Sólo puede llegar a llorar por el mundo aquel que vive en total solidaridad con los proscritos y crucificados de la historia, el que contempla a un mundo insolidario, pobre y despojado y se identifica con su dolor. ¿Sigue Jesús llorando hoy sobre las grandes ciudades del mundo? Es en las ciudades en donde se concentran y multiplican las grandes problemáticas de exclusión, pero el hombre apaleado se puede encontrar igualmente en los campos, en las selvas, allí donde los terrenos han sido agotados al tener que dar altos rendimientos a empresas que reparten los productos entre los pocos ciudadanos hartos que en el mundo existen, el 20% de la humanidad. Seguro que Jesús se sigue bajando de su trono y se pasea entre medias de los pobres del mundo, allí en donde se da la infravida en un planeta que puede producir y generar alimentos suficientes para todos. Seguro que al contemplar tanta muerte, hambre y desastre, al ver a los niños que no pueden llegar a ser adolescentes, llorará sobre el mundo.
El profeta se convierte en plañidera y busca también a aquellas que mejor conocen sus oficios:
“llamad a las plañideras… deshagamos nuestros ojos en lágrimas, y nuestros párpados se destilen en aguas”. Son tiempos de tristezas, los niños coetáneos de nuestros hijos se mueren, el hombre se siente amenazado por el hambre y la infravida. Sólo puede llorar el que sufre el problema del otro como si de su propia carne se tratara… y la solidaridad del mundo no llega a tanto. ¿Será Jeremías un símbolo de las lágrimas de Jesús? ¿Será el profeta, ahora convertido en plañidera, un símbolo de las lágrimas de Dios por el mundo? ¿Quién llora, quién está derramando lágrimas por amor al mundo, los hombres a través del profeta, o éste, y todas las plañideras que buscó, son símbolos del llanto de Dios por el mundo? Quizás el profeta lloraba por solidaridad con Dios mismo. Aunque no debemos engañarnos, si lloramos por el sufrimiento de Dios mismo, o si lloramos con él, en el fondo, estamos llorando con y por el hombre. Porque Dios se halla ligado a sus criaturas. Si Dios hace suyas las lágrimas del hombre, nosotros debemos hacer nuestras las lágrimas de Dios mismo. Quizás el llorar con el hombre o llorar con Dios, esté en relación de semejanza, al igual que el amor a Dios y el amor al prójimo sufriente. El llanto de Jeremías quizás sea tanto el llanto de Dios como el llanto del hombre. Ambos caminan juntos por los focos de sufrimiento.
Quizás el hombre ha perdido sensibilidad, fundamentalmente el hombre de los países opulentos que, en cierta manera, se está comiendo a sus congéneres. Los tiene sobre su mesa repleta de manjares. Tanta abundancia le impide las lágrimas solidarias. Cree que todo es suyo. Lo único que tiene que hacer es almacenar y, egoístamente, guardar sus bienes, sus frutos para disfrutarlos insolidariamente. Es incapaz de decir: nuestros bienes, nuestros frutos… no reconoce los derechos del otro. Jamás podrá llorar por él. Su canción no será una elegía por el hombre despojado, ni una triste canción que le haga brotar una lágrima de solidaridad. Su canción es ésta: “Alma mía, muchos bienes tienes almacenados. Come, bebe y regocíjate”, pero no habrá hecho nada más que terminar su canción insolidaria o canción de muerte, cuando ya sonarán las palabras de Dios:
“¡Necio! Esta noche vendrán a pedirte tu alma. ¿De quién será lo que has almacenado?”
Nosotros también deberíamos imitar a Jeremías, profeta de llantos, convertido en plañidera, que llora junto a Dios y a los hombres, pero ese llanto debería ser redentor. Redentor de nosotros mismos y redentor de los pobres y excluidos del mundo. Un llanto-denuncia-solidaridad-amor cuyas lágrimas corren buscando justicia… un llanto transportador y redistribuidor de los bienes del planeta tierra. Unas lágrimas convertidas en el poder de la diestra de la justicia de Dios para que ésta se mueva a favor de los proscritos del mundo: el 80% de la humanidad.
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