Cuando los cristianos se reúnen para el ritual sin que su mirada de misericordia no se centre en las diversas problemáticas que nos muestra la realidad con todas sus circunstancias concretas de violencias, de guerras, de carreras armamentísticas, de hambre y de pobreza, cuando no se preocupa de analizarlas y valorarlas desde la ética cristiana y el compromiso de projimidad que el Evangelio exige de los seguidores de Jesús, quizás no se deberían llamar cristianos... porque Cristo se preocupó de la liberación de los que sufrían cualquier tipo de violencia.
Muchos hablan de que el problema del mundo es que hay dos bloques contrapuestos que, a su vez, contraponen entre sí a los pueblos. Dos bloques que desconfían entre sí y que se consideran como una amenaza para su expansión y hegemonía. Se crean así tensiones que provocan nada menos que toda una carrera armamentística loca y desenfrenada. Así se dan en el mundo fabricaciones de armas potentísimas cada vez más sofisticadas, pruebas nucleares como las de Corea del Norte que ha levantado toda una polémica y condena internacional. Cuanto mayor poder destructor, más bondad se ve en las armas de todo tipo, como si fuera necesario que el enemigo llegara a tener miedo y respeto... amedrantamiento. Se venden armas incluso a países que se endeudan hundiéndose en la más hedionda miseria.
Además, la paz está amenazada por otros dos bloques: uno pequeño pero lleno de recursos de todo tipo y otro inmenso, en el subdesarrollo y en la miseria. Así, como impedimento de una paz real en el mundo, se puede hablar de la gran fosa, de la brecha o la sima que existe entre el desarrollo del Norte y la pobreza del Sur. Esto debería crear tensiones, alarmas y deseos de eliminar esa locura que, en fondo, es el gran escándalo de la humanidad, el 80% de la humanidad en pobreza. No hay justicia y, por tanto, no puede haber una verdadera paz. Los conflictos se seguirán regenerando, los países del Norte rico lucharán por sus objetivos y rivalidades para el mantenimiento de un desarrollo no sostenible que agota la naturaleza, la despoja y contamina con un afán de lujo y consumo irracional. Con su mente nublada por el desarrollo desenfrenado, la expansión o la hegemonía, no reparan en el holocausto de más de media humanidad.
No solamente hay un gran abismo entre los ricos y los pobres, sino que hoy, en plena globalización, se puede decir que los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres. Ese es el escándalo y la tragedia de una humanidad que crece económicamente, que puede generar recursos, pero que tiene una injusta redistribución de bienes. Eso también es violencia. La pobreza destruye la paz y, si no hay violencias masivas de los pobres, es porque el poder armamentístico y militar de los ricos es aplastante.
Existe también la violencia ideológica que elimina la paz. Se puede hacer violencia sobre los pobres a través de muchos tipos de manipulación “inteligente” que mantienen a los países pobres bajo la bota de la dominación de la minoría acumuladora.
Puede haber ideologías en marcha que fundamentan sistemas políticos que excluyen de la participación de los bienes del mundo a más de media humanidad: eso es violencia fundamentada en la injusticia. Eso es injusticia que elimina la paz... eso es la paz de los cementerios, la violencia institucionalizada y “respetada” inconscientemente por muchos.
Hoy la mayor violencia es la acaparamiento injusta de los recursos del mundo por las llamadas superpotencias. Superpotencias sostenidas por la infravida de los hambrientos. Hambrientos que no podrán nunca rebelarse contra estas potencias armadas hasta los dientes con las más sofisticadas armas... pero eso no es paz, porque la paz y la justicia deben caminar juntas. La paz está minada por una especie de
“nueva guerra mundial”: terrorismos, subversiones, revueltas.
Pero por muy grandes que sean estas explosiones que se producen en el mundo y que, en muchos casos, nos dejan perplejos, mayor es la brutal deflagración que produce tanta injusticia y tantas ideologías de desarrollo no sostenible, depredadoras, imperialistas y con deseos de dominar el mundo entero.
La paz se debe plantear hoy en el mundo como una exigencia, como un clamor, como un derecho, como una necesidad de justicia, de autonomía cultural y política, de libertad frente a ideologías intolerantes, dominadoras y totalitarias... como un acercamiento del Reino de Dios a los pobres y oprimidos con sus valores dignificadores, como una exigencia ética que dimana de la vivencia de los valores en los que se fundamenta el cristianismo. Es éste, el cristianismo, el que puede dotar al mundo de una mentalidad que dé esperanza al mundo.
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