Para que los países pobres pudieran entrar en líneas de una autodeterminación real, sería necesario que no hubiera ningún tipo de sometimiento de los países pobres a las influencias y presiones de los más ricos, que no existiese ningún tipo de imperialismo, ni de servilismo. Que los pueblos pobres fueran tratados como sujetos de su propio destino y no como objeto de un tipo de políticas de cooperación que, en muchos casos, son asistenciales y les hacen dependientes de otros países más poderosos y más ricos.
Al igual que cuando hablamos de obra social decimos que no se debe entender exclusivamente como un asistencialismo o una simple ayuda a la supervivencia, sino que la hemos de entender como una liberación, integración y búsqueda de la justicia que haga que el otro sea considerado como sujeto de su propio destino, capaz de enfrentarse contra las estructuras marginantes que le oprimen de una forma libre y digna, también en la relación entre pueblos y naciones se debe tener en cuenta que
el ideal de autodeterminación no debe ser solamente en la línea de conseguir ciertos proteccionismos de los países más poderosos para poder sobrevivir. Estos proteccionismos llevan muchas veces a los países pobres a muchas dependencias que sobrepasan el campo de la economía o la política y les lleva a dependencias o sometimientos culturales que llevan a que unos países se consideren como superiores o más civilizados, mientras que otros quedan con un derecho de autodeterminación teórica, pero que, en el fondo, es un aplastamiento de este derecho por parte de los pueblos más ricos.
Los pueblos pobres no deben ser tratados como “objetos” de asistencia, sino como “sujetos” libres y activos de su propio destino. Y aquí, cualquier asistencia que los países ricos hagan a los pobres, deben estar enmarcados dentro de la búsqueda de la justicia, más que dentro de la idea de un asistencialismo económico o científico, teniendo en cuenta siempre la originalidad de los pueblos, su derecho a una autonomía plena, una autonomía que debe abarcar tanto la autonomía política, como la relativa a las culturas propias o indígenas, como a las formas económicas o sistemas religiosos.
Por tanto, desde los países ricos no sólo se deben ver las posibles ayudas de cooperación asistencial que, en muchos casos, llevan tintes imperialistas o de sometimientos serviles, sino que a la base debe estar la idea de considerar a estos pueblos a los que se les va a prestar alguna ayuda, como pueblos capaces de gestionar esas ayudas sin ninguna sombra de duda en sus dotes y habilidades tanto políticas, como éticas o de razonamientos. Tratarlos como iguales y sujetos de su propia autodeterminación.
Lo que esté fuera de estos parámetros nos va a llevar al reconocimiento del derecho de los pueblos a su propia autodeterminación de una manera simbólica, pero que, en el fondo, van a estar las ideas imperialistas y de sometimiento de los pueblos.
En cuanto a la Iglesia y a los cristianos, cuando nos situamos ante los pueblos como sujetos y no como simple objetos de nuestra cooperación asistencial, es posible que entremos por vías que comiencen a indagar ciertas cosas. Por ejemplo: ¿Por qué hay pueblos tan pobres y tan sometidos que parece imposible el poder considerarles como sujetos de su propia autodeterminación? ¿Cuáles son las causas de esas situaciones? ¿Por qué hay pobrezas estructurales? ¿Estarán basadas en la opresión de unos pueblos contra otros? Y es posible que, casi sin darnos cuenta, comencemos a cuestionarnos ciertas estructuras sociales, ciertos modelos económicos, ciertos estilos de hacer política... ciertos estilos de comportarse la iglesia... Quizás comencemos a pensar al lado de quién hemos de alinearnos y al lado de quién esta alineada la iglesia... Quizás comencemos a reflexionar sobre el derecho de los pueblos a una autodeterminación liberadora que pueda entroncar con una toma de conciencia contra los opresores, o contra aquellos que les someten... Quizás la iglesia comience a pensar que no debe aprobar los imperialismos, las colonizaciones, las imposiciones de los poderosos... Quizás lleguemos a contactar con algo que contactó Jesús desde los inicios de su ministerio: la denuncia profética a favor de los débiles y quebrantados... Quizás mediante esta toma de conciencia el mundo comience a cambiar de forma no violenta.
Si los cristianos del mundo estuvieran convencidos del poder de su palabra a favor de los pobres, y de su derecho a la autodeterminación, teniendo en cuenta el derecho a la identidad y dignidad de los pueblos que deben poder regir en libertad sus propios destinos, el mundo comenzaría a cambiar sin necesidad de cañones ni bombarderos. Porque los cristianos, como pacificadores, amamos la paz... Pero una paz que implica la justicia y el respeto a la dignidad de los pueblos.
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