En diferentes ocasiones, hace ya un tiempo, he tratado el tema de la mujer en la Iglesia. Hay barreras de género intolerables en el seno de nuestras congregaciones. El cristianismo ha tenido, desde sus inicios, ciertas barreras que establecían separaciones. La más conocida y la más tratada ha sido la barrera étnica. El Apóstol Pablo es conocido como el Apóstol de los gentiles. Mantuvo un gran debate y una lucha en pro de la paz y de acercarnos a Cristo a aquellos separados por barreras étnicas. Jesús ya dio su ejemplo. Recordemos, por ejemplo, la relación que hay entre Jesús y el pueblo samaritano que era despreciado por los judíos. Pablo quiso romper la barrera entre judíos y gentiles:
“Vosotros, que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo”. Lo que podría llamarse la comunidad eclesial no podía ser reservada sólo a un grupo, a una etnia.
El llamamiento de Jesús era universal y no admitía barreras. No podía reinar la paz de Cristo en los corazones de los creyentes mientras existieran los muros de separación. Así, Pablo tuvo que escribir a los Efesios:
“Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación”. La iglesia en el mundo hoy no tiene este reto étnico. Afortunadamente ya no es necesario. Intenta llevar el Evangelio a toda criatura. Hoy a nadie, por razones étnicas, se le considera excluido de la posibilidad de llegar a aceptar el Evangelio de Jesús. El problema se ha obviado.
Hoy el problema de los cristianos, en el ámbito interconfesional, es otro: En el ámbito eclesial existe la barrera de género. Hay discriminaciones y muros de separación injustos que impiden la auténtica participación en igualdad de la mujer. Mientras que sus capacidades están siendo aprovechadas ya en la sociedad y en la cultura a nivel paritario con el hombre, las estructuras eclesiales siguen ancladas en patrones culturales del pasado e impiden la participación de la mujer en las tareas propias de la misión de la iglesia. El Evangelio no ha sabido ser inculturado en esta área tan importante. Sigue anclado en los patrones culturales de las épocas patriarcales. No ha sabido separar lo que es cultura de lo que es mensaje en esta faceta tan importante para la iglesia. La barrera de género sigue haciendo de muro de separación e impidiendo la igualdad de los hijos del pueblo de Dios para el que no debe haber ni hombre ni mujer.
Mientras que la sociedad se está beneficiando de las capacidades de la mujer en todos sus ámbitos, las estructuras eclesiales no se hacen permeables a la colaboración de la mujer de forma paritaria con el hombre. Históricamente ha sido más fácil romper y hacer que salte en pedazos, en el ámbito del cristianismo, los muros de separación étnicos, que los muros de separación por razón de género. Por esto creo que la gran tarea de la iglesia hoy, su gran mandato, o
comisión como dicen algunos en el ámbito evangélico usando un anglicismo, su gran reto y gran objetivo sea romper esos muros y recuperar la sensibilidad femenina en todos sus ámbitos eclesiales.
Se trataría de que la iglesia dejara de ser un espacio roto... ¡ya es hora!, un ámbito dividido, separado y dirigido por una fuerza varonil y patriarcal, que quizás cada vez también lo es menos y el hombre va asumiendo lo que de femenino también hay en él, y pase a dejar de excluir, en mayor o menor medida, a las mujeres. Nadie en nuestro espacio socio-cultural cree que el papel de los hombres sea el mandar y el dirigir. El Evangelio y el ámbito eclesial se tiene que ir inculturando en esta área tan importante. Tened en cuenta que algunas iglesias no las dejan ni enseñar. Se han quedado anclados en los valores de culturas patriarcales ya obsoletos y de triste recuerdo. El afirmar hoy, en nuestro contexto cultural, que las mujeres tienen que callarse y someterse, debería ser materia de juzgado de guardia.
La iglesia y sus teólogos, si es que, realmente, hay hoy autoridades en teología capaces de dirigir a sus congregaciones en esta materia, tienen el deber y la obligación de hacer una relectura del texto bíblico en concordia con las actuales claves y parámetros culturales. Es lo que se llama la contextualización del Evangelio. De lo contrario, la iglesia se convertirá en un dinosaurio pesado y esclerotizado del pasado que será arrasada por la fuerza del contexto socio-cultural del presente. Tenemos que ir mostrando una adhesión incondicional al mensaje, pero no así a sus adherencias, estructuras, parámetros y esquemas culturales en los cuales fue vertido el mensaje de forma necesaria, pues era la cultura que había. Si el Apóstol Pablo hablara hoy comunicando el mismo y único mensaje, lo vertería en muchas de las actuales estructuras y claves culturales. Y el mensaje no debería cambiar con ello. Los mensajes que no están inculturizados no son comprensibles y perturban dejando a la iglesia anclada en el pasado y sin posibilidad de acompañar al hombre y la mujer actual.
El Evangelio de salvación, liberación y adecuación del hombre y de la mujer al servicio de Dios, se debe hacer hoy desde los parámetros culturales que tenemos. Es malo para la iglesia subordinar a la mujer, mientras que la cultura y la sociedad le van dando cancha paritaria. Tendrá que ser la propia mujer, si el hombre sigue enclaustrado en cerrazones patriarcales, quien, luchando desde el seno de la propia iglesia, tendrá que ir labrando su propia liberación. Su propia presión y su costumbre de ser tratada en sociedad de forma paritaria, va a ser la que la lleve a reivindicar su propia participación en igualdad. Así, para terminar, yo quiero aplicar el texto que Pablo aplicó a los gentiles en Efesios 2:19 y 21, a las barreras de género en el ámbito eclesial, para ver si, de una vez, saltan ya hechas pedazos para que nunca nadie las pueda reconstruir:
“Así que ya no sois varones ni hembras, hombre ni mujeres en el servicio del Señor, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, ... en quienes, hombre y mujeres igualmente, todo el edificio bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo al Señor”. Un templo cuyo sumo sacerdote pueda ser una mujer.
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