Los puentes se pueden definir como construcciones de diversos materiales cuya finalidad es la de permitir pasar o abrir paso sobre obstáculos diversos.
Por César Augusto Duque Vallejo
La Biblia es un libro sagrado, inspirado por Dios, escrito hace miles de años; en muchas ocasiones tratamos de comprender algunos textos con las costumbres y tradiciones que poseemos en medio de nuestra realidad del siglo XXI, pero se hace necesario visualizar la importancia de un contexto socio-histórico para comprender el significado real de algunos versículos que se vuelven importantes para el creyente.
Desde esta percepción analizaremos un texto muy conocido, Isaías 43:1-2, a la luz de las experiencias propias del pueblo de Israel y la supremacía divina que se muestra a su pueblo como un elemento vital e importante de la construcción, la evolución social y tecnológica de las civilizaciones antiguas: los puentes.
Tomando en cuenta esto, los puentes se pueden definir como construcciones de diversos materiales cuya finalidad es la de permitir pasar o abrir paso sobre cuerpos de agua como fosos, ríos, lagos, pantanos e incluso mares, o creando caminos, vías y comunicaciones terrestres entre accidentes geográficos complejos como cañones, valles y laderas. Los cuerpos del agua en este contexto implican dificultad, como lo enuncia el salmista, tanto los ríos caudalosos, como los fosos, pantanos y lagos implican al hombre la dificultad de transitar a través de ellos; se levantan con poder y producen muertes al engullir o arrasar todo a su paso. Así mismo los enemigos, las circunstancias y los problemas se levantan sobre nosotros buscando devorar nuestra alma, nuestro tiempo, nuestros sueños y deseos, impidiendo que exista una buena conexión con los propósitos divinos.
“A no haber estado Jehová por nosotros, cuando se levantaron contra nosotros los hombres, vivos nos habrían tragado entonces, cuando se encendió su furor contra nosotros. Entonces nos habrían inundado las aguas; sobre nuestra alma hubiera pasado el torrente; hubieran entonces pasado sobre nuestra alma las aguas impetuosas” (Salmo 124:2-5).
“Ahora, así dice Jehová, Creador tuyo, oh Jacob, y Formador tuyo, oh Israel: No temas, porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú. Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti” (Isaías 43:1-2).
En este par de textos Dios declara que a través de él su pueblo podrá caminar por encima de las aguas impetuosas, torrentes turbios, ríos caudalosos, incluso fuegos fatuos de guerra y llamas; Dios se muestra como un puente que permite sobrepasar las adversidades. ¿Pero qué significan esos obstáculos para el creyente de hoy?
En ocasiones desfallecemos, nos rendimos ante personas o situaciones inicuas; pensamos que de lo profano obtendremos ayuda como lo hizo Saúl con la adivina de Endor; dejamos de creer en el poder que proviene del cielo y se acrecienta ese pequeño torrente o ese vaso de agua en el que difícilmente nos ahogaríamos, transformándose en agua turbia difícil de sobrepasar; pero es allí donde Dios se hace nuestro puente.
“Fuente de agua turbia, manantial corrompido: ¡ eso es el justo que se rinde ante el impío!” (Proverbios 25:26)
Hay momentos donde el caminar con Dios parece difícil, los ríos como el Jordán se atraviesan en el trasegar de nuestra ruta en la carrera de la fe; se erigen como difíciles momentos donde lo más simple es retroceder; pero Dios nos llama como a Josué que en esos momentos hagamos un puente a través del arca del pacto, que es su presencia y así acercarnos un poco más a la estatura del varón perfecto.
“Cuando los que llevaban el arca entraron en el Jordán, y los pies de los sacerdotes que llevaban el arca fueron mojados a la orilla del agua (porque el Jordán suele desbordarse por todas sus orillas todo el tiempo de la siega), las aguas que venían de arriba se detuvieron como en un montón bien lejos de la ciudad de Adam, que está al lado de Saretán, y las que descendían al mar del Arabá, al Mar Salado, se acabaron, y fueron divididas; y el pueblo pasó en dirección de Jericó” (Josué 3:15-16).
El servir a dioses diversos se ha vuelto común en el siglo XXI, los ídolos actorales, musicales, e incluso ministros, han llevado a muchas personas e iglesias a dejar de poner, como dice en Hebreos 12, la mirada en Jesús, el autor y consumador de la fe; no obstante ese horno de fuego que produce la idolatría es quitado para aquellos que de verdad ponen en Dios su confianza como lo fueron Sadrac, Mesac y Abed-nego.
“Si nos arrojan al horno ardiente, el Dios a quien servimos es capaz de salvarnos. Él nos rescatará de su poder, su Majestad; pero aunque no lo hiciera, deseamos dejar en claro ante usted que jamás serviremos a sus dioses ni rendiremos culto a la estatua de oro que usted ha levantado” (Daniel 3:17).
En conclusión, Dios es nuestro puente ante las adversidades y es necesario que reconozcamos su poder, su autoridad y su amor por nosotros como puente protector ante las aguas impetuosas y el fuego de idolatría a partir del temor de Dios, como declaró Josué:
“Porque Jehová vuestro Dios secó las aguas del Jordán delante de vosotros, hasta que habíais pasado, a la manera que Jehová vuestro Dios lo había hecho en el Mar Rojo, el cual secó delante de nosotros hasta que pasamos; para que todos los pueblos de la tierra conozcan que la mano de Jehová es poderosa; para que temáis a Jehová vuestro Dios todos los días” (Josué 4:23-24).
César Augusto Duque Vallejo – Docente - Manizales, Colombia
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