Yo creo que hoy, tendríamos que coincidir con el profeta Oseas que en nosotros hay muchas veces espíritu de prostitución en nuestra relación con Dios. Somos infieles. Le abandonamos y seguimos nuestros propios caminos. También nuestro interior se convierte en espíritu de prostituta cuando somos insolidarios con el hombre sufriente, cuando comemos de la escasez del pobre y adornamos nuestras mesas como producto de la opresión a los débiles.
Dios amó al pueblo de Israel y nos ama a nosotros. Nos ha escogido desde antes de la fundación del mundo. Israel se prostituyó en muchas ocasiones. Nosotros también lo hacemos. El Señor nos ofrece el cuenco de su mano derecha y nosotros fallamos en cantidad de ocasiones. De ahí que, muchos de los que decimos que el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones y participamos de este privilegio, muchas veces caigamos en la tragedia de la prostitución, en la infidelidad de la mujer que se prostituye debiendo fidelidad a su marido.
Jesús, al dejarnos después de su muerte y resurrección, quiere que sigamos sus ejemplos de servicio, sus estilos de vida, que cumplamos con sus prioridades… pero muchas veces caemos en la insolidaridad y en la injusticia, somos malos prójimos que no nos sentimos movidos a misericordia ante la desgracia del otro. Así, el caudal de amor que ha sido derramado en nuestros corazones, es desviado hacia sendas de egoísmo que nos separan de Dios. Son las sendas por las que caminamos como prostitutas practicando la infidelidad. Pero Dios no puede encubrir el mal y convivir con la injusticia. Dios es fiel y aborrece todo espíritu de infidelidad que es el espíritu de la prostituta en nosotros. Dios rechaza los corazones en los que reina la prostitución.
Los profetas eran como el megáfono de Dios que denunciaba todo tipo de corazón prostituido. Eran la voz de Dios que anunciaba que su amor no puede soportar la injusticia y el despojo de los débiles, del Dios celoso que impide todo tipo de idolatría, de servicio a otros dioses como el dios Mamón, el dios de las riquezas que, en la mayoría de los casos son acumuladas injustamente. Es por eso que Dios nos tiene que tratar lo mismo que trató al pueblo de Israel, que tuvo que pasar por diversas pruebas y crisis hasta llegar a una madurez que le hiciera comprender qué es lo que el Señor quiere de su pueblo y cómo se puede tener un corazón fiel.
Dios, muchas veces, muestra su cólera contra nuestra rebelión e infidelidad y usa el clamor y el mensaje de los profetas. Hoy parece que nos falta la denuncia profética y, así, muchas veces, los cristianos engordamos en nuestra infidelidad como si hoy no se oyera el megáfono de Dios que nos llama al arrepentimiento y al cambio. Hoy puede haber en las iglesias corazones de prostitución sin que nadie denuncie la amenaza y el justo juicio de Dios.
Puede haber gente insolidaria y lejos de las prácticas de projimidad que oran con ostentación en las iglesias y, en lugar de denuncia, reciben aprobación. Son gentes que, en su dinámica religiosa, están separando de la vivencia de una espiritualidad vana, todo el compromiso ético que demanda la auténtica espiritualidad cristiana. Alaban al margen de la práctica de una ética social solidaria que reclaman los valores del Reino. Pero el amor de Dios, derramado en nuestros corazones, demanda fidelidad. Y con esa demanda de fidelidad sólo se puede cumplir cuando nosotros también amamos a Dios. Pero este amor a Dios tiene que llevar, de forma imprescindible, la otra línea de este amor que es el amor al prójimo, fundamentalmente el prójimo apaleado y dejado en marginación al lado del camino.
El amor de Dios derramado en nuestros corazones, debe volver otra vez a Él. Y a Él no le llega solamente a través de los servicios de culto y alabanza. Le llega a través de un amor que es semejante al amor de Dios, que es el amor al prójimo, la práctica del servicio, el amor que nos compromete y que hace que nos manchemos las manos en la práctica de la projimidad.
Pero cuando somos egoístas, acumuladores e insolidarios, Dios no percibe ese amor que debe volver a Él cubierto del grato olor de la justicia y del servicio al otro. Y cuando este amor no llega al trono de Dios y no puede decir, aprobatoriamente,
“por mí lo hicisteis”, el Señor sólo percibe en nosotros corazones de prostitución.
Quizás sea éste uno de los casos en el que muchas de las auténticas rameras o prostitutas, así como muchos de los estigmatizados del mundo, podrán ir delante de nosotros al Reino de Dios.
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