta sensibilidad ante la ausencia del susurro y la intervención de Dios? Lo curioso del caso es que muchos religiosos, cargados de cumplimientos, cilicios y cenizas, pueden notar el silencio de Dios. Se enfadan y se preguntan por qué Dios no hace caso, se hunde en el silencio. Así, también, están los que protestan ante el silencio de Dios. Leed Isaías 58, por ejemplo, aunque Isaías, también en otros capítulos, ya desde el capítulo 1, es un maestro para hablarnos del silencio y la ausencia de Dios en muchos casos.
Haced un esfuerzo y examinaos. Ved cómo está vuestra vida espiritual. Intentad comprobar si en vuestras vidas y en vuestra experiencia, sea evangelística, de ruegos u oraciones o de alabanzas, se da el silencio de Dios, su ausencia de respuesta. Si compruebas que ese silencio también se da en tu experiencia espiritual, detente un momento y piensa cuál puede ser la causa. Algunos religiosos que notaban el silencio del Omnipotente, pensaban que Dios no les hacía caso. No sé si esto podría formar parte de tu experiencia espiritual. Dios le dice así a Isaías en forma interrogante: “¿Por qué, dicen, ayunamos y no hiciste caso; humillamos nuestras almas, y no te diste por entendido?”. Pues hay razones para el silencio de Dios ante nuestras peticiones y rituales.
El silencio de Dios. El silencio más denso y más pesado para muchos creyentes que no entienden por qué Dios no responde y permanece como ajeno a sus demandas. Silencio. Ausencia de Dios en una vida. Angustia vital, existencial espiritual. Dios puede callar ante nuestras súplicas, nuestros rituales, nuestras ofrendas, nuestras fiestas solemnes a las que da la espalda. Es como si Dios pudiera huir de nuestro ritual porque le desagrada e, incluso, le molesta. Isaías 1 es clave para entender esto. ¡Qué duro y fuerte puede llegar a ser el silencio de Dios! Más que un trueno o que la deflagración de una bomba que pueda hasta romper nuestros tímpanos.
Pues sí. Algo muy importante. Cuando notamos el silencio de Dios en nuestra vida cristiana, en nuestras peticiones, rituales, alabanzas y celebraciones eclesiásticas, es que se está encendiendo un semáforo rojo en nuestra conciencia que nos dice que algo va mal, que algo no es correcto y no funciona en nuestra vida cristiana. Incluso cuando nos hartamos de hacer todo tipo de cumplimientos religiosos y actividades en el templo en donde no encontramos, ya no solamente respuesta, sino el más mínimo susurro de Dios. Silencio divino, divina ausencia, el vacío de Dios.
La causa de estos silencios divinos la explica muy bien el profeta Isaías. Muchas veces, en nuestra vida cristiana, se da una fuerte esquizofrenia. Decimos que amamos a Dios, que queremos servirle, que queremos que nos justifique, que nos libere y salve, que nos dé lo necesario, pero, en nuestra esquizofrenia espiritual, ni amamos al prójimo sufriente, ni le servimos, ni somos manos tendidas para él, ni le hacemos justicia, ni practicamos con él misericordia, ni le liberamos, ni le salvamos de su situación de sufrimiento en esta tierra, en nuestro aquí y nuestro ahora.
La clave está en no solamente inclinarse como junco, sino en mancharnos las manos ejerciendo misericordia y, a su vez, usar nuestra voz denunciando la injusticia y practicando la misericordia de la manera más simple: no esconderse de la miseria de tu prójimo, sino albergar, vestir, alimentar en una forma que parece sencilla, pasando a la búsqueda de justicia para él.
A ti que ayunas y notas el silencio de Dios, Isaías te diría que consideres si el mejor ayuno posible para romper el silencio de Dios y que haya respuesta, no sería compartir el pan con el hambriento, romper lazos de opresión. O sea, practicar justicia, misericordia y no esconderte de tu hermano que sufre. Así, si hemos notado el silencio de Dios, sigamos las líneas de amar al prójimo, buscar justicia para él y hacer misericordia. Dice Isaías que es entonces, entonces y sólo entonces, cuando volverás a notar el susurro de Dios en tu vida, su voz, su respuesta. Su silencio desaparecerá y vivirás las respuestas de Dios. “Venid luego”, dice también Dios a través del profeta. Venid luego, después de haber hecho justicia y misericordia. No antes. Entonces, yo te responderé y podrás escuchar siempre mi voz y mi susurro diario. Yo tu Dios.
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